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Una gran novela

Novelones: «Caja 19», de Claire-Louise Bennett

Por Cecilia Ríos / Martes 23 de enero de 2024

Ahora es el turno de Caja 19, novela recientemente lanzada por Eterna Cadencia. Allí, Claire-Louise Bennett, en traducción de Laura Wittner, dobla la apuesta con esa prosa tan única que había mostrado en Estanque (2016). Además, hay «gracia y dinamismo en las narraciones y detrás de ellas, infaltablemente, una visión sobre las cosas que jamás suena impostada».

Empecé a leer Caja 19 sin saber nada del libro ni de su autora, Claire-Louise Bennett. Me bastaron la recomendación de una librera sabia, el hecho de que fuera editada por Eterna Cadencia (eterno reconocimiento) y que fuera traducida por Laura Wittner, poeta a la que respeto. No es que poesía y traducción vayan por el mismo camino, pero me gusta pensar que sí. Tampoco creo que la nacionalidad asegure calidad artística ni sea una marca de estilo. Un sello en la primera página dice «Literature Ireland, promoting and translating Irish writing», y me pregunto si es gracias a este fondo que en Uruguay hemos leído a escritoras grandiosas como Edna O´Brien y Claire Keegan. Bennett nació en Inglaterra pero vive en Irlanda desde hace más de veinte años, porque así lo decidió.

Caja 19 me sonó a mudanza y objetos escondidos, pero no. Se trata de la caja del supermercado donde trabaja la protagonista. Este sitio no tiene demasiada importancia en la narración y es uno de los lugares que se mencionan en el texto sin que sobresalga sobre los demás espacios. En esa caja, así como en el parque, la biblioteca, el campus universitario, la cama, el sofá, el tren, la casa de los abuelos o el apartamento de los suegros, lo que pasa siempre y siempre de distinta manera es la lectura. A veces la escritura, una actividad cuyos inicios pueden coincidir con los de muchos otros escritores. Escribimos en la parte de atrás del cuaderno durante una clase aburrida, en las boletas de compras, en el borde de los periódicos o en la última página de los libros, si es que tenemos a mano un lápiz. Si no, en el celular. Compartimos también con ella la emoción de terminar la primera historia y la magia de que a un adulto le guste eso que escribimos, que es lo que somos, y nos impulse a seguir haciéndolo.

Caja 19 tiene siete partes. La primera se llama «Una tontería» y cuenta las experiencias de la protagonista y su hermana (a la que incluye en el nosotros como voz narrativa) con los libros, cuando éstos se hojeaban y se dejaban caer al pasto, cuando se compartían fragmentos graciosos con la madre, cuando se pedían en la biblioteca de a doce por vez. «Como si lo único que pudiera hacerse con un libro fuera leerlo» dice, y esta frase refleja el carácter juguetón de la infancia, la imaginación que las palabras despiertan a esa altura de la vida. Los años pasan como páginas y leer libros para adultos deja de ser un riesgo. Ya en la adolescencia de la protagonista, hay casi toda una sección destinada a la menstruación, ese fenómeno que no suele incluirse en las novelas más que como una mención al pasar. Es imposible para las lectoras no revivir las propias experiencias con la sangre. El color, el volumen, los tampones y las toallitas, los dolores, las bombachas prestadas, el disimulo o la exhibición, son contados con naturalidad y desparpajo. 

A partir de la tercera parte, la novela deja de acompañar cronológicamente a la protagonista. El foco está en el entrelazado de lecturas, escrituras y vida, todas intensas. La autora trasmite la esencia de sus pensamientos y experiencias vitales, desentraña sus emociones y las describe con el mayor detalle, cuenta la forma en que fue cambiando, en gran parte, debido a sus lecturas. Varias veces dice «aún no había leído a…» y en esa lista incluye a Jorge Luis Borges, Clarice Lispector, Gabriel García Márquez, Silvina Ocampo, Jun'ichirō Tanizaki, lo que es una sorpresa agradable después de encontrar solo referencias europeas en tantos libros recientes. La lectura acompaña sus amores y lo expresa de manera explícita: «me sorprendía que creyese todo, que leyera biografías con ecuanimidad bovina». «Me prometí no regalarle ni prestarle ningún otro libro». «Una se encuentra con todo tipo de hombre en la literatura… cuando en la cotidianeidad se está en contacto con solo uno o dos tipos de hombre, que por supuesto ya nos aburren soberanamente». Las amistades no son ajenas a la «contaminación» de la vida entre libros. Cuando recuerda a una amiga que no ve desde hace mucho, leemos: «Me pregunto qué impacto habrán tenido (los personajes de un libro) en su corazón y en sus ideas del futuro. ¿Qué semilla plantaron?». Las vicisitudes de muchacha pobre no dificultan la vastedad de lecturas, aunque sí la posesión de los libros, ya que muchos se abandonan en las distintas habitaciones alquiladas y otros han sido sacados de las bibliotecas. Hay sugerencias sobre a qué altura de la vida es más conveniente leer algunas novelas, para disfrutarlas mejor. A todos nos ha pasado que lo que un día nos resultó anodino, varios años después está lleno de significado, y viceversa. 

Los libros y personajes leídos merecen en general elogios, y a veces rechazo. La protagonista, que no tiene nombre, condena los estilos grandilocuentes y los protagonistas demasiado rígidos. Me pregunto si este libro será interesante para quienes no comparten la pasión por la lectura. Creo que sí. Salvo algunas páginas con detalles demasiado concretos sobre algunas obras, el resto de la novela tiene un estilo ágil, una visión abierta y desprejuiciada del mundo. La protagonista nos parece siempre sincera, curiosa y fiel a sí misma, entre otras cosas porque exhibe sus contradicciones. 

Bennet ha dicho que le gusta el teatro y no los actores, que desconfía de las casas demasiado ordenadas y operacionales y disfruta del «brillo de la mugre». Mucho de eso se transparenta en la protagonista de Caja 19, a pesar de que este no es un libro autobiográfico sino de ficción. Y la ficción es visible en la estructura de la novela, en el armado de la historia, que es fragmentaria y en la que cualquier orden no deja de ser un capricho o una convención. Hay gracia y dinamismo en las narraciones y detrás de ellas, infaltablemente, una visión sobre las cosas que jamás suena impostada. Algunas anécdotas de la vida real de los escritores dan mayor vivacidad a la relación estrecha que hay entre quien cuenta y sus libros tan amados. En muchas ocasiones la protagonista juega a ver cómo siguió una historia que un libro dio por terminada, además de ubicarse en el lugar de la escena con detalles agregados. Cuando un texto dice «ella cose» los lectores imaginamos el aspecto del hilo, el tamaño de la aguja. De eso también habla esta novela.

Entre los muchos libros y autores, Una habitación con vistas, novela de E. M. Forster, tiene importancia especial en esta obra. La autora viaja a Florencia con el deseo de conectarse con «la Belleza, el Amor y el Coraje para los que la novela la había preparado» y para tirar postales al Arno como su protagonista. Sus propias vivencias e ilusiones de entonces son repasadas veinte años después, al releer ese libro, cuando descubre que lo escrito es en algunas escenas casi opuesto a lo que recuerda. Como dice refiriéndose a otro libro que prestó y no se atreve a pedir que se lo devuelvan, «Iré subrayando frases que no serán las mismas que subrayé en el pasado. Nadie se baña dos veces en el mismo libro, después de todo».

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