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Mi surrealismo personal

Robar con honestidad

Por Natalia Zito / Miércoles 14 de febrero de 2024
«Sea», de Koga Harue (1929). Museo Nacional de Tokio.

Natalia Zito cierra el ciclo «Mi surrealismo personal» con un texto sobre la conveniencia de la apropiación, creditada y transformada, y de la necesidad de que el arte arremeta contra los parámetros de lo real. 

Hay que robar con honestidad. Suelo decir eso en mis talleres de escritura y no me refiero al copy paste, por supuesto, sino a saber tomar del otro lo que puede resultar útil, no para apropiarnos de un brillo y venderlo como novedad, sino para transformarlo, aprender y hacer, con algo de otro, algo propio. Nunca había encontrado, sin embargo, hasta leer un artículo de Sarah Angélica Cruz, en la revista cultural mexicana Primera Página, la relación de esa frase con los collages que yo hacía de adolescente. En el artículo ella sostiene, a propósito del collage, que «para ensamblar hay que robar». De pronto me vi, en una versión anterior de mí misma, recortando y pegando, ensamblando lo ajeno a una forma propia. En aquellos años forraba cajas con recortes de revistas, envoltorios de golosinas, pero sobre todo con tarjetas de boliches, así le llamábamos en los noventa en Buenos Aires a los lugares bailables nocturnos. Todo es una antigüedad, la denominación y las tarjetas, ya lo sé, pero eso no es problema para mí, lo que espero que nunca se pierda es el procedimiento: una forma propia de recortar, conservar y componer. 

*

Bringing the war back home fue una serie de veinte fotomontajes a color que realizó la artista norteamericana Martha Rosler, entre 1967 y 1972, años en los que Estados Unidos intensificó su ataque militar a Vietnam. Rosler buscó escenificar el propio impacto de ver la guerra por televisión mientras cenaba tranquilamente en su casa. Fue a partir de esa vivencia que montó imágenes crudas de la guerra sobre fotografías de hogares serenos y lujosos. No eran fotografías propias sino recortes de distintas revistas y cada fotomontaje fue difundido originalmente en periódicos clandestinos o folletos. En Balloons, una de las piezas de la serie, se ve a un vietnamita cargando con desesperación a un niño muerto. El montaje hace parecer que sube por la escalera dejando atrás un living moderno y lujoso adornado en un rincón por un racimo de globos de colores en franco contraste con la expresión desesperada del hombre. El efecto acentúa la heterogeneidad de los elementos [1] y desbarata la distancia: la escena de pronto ocurre en la calidez de un hogar que pareciera estar a salvo de las bombas. Si eso fuese posible, la guerra estaría —sin duda— mucho más cerca de ser inadmisible, pero —en palabras de Jacques Rancière [2]— el conocimiento de una realidad no necesariamente conlleva la voluntad de cambiarla o actuar en consecuencia. De hecho, mientras escribo estas líneas, a miles de kilómetros de Buenos Aires hay, por ejemplo, gazatíes cargando bebés en las mismas condiciones que aquel vietnamita y nada indica, lamentablemente, que el fuego vaya a cesar. 

*

Me interesa el verbo ensamblar porque, ahora que lo escribo, pienso que ensamblar es lo que estuve haciendo, lo que hago, en esta columna. Poner a convivir diferentes tramas para que los sentidos floten entre ellas y digan más de lo que yo misma supongo. Ahora que lo pienso de ese modo, me doy cuenta de que escribir también es una forma de collage: las palabras son siempre ajenas y se trata de encontrar la manera más interesante de combinarlas; frotar una contra la otra y hacer chispita, diría la poeta peruana Rosella Di Paolo [3]. 

*

Hasta que no pego algo en las paredes, el lugar no es mío. En cada casa o estudio en el que viví en los últimos quince años, dejé o tengo una pared revestida con recortes de revistas culturales, diarios y tarjetas de obras de teatro. En ningún caso pude deshacer el collage cuando me mudé. No puedo borrarme a mí misma, eso siempre es tarea de otro. Cuando llego, no hago el collage enseguida, tengo que tolerar un tiempo en el que me quedo mirando las paredes sin que me digan nada, hasta que en algún momento ocurre, algo me dice: es ahí. En general eso viene asociado a cierto apuro porque el llamado de lo artístico siempre es tirano. En mi estudio actual, mi madriguera, descuarticé un libro de páginas amarillentas rescatado de alguna mudanza ajena que daba la impresión de no estar completo. No quise saber mucho, de lo contrario iba a ser imposible convertirlo en empapelado. Mientras pegaba las páginas prestando atención a no excederme con el pegamento y ser cuidadosa con la superficie para evitar arrugas y globos de aire, sucedió algo inesperado: el texto —como hubiese dicho Barthes— probó que me deseaba [4] y no pude evitar leer. Fingí displicencia con las frases aquí y allá hasta que la palabra surrealismo me obligó a leer lo que ahora decían mis paredes:

No intente usted apaciguar aquí su hambre de entendimiento. Deje su raciocinio en la puerta. Entender es nivelar.

El súbito interés ponía a prueba el sacrilegio de seguir arrancando hojas, pero la herejía ya estaba en marcha y esa misma parte tirana que hay en mí me obligaba a seguir pegando y prestando atención a la pura forma que componía con las páginas. Sin embargo, seguí leyendo:

no se trata para nada de entender una pintura, una partitura, un poema. Lo único importante es motivarlo a usted a sacudir su servidumbre […] abandonar la rutina diaria, recibir la luz de una lumbre misteriosa […] estar en comunicación con lo inefable. En pocas palabras, hacer saltar la realidad.

De haberlo planeado, habría sido imposible. Es decir, si hubiese leído antes Documentos para la comprensión del arte moderno, de Walter Hess —el libro en cuestión—, jamás lo habría descuartizado, pero el collage estaba ahí creándose con mis propias manos para decirme, una vez más, que el arte solo es posible si se ignora alguna dimensión del material con el que se trabaja. Por eso los expertos no son artistas. El arte es algún tipo de magia, por eso puede mostrar lo atroz y al mismo tiempo producir placer. «En pocas palabras, hacer saltar la realidad».

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Notas

[1] Rancière, J. El espectador emancipado. Trad. Ariel Dilon. Buenos Aires: Manantial, 2010.

[2] Ibidem.

[3] Di Paolo, R. «Descabezo estatuas», en Piel alzada. Lima: Paracaídas, 2019.

[4] Barthes R. El placer del texto y la lección inaugural. Trad. Nicolás Rosa. Buenos Aires: Siglo XXI, 2008.

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