Coincidencias
Entre el olvido y la inmortalidad
Por Alejandro Ferrari / Martes 06 de agosto de 2024
Parque Capurro en 1917, Montevideo.
La fría efeméride consigna que entre mayo y julio de 1924 fallecieron, en Montevideo, dos reconocidos poetas: María Eugenia Vaz Ferreira y José Alonso y Trelles. ¿Hay algo que una, más allá de la coincidencia fúnebre, a estas figuras tan diferentes y a primera vista tan lejanas?
Un ligero contrapunto quizás nos muestre que los mundos difícilmente compartidos de María Eugenia Vaz Ferreira y José Alonso y Trelles puedan tener algún entrecruce que dé cuenta de la riqueza cultural de un país que crecía al amparo de la paz social y la educación popular.
María Eugenia Vaz Ferreira, la primera poeta del país, nació en Montevideo en 1875, hija de padre portugués y madre uruguaya. Autodidacta, precoz creadora, también fue dramaturga y música. Desde 1905 trabajó, primero como secretaria y luego como profesora de literatura, en la Sección Femenina de Enseñanza Secundaria y Preparatoria. Una enfermedad psiquiátrica, no consignada en su historia clínica, mermó sus capacidades en sus últimos años de vida.
José Alonso y Trelles, por su parte, nació en Ribadeo (provincia de Lugo, Galicia) en 1857 y a los dieciocho años emigró a la Argentina; dos años después se trasladó al Uruguay, estableciéndose en la entonces villa de Tala, Canelones. Se nacionalizó uruguayo en 1902 y llegó a ser electo diputado por el Partido Nacional en 1908. Incursionó en el trabajo periodístico —especialmente con la creación de El Tala Cómico y luego Momentáneas—, la dramaturgia y la producción teatral y, fundamentalmente, en la creación poética. Asumió la persona poética de «El Viejo Pancho», que le daría una trascendencia y visibilidad ante el gran público.
Escuelas y elecciones
Mientras languidecía el neorromanticismo, en el que ambos autores incursionaron brevemente, el modernismo se va estableciendo en el mundo literario hispanoamericano. A este movimiento también se adscribieron los miembros de la uruguaya Generación del Novecientos, en al menos una etapa. María Eugenia asimismo lo hizo, cultivando un modernismo de tipo parnasiano, más objetivo, aunque en sus últimos escritos llegase a un profundo intimismo, superador, que incluye el vacío existencial y un lenguaje auténtico, personal y por momentos vibrante.
Paralelamente, la poesía gauchesca, surgida al calor de los movimientos independentistas rioplatenses y descalificada por la alta cultura, llega a un momento de renovación a finales del siglo XIX. Lejos de las luchas iniciales de los gauchipolíticos, esta nueva «gauchesca domesticada» —como la describió Ángel Rama— tomó el santo y seña del tradicionalismo surgido como forma de preservar la identidad frente a los incesantes e influyentes aluviones inmigratorios, fundamentalmente de españoles e italianos, «que desplazaban con sus bajos salarios […] a los campesinos de estas tierras» (Lauro Ayestarán).
Como otros cultores de la gauchesca, también extranjeros, el gallego Alonso y Trelles, quien mantenía su acento en el habla, tomó una verdadera opción cultural, antes que lingüística y literaria, por la gauchesca escrita. Quizás fuese por sus orígenes rurales o por su rápida inserción en el medio en el que eligió establecerse, pero este gallego que deja la lira y toma la vihuela logra el «éxito» del inmigrante aquerenciado.
Pero no fue uno más. No atado a la métrica tradicional de la décima gauchesca, con un tono lírico que no renegaba de lo íntimo, e incorporando temas que provenían de la tradición literaria hispana y gallega que conocía, como el del infortunio en el amor, su producción poética de corte gauchesco, y más allá del éxito arrollador que consiguió, fue algo realmente renovador en un género que experimentó posteriormente un declive.
El sistema de publicación
María Eugenia y Alonso yTrelles, autores de textos comúnmente breves, recorrieron el sistema que comenzaba en el formato de la revista, de actualidades o literaria, y que a veces lograba llegar al libro propio o compartido en alguna antología.
Vaz Ferreira ingresó tempranamente con sus creaciones en distintos diarios y revistas literarias e ilustradas de Montevideo, particularmente en aquellas publicaciones surgidas al calor de la Generación del Novecientos como la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, Rojo y Blanco, La Alborada, Revista Nueva, Nueva Atlántida y Pegaso. Pero también lo hizo en Buenos Aires, con una presencia que fue apreciada particularmente. Varios de sus poemas, por ejemplo, fueron ilustrados por los dibujantes más conceptuados de este universo: Friedrich («Resurrección»), Zavattaro («Yo sola»), Soldati («Invocación») y Hohmann («Rendición», luego titulada «Holocausto») en las revistas más populares y reconocidas como Caras y Caretas, Fray Mocho y Atlántida.
Por otra parte, la formación del poeta gauchesco refugiado en el seudónimo «El Viejo Pancho» ocurrió al amparo de las revistas de corte nativista que surgieron a fines del siglo XIX: El Fogón, El Ombú y El Terruño, que tenían una gran comunicación con el público lector. Así cimentó la fama Alonso y Trelles.
Ambos, también, publicaron un solo libro propio de poesía, que forman parte del catálogo de la Colección de Clásicos Uruguayos. María Eugenia de forma póstuma con La isla de los cánticos (1925), un libro que comenzó a corregir, pero cuya edición culminó su hermano Carlos. Sendos ingresos en el Archivo familiar de los Vaz Ferreira permitieron la publicación de La Otra Isla de los Cánticos (1959), con edición y prólogo de Emilio Oribe, y de Poesías Completas (1986), con compilación y prólogo de Hugo Verani.
José Alonso y Trelles logró con Paja brava: versos criollos (1915) un verdadero bestseller, con cerca de veinte ediciones conocidas. Dice Idea Vilariño que «fue un libro querido, leído y releído, repetido de memoria en las escuelas, en los boliches de la ciudad y del campo». En 2005, el investigador Gustavo San Román realizó la edición de las Obras Completas de Alonso y Trelles (Linardi).
Música y teatro
No menos importante es que nuestros dos poetas estuvieron vinculados a la música y al teatro. María Eugenia como autora de textos o compositora de la música de varias obras, como los dramas líricos La piedra filosofal (1908), Los peregrinos (1909), el poema lírico Resurrexit o Idilio Medioeval (1913), este con música de César Cortinas, y el poema sinfónico Dulce Misiva (1912), entre varias obras, la mayoría estrenadas en el teatro Solís.
Alonso y Trelles, además de las obras teatrales que escribió y produjo en Tala, proveyó con sus textos firmados como «El Viejo Pancho» a múltiples músicos de diversas generaciones, como Eduardo Fabini, Alfredo Zitarrosa («De la lucha»), Amalia de la Vega («A mi rancho»), Horacio Guarany y especialmente a Carlos Gardel, que llegó a interpretar cuatro de sus poemas: «¡Hopa, hopa, hopa!», «Como todas», «Misterio» e «Insomnio». En este último hay un verso «Pucha que son largas las noches de invierno» que luego Julio Cortázar cita en el cuento «Torito» (Final del juego, 1956).
Investigaciones y archivos
La memoria viva de Alonso y Trelles, cuyos versos eran insertados, hasta no hace poco tiempo, en las tandas comerciales de radio Clarín, tuvo un mojón importante en la biografía que le dedicó Juan Carlos Sábat Pebet: El Cantor del Tala (Palacio del Libro, 1929), así como en un estudio que le consagró el académico José Pereira Rodríguez en 1957. Su presencia, a través de sus textos gauchescos, en grupos folklóricos o de tradiciones criollas, le ha permitido una pervivencia manifiesta en toda la cuenca del Plata.
La recepción de la obra de María Eugenia, por el contrario, ha sido un proceso menos masivo y, en la última época, ha venido de la mano de la apertura y digitalización de su hasta entonces esquivo y bien guardado archivo. Esto ha permitido más investigación académica, que viene acumulando artículos, tesis y, entre nosotros, el fundamental María Eugenia Vaz Ferreira: Entre filósofos y sabios (Biblioteca Nacional de Uruguay, 2019), de Elena Romiti.
Esta recepción ha permeado, últimamente, a la creación artística. Un proceso de dramaturgia colectiva de la compañía teatral Verdeteatro creó Inédita María Eugenia, que desde 2021 se ha venido presentado en distintas temporadas con dirección de Camila Carbajal. Y, en 2022, se presentó una versión de La piedra filosofal, con dirección de Noemí Alem.
Mar y cielo
El poeta Fernán Silva Valdés logró expresar la tirana lucha entre olvido e inmortalidad contemplando el derrotero de nuestros poetas convocados. Así, mientras despide a María Eugenia en el número homenaje de la revista literaria Pegaso, dice:
Lo que la vida nos quita
Nos lo devuelve el morir,
y ahora que te moriste nos acordamos de ti…
honores después de muerta
¡para qué te han de servir!
Casi diez años después, sin embargo, reconoce la fama aún viva de Alonso y Trelles en Décimas al Viejo Pancho (1933):
Ya te acorraló la historia
Digo, y nadie se me asombre,
Es un abrojo tu nombre
Pegao al lomo’e la gloria!
Nuestros poetas también vislumbraron algo de la trascendencia del autor, pero también de la vitalidad de la obra, del olvido y la inmortalidad. Así, Vaz Ferreira en «Invitación al olvido», escribe:
Humedecido en mi lloro
flameó tu blanco pañuelo,
y calló su ritornelo
nuestro adiós largo y sonoro.
Se unió el quejumbroso coro
del viento a mi acerbo duelo,
mientras me miraba el cielo
con sus pupilas de oro.
Resonó el postrer silbido,
tras el respón de la bruma
el buque ocultóse al par;
y brindándome el olvido
en su ancha copa de espuma,
«Bebe», me decía el mar...
Y «El Viejo Pancho» confiesa:
¡Yo no quiero morir dentro e mi rancho
como muere el peludo entre la cueva!
Quiero sentir bajo la luz del cielo
la caricia e la tierra
que jue siempre pa mi como una madre
y ha e recoger mis güesos lo que muera.
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