Historias reveladas
La fascinación de acercarse a las fuentes
Por Mariangela Giaimo / Viernes 14 de abril de 2023
Portadas de «Bajo tierra» (Alter Ediciones, 2022) y «FAC» (Estuario, 2022).
El lanzamiento de dos libros sobre el arte y la cultura uruguaya llama la atención de Mariangela Giaimo. Una reseña que indaga en el gesto de acercarse a los documentos y protagonistas, tal como ocurre en Bajo tierra. Cartografía incompleta de revistas subte y fanzines en el Uruguay de la posdictadura y en FAC. Historia oral de un colectivo de artistas visuales.
En Uruguay, no es algo de todos los días que se publiquen dos libros en torno a las artes, sus prácticas, y otros espacios culturales que se nutren de sus lenguajes y técnicas. Es así que estas novedades editoriales funcionan como dispositivos de la historia y la memoria, como gancho entre el ayer y el hoy. Tal como en la premiada película Argentina, 1985, el foco está puesto en un ayer de hace poco. Sin embargo, y a pesar de las diferencias en los objetos, como ha repetido en casi todas sus entrevistas mediáticas Moreno Ocampo —en ese momento fiscal adjunto y hoy protagonista vivo de la película— es en el campo de la representación que los hechos, la historia y la memoria se resignifican. Volviendo al Uruguay, uno de los libros trae materiales y los presenta con una curaduría de categorización, y el otro va a la búsqueda de testimonios orales sobre los protagonistas de esos tiempos. Son dos maneras de construir una historia: el primero desde la microhistoria —con la recuperación de los fanzines y las revistas subte que hace recordar a Carlo Guinzburg en El hilo y las huellas—, el segundo desde la historia oral que retoma testimonios como fuente principal.
Bajo tierra. Cartografía incompleta de revistas subte y fanzines en el Uruguay de la posdictadura 1986-1990 (Alter Ediciones, 2022) propone ampliar la mirada a la subcultura juvenil de los ochenta. Es una publicación facsímil de un archivo cuyo germen es el material disponible en el mueble metálico de la editorial, en un sótano de la Casa Trocadero. La compilación es de Eugenia González y Diego Pérez, ambos con trayectoria en el arte, la historia y la investigación y son ellos quienes reúnen fanzines y revistas subte, es decir, materiales o expresiones culturales que utilizan herramientas y prácticas del arte: papel, escritura, dibujo, composición visual —como el collage o el cómic—, entre otras formas. Como afirman, la intención es enfatizar la importancia de las producciones sensibles de los jóvenes en la historia reciente del país, con documentos que desde la historiografía no son usualmente retomados.
Esta perspectiva —para quien haya estudiado Comunicación— nos remite cual flechazo a la apuesta del mítico libro Apocalípticos e Integrados (1964) en el que Eco pone a la cultura masificada —dicha así en ese momento, de cómics y otros productos pop— como un producto cultural que también habla y conforma la sensibilidad del tiempo. Bajo tierra, en este caso, se propone abordar la «memoria sensible» que engloba la concepción de cultura —al decir de Raymond Williams— como aquello que hace la gente común día a día (y aquí veremos que esta «gente común» se proyectará como sujeto singular con los años, al volverse muchas de esas personas referentes en diversos ámbitos, para lo que basta con mirar las firmas en las revistas under). En especial, el libro se propone como una puesta en valor para otros imaginarios sociales. Para eso, seleccionan más de treinta proyectos autogestionados en cerca de ochenta números organizados en partes: desde las más periódicas a las efímeras, aquellas con temática clara y social a aquellas más particulares. Esperan, además, tener más publicaciones, y dejan un contacto (alterediciones@gmail.com) para seguir completando los registros.
La represión policial, la liberación de la marihuana y la reflexión sobre el consumo de drogas y la liberación sexual son temáticas en artículos de la escena under literaria como el de la revista GAS Subterráneo, Cable a Tierra y La Oreja Cortada —jóvenes que se vinculan con la generación del 45 y de los sesenta, y la hegemonía cultural con su temática propia—. También identifican otros discursos que los autores llaman «utopías del descaro, microrrealidades urgentes y alucionaciones colectivas» —en Suicidio Colectivo, Ratas i Rateros y La Buena Leche—. También detectan un discurso en torno al feminismo, como en Bisturí, y de cuestionamiento a las identidades heteronomativas y el discurso heteropatriarcal —Lady Ventosa—; de acercamiento barrial como en De Eskina a Eskina, Una Ventana en la Parde, Panfleto, Reveldía Interior, Acné y Kamuflaje —que se relacionaban con la Coordinadora antirrazzias—; o publicaciones surgidas en facultades o en el IPA —Formación Indecente, que tiene un enfoque de derechos humanos—; y las que se posicionaban con un discurso gremial estudiantil contra las razzias o la Ley de Caducidad, entre otras publicaciones.
Una de las firmas, entre todas las que encarnan la voz de aquellos jóvenes, es la de Gabriel Peveroni, que justo, es el autor del otro libro publicado que hoy reseñamos: FAC. Historia oral de un colectivo de artistas visuales (Estuario Editora, 2022), e integrante de la llamada generación de los crueles con Gustavo Escanlar, Lalo Barrubia —que aparecen también en el libro anterior— y Daniel Mella. Peveroni cambia de lugar en este libro, pasando a ser él constructor de la memoria —antes, en el otro libro, era un participante— y construye una historia coral con integrantes de un colectivo originario de los ochenta que emerge, entre varias causas, desde el malestar con lo imperante (en el libro identifican como tales a los tediosos colores torresgarcianos).
La Fundación de Arte Contemporáneo (FAC) es un colectivo que surge de los talleres dirigidos por Fernando López Lage y exalumnos del Taller de Hugo Longa. De este núcleo, emergen el Movimiento Sexy, Colectiva COCO, Margaret Whyte, Sebastián Sáez, Agustín Sabella, Santiago Velazco, Sergio Porro, María Clara Rossi, Fernando Barrios, Anaclara Talento, Juliana Rosales, Jessie Young y Luciana Damiani, entre otros artistas que hoy forman parte del panomara del arte uruguayo. En el colectivo también se desarrolló el grupo Laboratorio de Cine (con Ángela López Ruiz a la cabeza), grupos de Formación Permanente y los FAC Pop-Up, y vinculaciones con la colección Engelman-Ost y otras entidades contemporáneas.
En este caso, se trata de construir un pasado que llega hasta el presente —el FAC sigue siendo un colectivo de artistas que marcan la escena actual de las artes visuales— y se lo hace por medio de la palabra, el relato, en formato pregunta y respuesta. La memoria —para profundizar en este concepto, consultar a la imprescindible Elizabeth Jelin—se ensambla desde el relato oral: «acepté el desafío porque supe que era una historia que debía ser contada y que era la posibilidad, además, de armar un ambicioso relato colectivo. Una historia oral», dice Peveroni. En este libro se despliegan más de cien entrevistas con minuciosos detalles de la vida cotidiana, las formas de trabajo, y las configuraciones que fue tomando el FAC. Son casi 500 páginas (con índice onomástico para poder ir directamente a un artista) que se recorren con gran facilidad por la escritura y la estructura general del libro.
Lo rico de esta propuesta es que la oralidad —en este caso hablamos de su traslado al texto, a la escritura y su edición, en tanto como otra mediación del pasado— da cuenta de la experiencia, de la narración de los hechos, de la construcción de la memoria desde sus actores. En el relato de cada uno de los entrevistados brinda una faceta, una visión de lo compartido por un grupo concreto, al que con este libro-dispositivo se le otorga la legitimidad de estar también en las librerías y bibliotecas para aportar su historia. En este caso, en una parte de la historia del arte del país.
Surgen así otras preguntas: ¿qué lugar ocupan las investigaciones de la juventud y su mundo sensible? ¿Qué investigaciones futuras sobre el arte y la sensibilidad de una época tendrán como base estas publicaciones —originales y exhaustivas—? Un libro trae el pasado con el facsimil de las cosas y sus rastros de autenticidad, y el otro ofrece el mundo enorme de la palabra y el recuerdo. Ambos ingredientes son perfectos para generar la fascinación.
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