Para bálsamo de ruiseñores, de Paula Einöder
Por eso escribo
Por Roberto Appratto / Lunes 29 de noviembre de 2021
Poemas como microrrelatos, el metalenguaje como motivo, la reflexión sobre la escritura constante y la naturaleza como invitada que se desliza entre los versos del poemario. Roberto Appratto recomienda el último libro de Paula Einöder, Para bálsamo de ruiseñores (Yaugurú, 2021).
El último poema de Para bálsamo de ruiseñores se llama «Por
qué escribo» y es una larga e inspirada lista de razones: «escribo porque
anochece y llueve / escribo porque las palabras nómades se avientan / escribo
porque soy sonámbula de voces / escribo porque llevo esta pesada carga» son los
primeros cuatro versos, que siguen con la misma estructura hasta el final: «escribo
porque me crecen hojas en el pecho / escribo porque los versos abren la memoria
/ escribo porque el recuerdo y el olvido son lo mismo / por eso escribo». El segundo poema, a su vez, se llama «Arte
poética» y es también una reflexión sobre la escritura, que permea el libro, lo
abre y lo convierte en un motor poético muy personal. La poesía de Paula Einöder (Montevideo, 1974)
es, y desde antes de su anterior libro Árbol de arco, una opción por el lenguaje que
se transmuta en escritura.
La lectura de Para bálsamo de ruiseñores supone una recorrida por las posibilidades
de la poesía (amenazadas desde siempre por la repetición de motivos
prestigiosos, de maneras de concebir la belleza falsamente personales, que
disimulan la torpeza con la enunciación retórica de verdades indiscutibles)
encarada como un modo de razonamiento en sus términos. Es decir: el manejo del
sonido y de las imágenes renueva el acto de decir lo que dice. Por ejemplo,
utiliza tópicos clásicos o formas poéticas antiguas, pero para pensar en ellos
y convertirlos en arranques de texto fundados en el ritmo («yo soy mi peor
laberinto / madeja de Dédalo enmarañada / tela de araña puesta en abismo /
señor de los péndulos horizontales / ven a buscarme en donde todos / los puntos
son equidistantes» y de ahí pasa (en «Mercator») a otro motivo («sácame la
brújula de los vientos / empápame de lucidez lúgubre / entretanto me abro
camino / a través de esta soga desmembrada / que elucubra sones y olvidos / en
la puerta sin esperanza / de un fauno que olvidó el hilo») y lo recupera al
final. La imaginación elabora las salidas de cada tema que aborda, que en
realidad no es tema sino pretexto para poetizar o para crear un ambiente: lo
natural, lo antiguo, son la música de fondo de la escritura.
Cada poema es un microrrelato, cada
verso una línea de sentido. La enunciación sujeta lo que se va diciendo en un
difícil equilibrio entre la libertad de imaginar y atribuir poderes a la
palabra, y la seriedad de la poesía como discurso: no se puede decir cualquier
cosa, sino solo aquello que se aviene al juego con el sonido y el sentido, y eso Einöder lo sabe; no se
puede ceder a la facilidad de «liberar» las nociones evocadas con palabrerío
inútil: hay que trabajarlas en serio. Las palabras pensadas dentro de un verso
potencian sus sentidos, los desplazan en derivaciones de verso a verso, sin
redondeos.
En la base está el exterior de los mitos, de
las baladas, pero también de los cuadros
(Kandinsky, Manet, Escher) y de los poemas (Alejandra Pizarnik); está la
elaboración de lo natural: de frutas, árboles, pájaros, bosques, aguas,
mariposas, islas, piedra, ala, hojas, flores, camino, la puesta en escena de un
paisaje mental en que se apoya la interrogación sobre los poderes de la poesía.
En cuanto a la poesía misma, eso que se prueba y se va desarrollando a lo largo
del libro y construye su singularidad, Einöder trabaja a favor de la
continuidad del discurso: no usa puntuación, deja que los versos se desplacen
por la página como afirmaciones en suspenso. No hay tiempo, por lo cual los
poemas están en presente, como actos concretos. En «Once», por ejemplo, razona a favor de los juegos de palabras, similitudes
fónicas y de sentido, y al mismo tiempo despliega imágenes corporales, en un compacto que
adquiere sensualidad en el movimiento y en la primera persona : «lluvia de
endecasílabos de lluvia / porque la lluvia está llena de onces / llueven número
de gotas y gotas / de números se llueven
en mi pelvis / endecasílabos de lluvia surgen / calan el fondo de mis huesos
secos / lluevo muevo mis mares de mar lluevo / mar de sílabas once mares entran
/ en once sílabas llueve mi pelvis / no seco mi mojado mar de once / sílabas
silvas gotas de once huesos». El cuidado por el texto se asegura en otros casos
por la simetría estructural y la repetición de palabras y sonidos, así como por
la precisión en el modo de nombrar y de afirmar sus intuiciones. No es fácil
escribir poesía, y por eso Einöder opta por un camino personal que se sostiene
por sí mismo.
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