5 x Soledad
Los cinco recomendados de Soledad Viera
Por Escaramuza / Jueves 13 de julio de 2023
Soledad en Puro Verso de 18 de julio 1199. Foto: Pablo Jorge.
¿Qué mejor que una selección exquisita orientada por los diálogos entre la buena literatura y el arte? Nuestra librera invitada, Soledad Viera, de la librería Puro Verso en 18 de julio, sugiere «Valgan entonces estas cinco recomendaciones en cuyas páginas se leen pinturas, se ven artistas y se recorren galerías».
Cuentan que Pablo Picasso, cuestionado por el porqué del arte dijo: «El propósito del arte es quitar el polvo de la rutina de nuestras almas». Valgan entonces estas cinco recomendaciones en cuyas páginas se leen pinturas, se ven artistas y se recorren galerías.
El nervio óptico, de María Gainza (Anagrama, 2017).
La tentación del llamado género de autoficción para abordar la descripción de este libro está latente, pero me contengo ante la dimensión de ésta, la primera novela de María Gainza (1971), porque es mucho más. Compuesta por once relatos unidos bajo el hilo conductor de la omnipresencia de la narradora, a veces como protagonista otras como testigo lejano, Gainza nos habla de arte, de amores y de miedos.
La mirada es la protagonista en ese ejercicio mecánico del nervio del título, llevando la información visual desde la retina hasta el cerebro y que, en este caso, además nos transporta a las anécdotas y curiosidades que desprenden las obras que se observan en cada relato. Una suerte de catarsis personal y a la vez profesional que tanto nos cuenta la historia de una familia venida a menos, como la huida de Tsuguharu Fujita de su Tokio natal en busca desesperada de la París individualista.
El relato podría ser pretencioso, porque hablar y escribir de arte a veces puede resultar pedante, pero la autora hilvana las frases con una soltura solo propia de quien domina su metier y envuelve al lector en un tour museístico involuntario, a la vez que nos hace testigos de su propio desarrollo emocional.
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El paraíso en la otra esquina, de Mario Vargas Llosa (Alfaguara, 2003).
Quizás la última gran novela de Mario Vargas Llosa (1936), viaja entre la Francia de mediados del XIX y la Tahití al final del mismo siglo, entre la vida de lucha de una de las precursoras feministas, Flora Tristán, y su nieto Paul Gauguin en su búsqueda de la inspiración máxima.
Ambas figuras, unidas por la sangre pero que nunca llegaron a conocerse, comparten la eterna persecución del utópico paraíso, ya sea como resultado de la lucha por los derechos humanos o por el ideal estético. Ambos navegan las complicaciones existencialistas y las luchas del pertenecer, peleando en territorios diferentes, pero con la misma pasión compartida.
La novela es una maravilla narrativa que no pierde su ritmo, ni en la oscura y mohosa Londres de los burdeles concurridos por señores de alto rango abusadores de niñas, ni en la luminosa Tahití con sus naturales mujeres y sus mahu de ambigua sensualidad. Vargas Llosa imagina dos vidas a las que dota de una profundidad notable y gran realismo, en la que es fácil ver al europeo Gauguin convertirse en el Koke ataviado con sombrero de paja y bastón recorriendo la calurosa Polinesia Francesa. Ni resulta difícil ver agonizar a esa mujer de 41 años convertida en toda una anciana, luego de haber recorrido Europa en pos de la unión de la clase obrera y la aceptación de las mujeres en su lucha.
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El Prado inadvertido, de Estrella de Diego (Anagrama, 2022).
La evocación, esa tarea entre lo real y la fantasía creada por la distancia del hecho, es de las más ricas a la hora de recorrer los espacios de la memoria. Pues es en medio de estos caminos que la investigadora Estrella de Diego se mueve para visitar las diferentes galerías del emblema de Madrid, el Museo del Prado. La catedrática de arte contemporáneo y curiosa ensayista, que por años tuvo dicho museo como una visita obligada, se encuentra en medio del encierro hogareño impuesto por la conocida pandemia, bajo la disyuntiva de escribir un libro desde la memoria y no desde lo presencial. Así es que debe reencausar su perspectiva y con ello logra un aún más rico trabajo de observación, como si la memoria le abriera nuevas puertas y otras maneras de mirar.
Los recuerdos infantiles de Las Meninas vistas por primera vez se juntan con su saber sobre las traseras que evidencian el registro de su traslado en pos de salvarlo de las contiendas militares durante la Guerra Civil.
El problema de las mujeres pintoras, cuyas obras conocen más que nada el hábitat de los depósitos y que han podido ascender a las masculinas galerías a fuerza del impulso del exterior, más que de sus anquilosados directores.
Reflexiones filosóficas sobre el arte y su valor y de las diferentes concepciones de un museo y sus posibles formas de exhibir sus valores.
Todos estos son cambios que El Prado ha caminado con la lentitud de su peso histórico, lento, siempre a la retaguardia de otros museos más nuevos, más valientes.
______________________________________________________________________Autorretrato, de Celia Paul (Chai editora, 2021).
Mi ropa de trabajo y los trapos que uso para pintar terminaron convertidos en formaciones rocosas, por las capas de pintura y las manchas que se fueron acumulando cada vez que limpiaba el pincel o la espátula.
La imagen de Celia Paul, inmersa en la «suciedad» de su arte es la más gráfica para describir esta autobiografía, escrita de la misma manera que la creación de un cuadro, a pinceladas gruesas y finas, con la mezcla de los colores a veces equivocados, pero que al final se integran en un todo que exuda vitalidad.
Sin el rigor de las fechas y los años en orden, la pintora desglosa su vida como la artista que nació bajo la sombra de uno de los más grandes pintores del siglo XX. La fuerza gravitacional del británico expresionista fue tal, que le es imposible no dedicarle el primero de los capítulos y acudir a su recuerdo a lo largo del libro, pero, a medida que avanza, parece ir afianzándose en su propia persona y su individualidad. Celia Paul vale por sí misma, en una obra pictórica de lo más intimista, personal, autorreferencial que, aun así, toca una fibra universal.
Acompañan a las palabras de la artista las pinturas que la han marcado en su carrera, esas para las que su madre posó incontables veces, las que tuvieron a sus hermanas, a ella misma y, cómo no, a su sempiterno amor.
Un autorretrato en palabras, una lectura en colores.
______________________________________________________________________El coleccionista, de Carolina Porley (Estuario, 2019).
Fernando García (1887-1945) es a quien corresponde el título de coleccionista que lleva este libro, un comerciante gallego que hizo una fortuna con materialistas y mundanas mercancías pero que anheló trascender en la historia como un encumbrado amante del arte nacional y legar sus adquisiciones para la riqueza del país.
Este detalladísimo ensayo de Carolina Porley (1979) es su tesis de maestría en Historia del Arte y representa uno de los estudios más completos en la materia. En los cinco capítulos de los que se compone el estudio, despliega un amplio conocimiento sobre la materia, descripto con afabilidad y la sólida intención de hacer de éste un trabajo que exceda el léxico técnico.
Más allá de la figura del rico comerciante de origen gallego, que pretendió ascender a una clase que se componía de personalidades de sangre patricia, este también es el estudio de una forma de consolidar el acervo cultural del país, del valor del arte y también de las dificultades que se presentan a la hora de tratar de investigar todo lo anterior.
Acompañado de un cuerpo fotográfico de primer nivel, y un excepcional cuerpo bibliográfico, se trata de un trabajo pionero en su materia en lo nacional y merece la atención de todos, pues no solo es arte, sino que es la historia de un hombre y la forma de un Estado de tratar las políticas culturales.
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