Mi surrealismo personal
¿Qué realidad?
Por Natalia Zito / Viernes 21 de julio de 2023
«Ophelia Among the Flowers», de Odilon Redon.
Por medio de un ensayo que hilvana recuerdos de hechos que no sucedieron y una vuelta sobre la obra de la artista Leonora Carrington, Natalia Zito se pregunta a qué realidad nos referimos al nombrarla. Porque, de todos modos y como Natalia sugiere, «de los hechos reales queda la ficción».
¿Qué realidad?
Cuando decimos «la realidad», ¿de qué realidad hablamos?
Voy a hilvanar algunos fragmentos no con la intención de acercarme a una respuesta sino de poner en evidencia la complejidad de la pregunta.
*
Leonora Carrington (1917-2011) fue una artista plástica y escritora inglesa que vivió buena parte de su vida en México. En 1937, a sus veinte años, conoció en una cena a Max Ernst, pintor, escultor y poeta surrealista alemán nacionalizado francés, de cuarenta y seis años y en pareja con su segunda mujer. Se enamoraron y dada la desaprobación de la familia de Leonora, se fueron a vivir a Francia, donde tuvieron unos tres años de romance digno de película, con Dalí y Breton como visitas frecuentes; un mundo en el que Leonora fue nombrada «la novia del viento». Pero en mayo de 1940 Max Ernst fue deportado a un campo de concentración. Sobre ese episodio Leonora escribió en Memorias de abajo:
Estuve llorando varias horas en el pueblo; luego volví a mi casa, donde me pasé veinticuatro horas provocándome vómitos con agua de azahar, interrumpidos por una pequeña siesta. Esperaba aliviar mi sufrimiento con estos espasmos que me sacudían el estómago como terremotos. […] Había visto la injusticia de la sociedad.
Después de eso, Leonora huyó a España con la ilusión de encontrar la manera de liberar a Max. Para eso, hizo públicas sus opiniones sobre la realidad del nazismo y el fascismo, pero al contrario de lo que esperaba, fue considerada una enferma mental, por lo que —influencias de su padre mediante— terminó ingresada en un psiquiátrico.
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¿Qué palabras podrían explicar que una persona sea llevada a un campo de concentración?
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Hace algunos días, me llegó una lectura de mi última novela, Vos, que acaba de publicarse (no hay alegría más pura que tener noticias de las lecturas). Un mensaje de una querida colega que, entre sus elogios, hacía foco en cómo una escena logra transmitir la complejidad de un vínculo. En la escena, una hija adulta acaricia la mano de su padre moribundo y se pregunta cómo habría sido su vida de haber conocido la textura de esa piel desde niña. Al leer el mensaje, la escena acudió a mi mente con todos sus detalles y de pronto, inesperadamente, me encontré llorando con ese recuerdo y con el registro repentino de cuánto extraño a mi padre. Pero unos instantes después, me dije: ¡pero si esa escena no ocurrió! A diferencia de otras en la novela, basadas en recuerdos, la escena con la que yo no paraba de llorar era pura ficcion.
*
«Una mujer que busca crear algo más real que la realidad»: así definió Elena Poniatowska a Leonora Carrington, quien con los años se convirtió ella misma en el surrealismo, tal como también afirmó Poniatowska. «Ser artista es no saber nunca que ya existe un arte, ni tampoco que ya existe un mundo», agregaría Blanchot con El libro que vendrá. “El mundo del sueño y el real no hacen más que uno” acotaría Breton y una Leonora Carrington niña podría dar crédito desde esta escena de la novela que Elena Poniatowska escribió sobre ella, Leonora:
—¿Andas a cuatro patas? —le pregunta su madre.
Leonora le sopla a la cara y Rab la muerde.
—¿Por qué haces eso? Podría dejarte una cicatriz —se espanta la madre.
Si los adultos les preguntan a los niños por qué hacen esto y lo otro es porque no saben entrar a esa zona misteriosa que se crea entre los niños y
los animales.
—¿Me estás diciendo que yo no soy un animal? —le pregunta atónita Leonora a su madre.
—Sí, eres un animal humano.
—Yo sé que soy un caballo, mamá, por dentro soy un caballo.
—En todo caso eres una potranca, tienes los mismos ímpetus, la misma fuerza, te lanzas sobre los obstáculos y los brincas pero lo que yo veo frente a mí es una niña vestida de blanco con una medalla al cuello.
—Estás equivocada, mamá, soy un caballo disfrazado de niña.
*
Se dice que alguien está loco cuando habla sin sentidos compartidos, cuando dice cosas incomprensibles, cuando usa palabras donde los otros no se encuentran. Las palabras compartidas nos dan, al parecer, cierta seguridad.
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Leonora Carrington salió de la internación muchos meses después y, en medio de un nuevo intento de su padre por volver a internarla, consiguió huir de Europa casándose con el poeta Renato Leduc que en ese momento tenía un puesto diplomático en Lisboa y de quien se separó luego de un año de llegar a Estados Unidos. En Nueva York, algún tiempo después, se reencontró con Max Ernst, pero no volvieron a estar juntos. Ambos tenían otras parejas, aunque según dicen Max Ernst nunca superó el amor por Leonora. En 1976, Leonora publicó La trompetilla acústica, a mi juicio su obra maestra. La historia de una mujer de noventa y nueve años, cuyo nieto decide trasladarla a un geriátrico dado que ya no soporta tenerla en su casa. La madre de la protagonista tiene ciento veinte años y está en otra ciudad con un novio algunos años menor. La mujer tiene una amiga, Carmela, que decide organizar un operativo de rescate de su amiga. Leonora construye una de las tramas más épicas y entrañables de la literatura de los últimos tiempos. Sería muy extenso transcribir escenas, pero quizá alcance con decir que Carmela tiene solo algunos años menos que la protagonista, que planea alquilar (para burlar a la policía) un auto para el rescate, conseguir unas metralletas y tomar el hospicio por asalto. Ante la pregunta por cómo conseguiría las metralletas, Carmela responde:
—Las metralletas son fáciles de manejar. […] No se requiere ningún talento del otro mundo y no tienes que hacer blanco siquiera; el ruido aterra a la gente, creen que eres un ser peligroso si te ven con una metralleta. […] Suponte que sueltan tras de nosotras una manada de perros policía, en tal caso tendría que disparar. Una jauría entera es un excelente blanco, digamos que sean cuarenta perros a una distancia de unos tres metros, no sería fácil errar. […] Los perros policía no son, hablando con propiedad, animales. Los perros policía son seres pervertidos sin mente animal. Si los policías no son seres humanos, ¿cómo pueden los perros ser animales?
*
No hay otra cosa que la ficción, diría Lacan al verme llorar. Todos los recuerdos son una construcción, agregaría Freud. De los hechos reales queda la ficción, escribí yo misma hace algunos años. Vuelvo cada tanto a ese rescate épico de ancianas armadas con metralletas y a ese padre mejorado por el filtro de la novela. ¿Qué realidad?, me digo de pronto y vuelve la emoción.
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