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Antología de poesía

Flores raras: antología de poetisas de estos lares

Por Roberto Appratto / Viernes 23 de junio de 2023

Los rescates vía antología siempre terminan por mostrar aristas desconocidas de una tradición. Roberto Appratto encuentra esas líneas en una antología reciente de poetas uruguayas: Flores raras: [escondido país] poesía de mujeres uruguayas (Yaugurú, 2023).

Como señala Lucía Delbene en uno de los textos críticos que acompañan este libro, Flores raras: [escondido país] poesía de mujeres uruguayas (Yaugurú, 2023) no es una antología de poesía femenina uruguaya entre la mitad del siglo XIX y la mitad del XX, sino una muestra que «proviene del cantero dos veces descentrado de la poesía escrita por mujeres» en el Uruguay. Las dos veces a las que alude Delbene son el Índice de la poesía uruguaya, de Alberto Zum Felde, y Exposición de la poesía uruguaya desde sus orígenes hasta 1940, de Julio Casal Muñoz, obras que recogen escasas presencias femeninas a pesar de la importancia real, y abundante, de las mujeres en nuestra tradición poética. 

Lo que las compiladoras y editoras Silvia Guerra y Jesse Lee Kercheval (ambas, además, poetas) hacen en Flores raras es presentar un «conjunto abigarrado de poetas uruguayas» que abarca un siglo: va desde Petrona Rosende a mediados del siglo XIX hasta Ana Vila (nacida en 1939, fecha que se tomó como límite del esfuerzo antológico), o sea, casi mediados del XX. Como resultado, aparecen aquí ejemplos de poesía escrita por mujeres en los que se buscó el «entramado de vínculos» que hacen a la especificidad de sus escrituras. 

Este libro es, sobre todo, una manera de ver el mundo, desde la poesía, diferente de la masculina, de la privilegiada por antologías y muestras. Si Petrona Rosende es tomada como antecedente de ese punto de vista, ejemplificado por la fábula «La cotorra y los patos», en que se proclama la posibilidad de hablar pese a la censura masculina, Ana Vila es, a su vez, cifra de la búsqueda de Guerra y Kercheval de figuras desconocidas por el público lector, silenciadas u olvidadas (por ser del interior del país, por ser afrodescendientes, por no tener acceso a la publicación, por estar afuera de la corriente central de la literatura uruguaya). 

En el epílogo, Lucía Delbene y María Rosa Olivera-Williams utilizan el Evangelio que menciona Rosende en su fábula como metáfora de canon que excluye a las mujeres tanto de la poesía como de la vida pública. El libro vale, de entrada, como defensa de las voces femeninas en nuestra poesía; se podría decir que no necesitan tal defensa figuras como Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, Idea Vilariño, Marosa Di Giorgio, Ida Vitale, Esther de Cáceres, Juana de Ibarbourou, Amanda Berenguer y muchas acá incluidas, pero sí otras como la misma Vila, Graciela Saralegui, Sofía Arzarello, Giselda Zani o Virginia Brindis de Salas, quienes son poco o nada conocidas, al menos en su rol de poetas (como es el caso de Mercedes Rein o María Díaz de Guerra), y aparecen aquí en un mismo espacio que las consagradas. 

Las canónicas y las no canónicas, entonces, forman un nuevo orden fundado en otros intereses, otras ópticas, otras maneras de ser del discurso poético. Lo primero que hay que señalar es la importancia del libro en tanto no es solo el rescate de poetas no reconocidas, sino la constitución de un tejido homogéneo pese a su heterogeneidad (de épocas, de estilos, de sensibilidades): lo homogéneo está en la suposición de una voz que recorre los textos desde fuera del canon masculino y empareja figuras disímiles. Es cierto, como señalan las prologuistas, que la selección podría haber sido otra, que podrían figurar otras mujeres al costado de estas. No es un relevamiento exhaustivo, sino representativo, sin que ello implique descuidar el nivel de las poetas incluidas. La condición de poetas y de lectoras de poesía de ambas compiladoras y editoras se hace sentir, y la diversidad enriquece la selección y el rescate.

La lectura del volumen arroja varias sorpresas: los poemas y poetas que no se conocían (a menos que seamos especialistas en literatura uruguaya) se integran a los mejores poemas de Vaz Ferreira, Delmira Agustini, Circe Maia, como partes del mismo sistema, que puede no ser el de la poesía femenina, sino el de la poesía a secas. Uno asiste a las fluctuaciones del gusto a lo largo de los años, a distintas maneras de concebir y manejar los materiales poéticos, a la presencia de intereses y preocupaciones, tanto sociales como religiosos, tanto políticos como de género. Este último tema aparece, y de manera muy fuerte, en varios textos, pero no como un reclamo sino como la exhibición de la posibilidad de decir, como la cotorra de la fábula de Rosende. Pero, sin duda, lo que se percibe en la lectura es la solvencia poética, el saber qué hacer con un poema, tanto en Nancy Bacelo como en Graciela Saralegui. Hay, aparte de los logros, ciertos fantasmas de cursilería, ciertas caídas en lugares comunes frecuentes en la poesía: nadie dijo que fuera un libro perfecto, ni tiene que serlo. Es, en definitiva, un aporte tanto literario como histórico, y además un muy buen libro de poesía.

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