Poesía contemporánea
[Traducĕre #17] Nicole Sealey por Mariel Kozynski
Por Mariel Kozynski Waserman / Domingo 16 de junio de 2024
Mariel Kozynski (izq.), foto: Sharon Ettinger, y Nicole Sealey (der.), foto: Rachel Eliza Griffiths.
Seis poemas de la estadounidense Nicole Sealey (1979) inéditos en castellano y en traducción de Mariel Kozynski. La antología que resulta es «una maravillosa combinación de ciencia, política, cultura pop, mitología y emociones [...] la autora habla de lo que nos sacude, sus poemas me extienden la mano para salir a recorrer y verme a mí y ver a otras personas».
Historia clínica
Estuve embarazada. Tuve sexo con un hombre
que tuvo sexo con hombres. No puedo dormir.
Mi madre tiene, la madre de mi madre tenía
asma. Mi padre tuvo un ACV. La madre
de mi padre tiene presión alta.
Mis dos abuelos se murieron de diabetes.
Yo tomo. No fumo. Xanax para viajar en avión.
Propranolol para la ansiedad. Veo mal.
El viento me estremece. La prima Lilly se murió
de un aneurisma. La tía Hilda, de un infarto.
Al tío Ken, tan sabio que era, lo atropelló
un auto como para refutar cualquier teoría
a la que quiera llegar con esto. Y, según entiendo,
las estrellas en el cielo ya están muertas.
Medical History
I’ve been pregnant. I’ve had sex with a man
who’s had sex with men. I can’t sleep.
My mother has, my mother’s mother had,
asthma. My father had a stroke. My father’s
mother has high blood pressure.
Both grandfathers died from diabetes.
I drink. I don’t smoke. Xanax for flying.
Propranolol for anxiety. My eyes are bad.
I’m spooked by wind. Cousin Lilly died
from an aneurysm. Aunt Hilda, a heart attack.
Uncle Ken, wise as he was, was hit
by a car as if to disprove whatever theory
toward which I write. And, I understand,
the stars in the sky are already dead.
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Permanencia del objeto
Para John
Amanecimos como sorprendidos de que el otro siguiera ahí,
lo corroboramos con caricias a las sábanas.
Cómo pudimos trazar el camino
hasta la cama —en deuda con el calor tal como la aurora
le debe a la luz—. Pero no nos damos tanto auto-
bombo como para pensar que todo
nos trajo hasta acá, todo nos trajo hasta acá.
Hay un nombre para el animal
que el amor hace de nosotros —nombrado, creo,
como la lluvia, por el sonido que emite—.
Sos el animal cuyo nombre reciben otros
animales. Hasta que no quede ninguno para reír,
los días van a empezar con el mismo sobresalto
y terminar con orugas atragantadas con algodoncillo.
Ay, cómo entretenemos a los ángeles
con nuestra breve animación. Ay,
cómo te voy a extrañar después de muertos.
Object Permanence
For John
We wake as if surprised the other is still there,
each petting the sheet to be sure.
How have we managed our way
to this bed—beholden to heat like dawn
indebted to light. Though we’re not so self-
important as to think everything
has led to this, everything has led to this.
There’s a name for the animal
love makes of us—named, I think,
like rain, for the sound it makes.
You are the animal after whom other animals
are named. Until there’s none left to laugh,
days will start with the same startle
and end with caterpillars gorged on milkweed.
O, how we entertain the angels
with our brief animation. O,
how I’ll miss you when we’re dead.
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Imaginar a Sísifo feliz
Dame esta noche para ser inconsolable,
para que la pulsión de muerte no se
declare, para que la luz de la luna no convenza
al alba. Yo nací antes del alba
—cuando la mañana usa la máscara de la noche,
la temperatura de la sangre, una boca
trémula en duelo—. ¿Cómo
escribimos nuestro dulce nacimiento, la altura
que teníamos? —¿éramos dioses empujando estrellas por
un cielo de parhelios, como escarabajos?—.
Somos algo entre dios
y mineral, ángel y animal,
esperando que algo tan sagrado como el sol se alce
y caiga como una bestia común.
Los venados huelen a los cervatillos sin vida antes de irse,
los elefantes rodean los cráneos y los colmillos
de sus muertos —ninguno quiere dejar
los huesos atrás, ninguno sabe
que irse va a paliar la pérdida—. Pero las aves
se arrancan sus propias plumas, los perros
se lamen hasta lastimarse. Permitime este
lujo. Dame esta noche para cortar
y salar el hueco. Dame una pala
para arrancar la mandrágora y escuchar
su grito. Dame un rostro que sufra su labor
tan cerca de la piedra, que sea
piedra. Prometo volver a entrar a la carne.
Prometo ascender en círculos.
Prometo ser feliz mañana.
Imagine Sisyphus Happy
Give me tonight to be inconsolable,
so the death drive does not declare
itself, so the moonlight does not convince
sunrise. I was born before sunrise—
when morning masquerades as night,
the temperature of blood, quivering
mouth in mourning. How do we
author our gentle birth, the height
we were—were we gods rolling stars across
a sundog sky, the same as scarabs?
We fall somewhere between god
and mineral, angel and animal,
expecting a thing as sacred as the sun to rise
and fall like an ordinary beast.
Deer sniff lifeless fawn before leaving,
elephants encircle the skulls and tusks
of their dead—none wanting to leave
the bones behind, none knowing
their leave will lessen the loss. But birds
pluck their own feathers, dogs
lick themselves to wound. Allow me this
luxury. Give me tonight to cut
and salt the open. Give me a shovel
to uproot the mandrake and listen
for its scream. Give me a face that toils
so closely with stone, it is itself
stone. I promise to enter the flesh again.
I promise to circle to ascend.
I promise to be happy tomorrow.
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Incluso los dioses
Incluso los dioses malogran el azul que se despliega. Incluso los dioses malinterpretan la inclinación de las anémonas hacia los rayos de sol como consentimiento para consumirlas. Aun así, envidiás el caballo que tira de su carro. Hueso de su hueso. El amasijo de aire que se marchita basta para que no escales el Olimpo con obsequios de cosas muertas o moribundas colgándote de la boca —tu aliento, como el mar, se aleja muy despacio—. Se rumorea que los dioses crecen donde gotea la sangre de un hombre ahorcado. Insistís con ser ese hombre. Los dioses se abusan de tu gracia. Aun así, preferís vivir en el blanco diáfano y despejado, saboreando lo que les queda de ambrosia. ¿Quién debería ser feliz esta vez? ¿Quién le trae torta a quién? Rezá para que los dioses no malentiendan tus latidos codiciosos como si fueran caos, el negro a partir del que fueron concebidos. Incluso los ojos de los dioses se tienen que adaptar a la luz. Incluso los dioses tienen dioses.
Even the Gods
Even the gods misuse the unfolding blue. Even the gods misread the windflower’s nod toward sunlight as consent to consume. Still, you envy the horse that draws their chariot. Bone of their bone. The wilting mash of air alone keeps you from scaling Olympus with gifts of dead or dying things dangling from your mouth—your breath, like the sea, inching away. It is rumored gods grow where the blood of a hanged man drips. You insist on being this man. The gods abuse your grace. Still, you’d rather live among the clear, cloudless white, enjoying what is left of their ambrosia. Who should be happy this time? Who brings cake to whom? Pray the gods do not misquote your covetous pulse for chaos, the black from which they were conceived. Even the eyes of gods must adjust to light. Even gods have gods.
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fuerza histérica
Cuando escucho que a un mochilero
lo fulminó un rayo pero sigue vivo,
o que un niño levantó un sedán de dos toneladas
para rescatar a su padre que quedó atrapado,
o que una campista luchó con un oso gris
con sus propias manos hasta que alguien,
un cazador tal vez, lo mató de un disparo,
pienso en las personas negras:
la fuerza histérica que debemos
poseer para sobrevivir solo a existir,
algo que temo que muchos creen, y
tratan como, una anormalidad.
hysterical strength
When I hear news of a hitchhiker
struck by lightning yet living,
or a child lifting a two-ton sedan
to free his father pinned underneath,
or a camper fighting off a grizzly
with her bare hands until someone,
a hunter perhaps, can shoot it dead,
my thoughts turn to black people—
the hysterical strength we must
possess to survive our very existence,
which I fear many believe is, and
treat as, itself a freak occurrence.
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legendaria
¿Tengo que decir quién soy y todo eso?
PEPPER LABEIJA
¿Qué chica desperdicia la oportunidad
de hablar de sí misma? Yo no. Hoy no.
No te voy a aburrir con mi biografía
—solo algunos titulares de mi CV—.
Yo no aspiro a ser; el resto aspira a ser yo.
La pregunta más repetida no es
¿QHJ? Es ¿qué haría Pepper LaBeija?
En realidad la pregunta debería ser ¿qué no ha
hecho? Ya camino hace dos décadas
y gané más grandes premios que nadie.
Detesto dragonear, pero soy un desfile unipersonal,
Jehová en drag, la iglesia de vestido.
Quizás fuera de estas paredes sea intrascendente,
pero acá soy el Viejo y el Nuevo Testamento.
legendary
You want me to say who I am and all of that?
PEPPER LABEIJA
What girl gives up an opportunity
to talk about herself? Not I. Not today.
I won’t bore you with my biography—
just a few highlights from my résumé.
I don’t aspire; I’m whom one aspires to.
The most frequently asked question isn’t
WWJD? It’s what would Pepper LaBeija do?
Really the question should be what hasn’t
she done? I’ve been walking now two decades
and got more grand prizes than all the rest.
I hate to brag, but I’m a one-man parade,
Jehovah in drag, the church in a dress.
Outside these walls I may be irrelevant,
but here I’m the Old and the New Testament.
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SOBRE LA AUTORA
Nicole Sealey nació en St. Thomas, Islas Vírgenes de los Estados Unidos, y creció en Apopka, Florida. Escribió The Ferguson Report: An Erasure, con el que ganó el Forward Prize for Poetry a mejor poema individual y el OCM Bocas Prize for Caribbean Literature en la categoría de poesía; con Ordinary Beast fue finalista del Hurston/Wright Legacy Award y del PEN Open Book Award. The Animal After Whom Other Animals Are Named fue galardonado con el Drinking Gourd Chapbook Poetry Prize. Ganó una beca 2023-2024 del Cullman Center de la Biblioteca Pública de Nueva York, un Premio de Roma en Literatura de la Academia Americana en Roma, una beca Hodder de la Universidad de Princeton, el Stanley Kunitz Memorial Prize del The American Poetry Review y becas de CantoMundo, Cave Canem, el Fondo Nacional para las Artes de los Estados Unidos y la New York Foundation for the Arts. Su obra se ha publicado en varias revistas, incluidas The Atlantic, The New Yorker y Poetry London.
Tiene una maestría en Artes Liberales en Estudios Africanos de la Universidad del Sur de Florida y una maestría en Bellas Artes en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York. Es docente del programa de maestría en Bellas Artes Writers Workshop in Paris de la Universidad de Nueva York.
SOBRE LA TRADUCCIÓN
¿Cuál es la distancia? Es decir, ¿qué tan extenso es lo que me separa de estar sintiendo estímulos o ideas como las que describe una escritora en sus poemas? Es una pregunta que me hago seguido —tal vez no con esas palabras, tal vez no con esa precisión léxica y tal vez no formulada con tanta claridad—, porque parte de lo que me deslumbra al leer poesía (no solo a mí, claro, no estoy describiendo algo único ni de lo que no se haya hablado aún) es esa cercanía, suerte de mimetización o hasta encarnación, de compartir cuerpo y voz, de saberme amparada por las palabras de otra que vive lo mismo que yo. O no. También me hallo en esa cercanía cuando descubro la novedad, los ojos desde el otro lado de la habitación, los que me miran a mí o miran hacia otro lado, pero que me invitan a probarlos por un rato y saber que a las dos nos sacuden preguntas, miedos y pasiones. Y es que así llegué y así transito la poesía de Nicole Sealey.
Encontré The Animal After Whom Other Animals Are Named en una librería de Brooklyn que se llama Books Are Magic (¿una especie de augurio, quizás, de que algún día terminaría traduciendo a la autora?) y me lo llevé en un arrebato de curiosidad, digamos, animal. Me enloquece el acto de nombrar, de heredar y regalar a otro identificación e individualidad. Le damos un nombre a aquello que nos pertenece. Nombrar es arrojar a la vida a un ser y atarlo a un manojo de símbolos, luces y sombras enmarañados. Es sentencia, homenaje, recuerdo. Nosotros, animales, jugamos a ser dioses para los demás animales, a los que sometemos a nuestra voluntad y nuestro capricho. Nos valemos de nuestra inteligencia y conciencia y le decimos a cada uno qué es y qué tiene que hacer. Pero, después de todo, esa fue la instrucción que recibió Adán, es decir que quizás no sea que jugamos a ser dioses, sino que desempeñamos nuestro rol en tanto semejantes a la divinidad: tenemos una responsabilidad. El título del libro también me recuerda que nombrar es traer al presente a alguien, es una forma de que el otro exista, aunque sea un momento, junto a nosotros. Y hay nombres que no me atrevo a pronunciar. Los digo rápido, bajito, para que se vayan, casi como si me lastimara su presencia entre mis labios; otros, como con vergüenza y seriedad, sin diminutivos u otras modificaciones afectuosas, como si no tuviera derecho a hacerlos parte de mi cotidianidad. Podría hablar horas de nombres, de los míos y los de los demás.
Y es con los nombres, los nombres de las personas a las que dedica los poemas, los nombres de las personas que homenajea con sus textos, los nombres de los parientes muertos, que Sealey despliega sus intereses y sus preocupaciones. Nos habla del cuerpo en tanto objeto de estudio de la medicina y en tanto centro simbólico y político de lo que nos sucede. Habla de cómo ser una persona negra requiere una fuerza sobrehumana, histérica, para sobrevivir y ser vista en pie de igualdad en un mundo de supremacía blanca e incontables episodios de violencia racista. Nos señala a las personas blancas por nuestra participación en la acción o en el silencio. También habla del amor, de sentirlo y nombrarnos en presencia o ausencia del ser amado, «hay un nombre para el animal / que el amor hace de nosotros». Sealey usa su voz para replicar la de varias artistas queer del drag y la cultura ball en Nueva York en los 80 —que aparecen en el documental Paris Is Burning, un imperdible—. En una maravillosa combinación de ciencia, política, cultura pop, mitología y emociones, la autora habla de lo que nos sacude, sus poemas me extienden la mano para salir a recorrer y verme a mí y ver a otras personas: muestra las penas, los duelos y las alegrías que todos compartimos, así como el sufrimiento y la celebración de quienes estamos, de una o varias maneras, en los márgenes de lo correcto. Y, además, baja a los dioses a nuestro plano y nos eleva a nosotros al suyo, nuestros límites se desdibujan.
Es todo esto, entonces, lo que me hizo volver a Sealey para traducir sus poemas. Tomé los cuatro primeros de The Animal After Whom Other Animals Are Named y los últimos dos de Ordinary Beast, dos obras que le han valido premios y nominaciones. Hay un recorrido por temas que me hablan suave. Escucho el llanto y la risa de aquellos a los que la sociedad de las normas rígidas, heterocis y blancas sigue condenando; recorro la historia clínica que puedo trazar en las ramas más próximas de mi árbol genealógico; repaso lo que los nombres hicieron de todos nosotros y lo que harán de los que vendrán; diviso a los dioses cerca y nos veo a todos arrastrando piedras arriba y abajo de una montaña.
Como con toda traducción, una podría pasar horas revisando y dudando, jugando con las palabras. La certeza es esquiva. Y está bien que así sea. Estoy con estos poemas desde hace varias semanas y en las relecturas me encuentro con fragmentos que me hacen preguntarme en qué estaba pensando cuando traduje y otros que me hacen sonreír como con autocomplicidad. Y es parte de la diversión, del encanto, de la seducción de la traducción. Me da otra manera de acercarme, de acercarme a lo que la autora escribió y de acercarme a ella, puedo entenderla mejor —o, aunque sea, creer que la entiendo mejor—. Traducir es intentar encontrar la voz de cada poema, hallar el punto justo entre brevedad y cariño para enumerar la lista de afecciones de la familia y luego volver a ver escenas de Paris Is Burning para ser, por un momento, una leyenda del drag de Nueva York. Es tratar de resolver qué hago con un poema que combina «misuse», «misread» y «misquote». Es cruzarme, de casualidad y en los días en los que estaba revisando la traducción, con un tuit que decía «one must imagine Sisyphus happy», para darme cuenta de que «imagine» no era solo el imperativo «imaginá» (la autora también lo aclara al final del libro, de eso también me di cuenta tarde), sino que era parte de una referencia a Camus, que nos dijo que era nuestro deber imaginar a Sísifo feliz, incluso en lo absurdo de la vida.
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