Literatura y dictadura
50 años: acercamientos desde la literatura
Por Escaramuza / Martes 27 de junio de 2023
Imagen de «Una historia en imágenes. Trabajadores y estudiantes. 1960-1973», de Aurelio González (Alter Ediciones, 2021).
Hoy, a cincuenta años de la disolución de las cámaras en el Parlamento y del inicio de la funesta dictadura cívico-militar, traemos un recorte de obras que desde la literatura se centran, o descentran, de ese momento histórico. Espinosa, Appratto, Maia, Heinzen, Peri Rossi, Liscano y Álvarez Castro.
Hace cincuenta años y quedan muchos pendientes. Como indican Montealegre y Sapriza, «La memoria constituye un recurso crítico y ampliamente utilizado para examinar el pasado. Resultan sugerentes las circunstancias que rodean el proceso de recordar, ya que allí inciden fuertemente las decisiones político-institucionales. Hay momentos que la evocan o silencian, como ilustra el proceso experimentado en Uruguay. Consideramos que nos encontramos ante el inicio de un nuevo ciclo de la memoria en el país, signado por nuevas tensiones en este campo, con su correlato en los países de la región» [1]. La liberación de los Archivos del Terror y el hallazgo de restos humanos en el Batallón 14 suman nuevos elementos a las tensiones de nuestro momento histórico y el lugar de la memoria de lo ocurrido en esos largos años.
Desde la literatura, son varios los libros que han creado, de maneras más apegadas a lo testimonial o más oblicuas, a partir del golpe y la dictadura. No compartimos acá una lista exhaustiva, sino un recorte arbitrario de textos que contribuyen a la percepción y memoria del pasado reciente.
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Gustavo Espinosa y Las arañas de Marte (HUM, 2013)
Este libro es probablemente una de las narrativas más originales en torno a la dictadura, y lo es por la forma en que trata el hecho histórico casi de refilón, por cómo expone la violencia ominipresente en Treinta Tres de los 70, y sobre todo por la innovación en el plano de la lengua con que Espinosa construye todo eso.
Y la degradación no tardó. Una madrugada quieta, cuando entré a mi casa de regreso de la tuya, mi viejo estaba sentado en el comedor con un cenicero desbordado y dos o tres ejemplares de El Gráfico. El prólogo fue breve. Algo así como:
—Por fin llegaste. Últimamente parás poco en casa, ¿no?
Me habló del Cholo Miraballes, un suboficial mayor del cuartel, conocido suyo. Lo había encontrado medio mamado en el Pelotaris, y habían estado hablando.
—Lo que me avisó, para hacértela corta, es que estás absolutamente regalado. Por donde lo mires —sintetizó mi padre, descartando seguramente todos los posibles preludios del discurso que habría estado barajando aquella noche mientras me esperaba, ojeando las hazañas de René Houseman.
Yo me quise defender, reírme, decir que eran pelotudeces de aquel milico facho y empedo. Entonces él me fue contando todo lo que yo había estado haciendo durante los últimos diez o quince días, con especificaciones precisas, no solo de lugares, sino de horarios y de nombres. Mezclaba el estilo directo, identificable por palabras como piche o sedicioso, con su propio relato de las advertencias del Cholo, quien sabía que nosotros éramos gente bien, pero que yo era un nabo y que no iba a demorar en caer preso. Y no solo yo, sino que los estaba comprometiendo a ellos, mis padres, y a ese pobre muchacho defectuoso.
En ciertos tramos de aquella transferencia ansiosa de los dichos del suboficial, durante la cual mi padre terminó pidiéndome cigarrillos, yo encontraba espacios de alivio, lapsos fugaces en que todo me parecía una habladuría delirante o una intervención disciplinaria de mi padre, que apelaba a la autoridad de un milico alcohólico e infidente para ponerme un poco en vereda. Pero aparecía otro dato, otra conversación o encuentro fortuito que hasta yo mismo había olvidado y que surgía reconstruido por mi viejo, según la versión precisa del Cholo Miraballes. (p.86)
[Detalle de portada de Las arañas de Marte (HUM, 2013)].
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Roberto Appratto y Se hizo de noche (Artefato, 2007)
Con un estilo inequívocamente propio, Appratto emprende una búsqueda vía palabras para descubrir/revelar lo más personal y casi intransferible de su formación intelectual, en la que la dictadura supo coartar tantos anhelos. Acá el momento en que se entera del golpe, en su minuciosa y tenaz cotidianeidad.
Y ahora, sin querer, recuerdo aquel día del golpe, a las siete de la mañana, cuando la marcha que precedía a los comunicados de las Fuerzas Conjuntas nos despertó, a mi hermano y a mí, el mismo día que tenía que hacerme cargo de mi grupo de práctica docente de cuarto año, en el liceo 29, en Avenida Brasil y Berro, el que se llamaba el anexo del Suárez. Desde la cama escuchaba el texto del comunicado y pensaba qué pasará, como cualquier otro, sabiendo qué estaba pasando, al menos hasta cierto punto; mi hermano, ya recibido de médico, y yo, en ese cuarto, al lado de una radio, escuchábamos la marchita una y otra vez y nos dábamos cuenta de que era algo más serio, mucho más serio que el golpe del 9 de febrero, que había durado solo ese día. (s/n)
[Detalle de portada de Se hizo de noche (Artefato, 2007)].
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Margarita Heinzen y Un montón de espejos rotos (Banda Oriental, 2018)
Una muchacha del interior va a estudiar a Montevideo. Son los últimos años de la dictadura, pero la represión sigue operando con intensidad en todos los ámbitos de la vida. Desde la primera persona de la narradora, Heinzen no solo lleva con pulso la acción en el plano de lo íntimo, sino que también se detiene en reflexiones más generales. Y anticipa en este fragmento algo que estamos viviendo en este momento con los Archivos del Terror.
La represión en Uruguay se extendió a toda la sociedad y fue penetrando en diferentes niveles. Como si se humectara con almíbar un bizcochuelo de varias capas, el líquido circula, se mueve, va impregnando la miga hacia abajo, profundiza y moja los lugares más alejados de la superficie en un movimiento ininterrumpido y, en cierta manera, previsible. Pero también ocurren eventos inesperados: un borde que no logra contener el líquido que se derrama hasta la mesa; un grumo de harina que absorbe mucho más que la zona que lo rodea y provoca que algunas partes de la masa aparezcan inexplicablemente secas. Hace poco se ha logrado documentar que en Inteligencia de la Policía había trescientas mil fichas individuales que fueron vigilados. Si se abrieran esos archivos podría ir a buscar la mía y saber, de una vez por todas, cuánto supieron sobre lo que iba a ocurrir y cuán cerca estuvieron de atraparme. (s/n)
[Detalle de portada de Un montón de espejos rotos (Banda Oriental, 2018)].
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Cristina Peri Rossi e Indicios pánicos (Nuestra América, 1970)
Una jovencísima Peri Rossi anticipa en estos textos fragmentarios la violencia y la tristeza que el golpe de estado oficializaría tres años después. Como señala Cuéllar-Aragón, «existen medidas restrictivas de las libertades civiles que preparan el terreno para que la práctica oficial de la dictadura sea su exacerbado corolario» [2]. En este fragmento, eso queda poéticamente patente.
Las escuelas están cerradas, las cárceles están llenas. ¿Qué celebra, pues, ese ruido general? Mis vísceras locas crecen a la carrera, como jóvenes que huyen de la guerra, del infierno de la ciudad. Tan a prisa que mi piel no tiene tiempo de estirarse lo suficiente, de manera que se rompe, y por las aberturas como patios y ventanas, asoman rugientes y desbocados mis órganos con olor a goma.
El ruido parece que bajara desde los infiernos.
Mi ruidito, en cambio, se eleva hasta el cielo.
He de morir de crecimiento, cuando ya el tamaño de mi cuerpo, el de mi piel, no alcance para contener mis órganos, el peso y el largo de mis vísceras desarrolladas. (p.31)
[Detalle de portada de Indicios pánicos (Nuestra América, 1970)].
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Circe Maia y Un viaje a Salto (Rebeca Linke Editoras, 2018)
De nuevo situado en esos años en que se preconfigura la dictadura, Un viaje a Salto es el relato verídico, como indica el prólogo, de una niña y su madre que viajan a ver al padre, preso político. Y lo hacen subiéndose al tren hacia Salto en que él es transferido. Publicado originalmente en 1987, tiene una reedición de Rebeca Linke que lo ha puesto en circulación en el Río de la Plata en los últimos años.
Rápidamente, a un gesto del sargento volviste a tu lugar… Pero yo no quedé sola; me sentía muy acompañada con tu cuaderno. ¿Ves qué desorden? No apunté el hecho asombroso: ¿cuándo ocurrió exactamente? ¿Fue antes o después del mediodía que pasaste a N… una revista en la que iba disimulado un cuaderno que habías escrito en Montevideo, en los seis días de calabozo?
Allí veo anotados pensamientos desordenados, tal como se te iban ocurriendo en esos días, siempre como si fuera en diálogo conmigo. Lo que más me había dolido siempre era no poder compartir nada de tus experiencias y ahora el cuaderno me permitía acceder a ellas, por lo menos, indirectamente. Ahora el cuadernito es mi compañía permanente.
Al aproximarse a Salto el tren apresuraba la marcha. Tal vez los únicos kilómetros de vía en buen estado fueran esos. (p.22)
[Detalle de portada de Un viaje a Salto (Rebeca Linke, 2018)].
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Carlos Liscano y El furgón de los locos (Planeta, 2001)
Liscano, quien falleció hace un mes, dedicó gran parte de su literatura a la experiencia de la cárcel, que padeció durante trece años. En El furgón de los locos hay un detenimiento quirúrgico en la tortura, en su avance por el cuerpo y en las estrategias del torturado por olvidarlo todo, por no quebrarse. De esa radicalidad surge una manera diferente de verse a sí mismo, que se preconfigura en esta cita.
No nos bañamos, no nos afeitamos. El cuerpo huele. No es que uno le preste mucha atención al olor. Tiene otras cosas de qué ocuparse: que lo torturen lo menos posibe, no dar ninguna información a los torturadores, comer, descansar, dormir. Pero a veces, durante el día, cuando no hay tortura, se siente el olor a sudor, a baba pegada a la barba y a la capucha, pelos propios y ajenos que quedan dentro de la capucha cuando lo meten en el tacho, olor a orín, mal aliento por llevar semanas sin lavarse los dientes. El asco por el cuerpo propio varía de individuo a individuo. Algunos soportan más que otros sus propios olores. En todo caso uno acaba acostumbrándose. (p.96)
[Detalle de portada de El furgón de los locos (Planeta, 2001)].
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Guillermo Álvarez Castro y Celebración (Alter Ediciones, 2022)
Con una edición original de 2005, pero relanzada el año pasado por Alter Ediciones y con hermosas ilustraciones de Agustina Fernández, Celebración no refiere de forma directa al período dictatorial. No obstante, el escenario temporal y las imágenes que elabora en este fragmento nos retrotraen al Montevideo de esos años. La lucidez de la narración y la brutalidad de esta escena habla por sí sola.
El vuelo, todos lo sabíamos, iba a ser necesariamente corto. La mayor parte de nosotros venía del mismo pozo y, después de pasar por aquella máquina de picar carne, nada de lo que imagináramos podía ser peor. Y si era para terminar, mejor que fuera pronto. Llega un momento en que uno empieza a pensar en qué es lo peor que le puede pasar y cuando lo acepta, cuando cruza esa línea, se siente extrañamente en paz. Frente a mí estaba sentado un brasileño que se jactaba de haber sobrevivido a las prisiones de varias dictaduras y que se hacía llamar José Mauro. A pesar de los relatos de sus hazañas, o tal vez por su causa, y como los milicos lo iban a buscar a cada rato y no lo devolvían hasta muchas horas después, siempre sin un rasguño, todos preferíamos tenerlo lo más lejos posible. Y si teníamos alguna duda de que el vuelo iba a ser corto —continuó—, cuando el tipo que comandaba la operación, el capitán, se paró frente a todos nosotros y nos largó el discurso, sabíamos que el vuelo duraría hasta que el tipo terminara de hablar: «Dos cosas tengo para decirles antes de proceder, a ustedes, judíos, comunistas, subversivos de mierda: primero, a ustedes que tienen tanto estudio, que son tan educaditos, tan puros, tan incorruptibles, tan distintos, los cagó uno de los suyos, uno que está sentado, en este momento, al lado de alguno de ustedes. Porque nosotros, y esto es lo segundo, a quienes ustedes desprecian, pero que hemos sido elegidos para salvar a la patria, nosotros no hemos corrompido nuestras almas sino las de ustedes, las nuestras las hemos fortalecido como hemos fortalecido nuestro carácter y por esa razón somos capaces de este acto de misericordia infinita».
[Detalle de portada de Celebración (Alter Ediciones, 2022)].
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Notas
[1] Montelaegre, Natalia; Sapriza, Graciela. Infancias en dictadura. Montevideo: Alter Ediciones, 2022, p.8.
[2] Cuéllar-Aragón, Danny. «Lenguaje y representación en la predictadura uruguaya: una lectura de Indicios pánicos, de Cristina Peri Rossi». Escritos, 2020.
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