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Amor de gaucho

Faroles del deseo: «gay silence» en el Martín Fierro

Por José Arenas / Martes 07 de noviembre de 2023
Intervención sobre «Los dos caminos» (1875-1878), de Juan Manuel Blanes. Museo Juan Manuel Blanes.

Un nuevo ensayo para la serie «Faroles del deseo». Yuntas, cobijo, pasión: cómo el Martín Fierro, de José Hernández, clásico de la gauchesca, se ha venido leyendo en clave queer

Cuando mi abuelo recitaba —de golpe y sin aviso— algunos pasajes o versos del Martín Fierro de José Hernández, luego de haberlo aprendido de memoria en su adolescencia dentro de la educación militar de los años 50, nunca imaginó que alguien, años después, pudiera hacer una lectura queer del texto. Más allá de que ni siquiera imaginó la existencia de una palabra para hablar de «lo raro», mucho menos creyó que pudiera hacerse una lectura gay de ese retrato de héroe patrio —Argentina y Uruguay son lo mismo en cierto imaginario militar de núcleo duro—, consolidado como gaucho amaestrado, criollo domesticado, símbolo e ícono de lo que la patria es en tanto que se funda sobre las andanzas de un personaje de modesta heroicidad. 

Lo cierto es que el Martín Fierro ha sido una inagotable fuente de lecturas, relecturas y escrituras. Probablemente, cuentos de Jorge Luis Borges como «El fin» o «Biografía de Tadeo Isidoro Cruz», sean ejemplos por antonomasia de lo que puede hacerse con la obra. Se puede trocar una escena haciendo justicia por pluma propia en el primer cuento, se le puede inventar una historia detrás a uno de los personajes en el segundo. 

De la misma forma en que, con una lectura queer y feminista, Gabriela Cabezón Cámara bautiza a la china con la que Fierro convive en el inicio de su relato bajo el nombre de Iron y, de la misma manera, le inventa una voz en su novela Las aventuras de la China Iron, Borges rebautiza a quien solo es conocido en la obra por su apellido, Cruz, y le ofrece una biografía hasta el encuentro con Fierro. Es el mismo escritor argentino quien, en una de sus conferencias, dice que la lectura que hacen él y sus contemporáneos del texto de Hernández no es la misma que hicieron Carlos Roxlo o Leopoldo Lugones y que quién sabe cuántas relecturas podrán hacer las generaciones venideras. 

A lo mejor, una lectura queer entraría hoy en la posibilidades borgeanas así como le parecería burda la lectura que hace Radio Clarín —conservadora y derechista— cuando, a cada rato su locutor dice «sepan que olvidar lo malo/ también es tener memoria» en plena era de revisión del pasado reciente. Por supuesto que Borges era conservador y unitario, pero también tenía buen gusto. Incluso preferiría, creo, la lectura en clave de cumbia de El guacho Martín Fierro, de Oscar Fariña. Aunque quizá lo hiciera desde la mirada de lo «exótico».

Volviendo a mi abuelo, Evaristo, quien me introdujo en los laberintos extraordinarios de la más importante de las obras gauchescas en el Río de la Plata, sí puedo dar fe de que en su análisis de las tragedias de Fierro había una lectura desde lo sexual. Cada vez que en sus mentados versos —o en las citas que hacía yendo al ejemplar del que ahora me sirvo yo para analizar algunas visiones— aparecía una figura femenina, era, en su picaresco desparpajo, motivo de chiste para filiarla con el protagonista, o con Cruz, o con el Negro, o el varón que anduviera en las rimas más cercanas. Quiere decir que en el universo lector de mi abuelo, Martín Fierro era una obra con contenido sexual, aunque más no fuera desde el desliz imaginario del chascarrillo. Y claro que lo hay en la obra: Fierro tiene china, dos hijos, hay mujeres infieles como la de Cruz, etc.

El primer matrimonio entre Fierro y Cruz nace a partir de sus nombres fálicos; la cruz es la simbología de la iglesia, el fierro es el orden. Son dos cosas que profesa este extraño gaucho que, lejos de lo ácrata y de su andar solitario por una pampa invadida, se queja de haber sido despojado de sus placeres burgueses (casa, familia, trabajo): «y con el buche bien lleno/ era cosa superior/ irse en brazos del amor/ a dormir como la gente/ pa´empezar al día siguiente/ las faenas del día anterior». También cree en Dios como protector y musa inspiradora: «pido a los santos del cielo/ que alumbren mi pensamiento». Pero es el encuentro con su amigo el que termina de formar un cuadro de unión entre los hombres. 

Cuando Cruz se une a Fierro deslumbrado por la valentía de un hombre solo que resiste a la autoridad ladina de varios «milicos», no empieza solamente el lamento de Tadeo Isidoro. Además, hay dos elementos claves: luego de haber sufrido un desengaño con su china Cruz, se ha prometido no volver a involucrarse con mujeres. Al mismo tiempo, antes de que la primera parte de las dos entregas de Martín Fierro termine y huyan hacia «el desierto» —porque los indios son la nada o peor que eso en el imaginario de Hernández— los gauchos se proponen una vida como la que no habían llevado con sus chinas perdidas: «…juntos podemos buscar/ pa´los dos un mesmo abrigo […] No hemos de perder el rumbo:/ los dos somos güeña yunta […] Fabricaremos un toldo/ como lo hacen tantos otros/ con unos cueros de potro/ que sea sala y sea cocina…». Luego de la idílica proposición que los gauchos obnubilados entre sí se hacen, parten hacia la tierra de indios. Allí, al inicio de la segunda parte, muere Cruz contagiado de viruela.

Martín Fierro, que no pone nombre a su china, que pierde a sus hijos por largo tiempo y que tampoco tienen nombre, cae desmayado de dolor cuando su compañero muere, lo llora eternas noches, le da sepultura, lo extraña.

Es Martín Kohan quien termina de hacer una relectura gay del Martín Fierro. A la manera de Borges, crea, en el cuento «El amor», una relación amorosa entre ambos personajes que, leyendo todos estos episodios, desemboca en el encuentro sexual de los dos: «Fierro se derrama en Cruz, y Cruz en la llanura pampeana. Las simientes casi en hervor van adonde mejor les toca: a lo más hondo del culo o al polvo que es destino del hombre». 

Esta lectura de Kohan —así como la de Cabezón Cámara— tienen efecto porque no toman otra cosa, como origen, que no esté en el texto. Los gauchos en acto sexual funcionan porque el autor de Ciencias morales parte de algo que, en efecto, está dentro del texto original. El amor de Cruz y Fierro se explicita en la obra de Hernández. El sexo, «el polvo», es una reescritura pero es verídico en tanto que se vuelve espejo de una relación amorosa que la obra narra con la misma certeza con que Fierro mata al moreno. Es pura creación de José Hernández el «enamoramiento» de los varones que se fascinan, se unen, se cuidan, sueñan un futuro juntos y se lloran luego. Están uno dentro del otro y, ya con algo de butade, podríamos hablar de Martín Fierro y su ¿gay silence?

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