¿Por qué no regalar poesía?
Compartir un placer
Por Roberto Appratto / Miércoles 15 de diciembre de 2021
No faltan razones para regalar libros en cualquier época del año, sin embargo, la sección de poesía ocupa el lugar más temido y menos frecuentado por quienes buscan compartir un regalo. ¿Por qué no convertir la poesía en un territorio accesible y regalar placer?
En un tiempo no muy lejano se
decía que el mejor regalo era un libro, tanto para adultos como para niños. La
oferta de cultura, de ampliación de mundo, de creación de un hábito que
acompaña toda la vida, de recreación, el fortalecimiento de la vida interior,
la relación entre el libro regalado y su función educativa, la educación del
gusto, hacían indudable esa recomendación. Sin duda, en los últimos años tales
certezas se han relativizado: la opción por un libro, del tipo que sea, para el
público que sea, ya no es tan fuerte en razón de la desvalorización general de
la literatura y la consiguiente pérdida de la costumbre de leer, de tener una
biblioteca, de atesorar libros, incluso, como objetos.
Hay, por supuesto,
excepciones: gente que sigue yendo a las librerías, interesada por éxitos de
ventas, que de pasada descubre otros libros; gente que busca autores
específicos, clásicos o modernos, y los lee o los regala. Cada año, en el
festejo del Día del Libro se da por sentado que esas acciones son más
frecuentes que en la realidad, se celebran autores fundamentales, se difunde la
producción nacional, se junta a los escritores para que cuenten sus
experiencias. Por otra parte, se escribe mucho, narrativa, ensayo, literatura
infantil, y también poesía, que es tal vez el rubro menos visitado de las
librerías, el que plantea más dificultades y reticencias para su lectura. Es
para cambiar un poco esa situación que escribo esto. Si se quiere regalar un
libro para las fiestas, porque se cree sinceramente que es la mejor opción,
¿por qué no regalar poesía?
Puede concebirse como un acto
de violencia, la invasión de un territorio desconocido o en todo caso una
actitud un tanto excéntrica. Pero ya se trate de familiares o de amistades, de
relaciones cercanas o distantes, regalar un libro de poesía es proponer un
cambio de lenguaje. Ahí entra todo: García Lorca, Pablo Neruda, Alejandra Pizarnik,
Nicanor Parra, Idea Vilariño, antologías de otros países o nacionales, poetas
locales: todo aquello que uno presume valioso y que transfiere en el regalo, no
como una clase sino como una invitación a compartir un placer. Ya que se trata
de un libro, ¿por qué no sustituir la novela (que, en sus variantes más «de
lenguaje», no está muy lejos de la poesía) por ese otro tipo de información que
puede brindar un libro de poemas? Con ese solo movimiento se saca a la poesía
de ese terreno de especialistas en que vive para convertirla en una posibilidad
de lectura, distinta, pero accesible a todos.
Si se regala poesía se apela a
la sensibilidad, no solamente a dramas expresivos individuales, sino a la
capacidad del lenguaje para producir imágenes y sonidos al mismo tiempo que
significados. Puede pensarse que esos significados van por carriles diferentes
a los de la prosa, porque la necesidad de condensar hace que muchas veces se
quieran decir más cosas en una palabra que las indicadas en el diccionario; que
no se cuenta una historia, que la linealidad queda diluida ante las relaciones
entre las palabras, que, además, ocupan lugares en el espacio de la página
distintos de los habituales; es cierto, pero también lo es que el ejercicio de
lectura en esos términos plantea problemas de mayor o menor complejidad, detrás
de los cuales hay otros a ser pensados en la vida cotidiana. Leer a Fernando
Pessoa, a César Vallejo, a Sylvia Plath o a Eduardo Milán, por citar solo a
algunos, no solo puede ampliar el gusto por la literatura, sino llevar a
profundizar en distintos aspectos de la afectividad, del razonamiento, de la
imaginación, del deseo: paradojalmente, la fragmentariedad, la condensación y
la sonoridad de la poesía ayudan a entenderlos de una manera más directa, más
vinculada a la circulación de las ideas y los impulsos que todos tenemos, y
muchas veces no sabemos manejar. Alguna vez se dijo que los libros son íconos,
modelos, de la vida del lector: en ningún otro género se ve más claro que en la
poesía.
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