el fantástico mundo de las onomatopeyas
Y de postre... onomatobellas
Por Virginia Mórtola / Domingo 18 de noviembre de 2018
Ilustración de cubierta de «Las onomatobellas»
El fascinante mundo del lenguaje también tiene su lugar en la literatura para niños. Virginia Mórtola descubrió dos libros de la editorial guatemalteca Amanuense que juegan —y muy bien— con las palabras y nos cuenta un poco de qué van.
Ciertas palabras tienen encanto. Sancocho, chimichurri, kiwi, carcajada, zocotroco, vainilla, morondanga, piojo, trizas, caca, párrafo. Desde chiquita, cada tanto, me dedico a repetir alguna: sancocho, sancocho, sancocho, sancocho. Y al rato me olvido qué significa. Párrafo, párrafo, párrafo, párrafo, y pienso en el sonido de un impacto garrafal. Algunas palabras de esta lista, como kiwi, me resultan muy graciosas; otras están en dos de los nuevos libros de la editorial Amanuense.
¡Charáááán!, ¡charáááán!
La palabra carcajada la pueden encontrar en el poema veinte de Las onomatobellas, un libro con veinticinco poemas escritos por Ruth Kaufman (Argentina) y tremendas ilustraciones del versátil Royer Ycaza (Ecuador), que en octubre estuvo de visita en nuestro país, y para Amanuense también ilustró Alma del mar, tiernísimo libro.
Vainilla, párrafo y piojo podrán descubrirlas en: Y de postre… una esdrújula, una historia glotona de Mario Carvarría González (Guatemala), acompañada por las —mejor imposible— ilustraciones de Marcela Calderón (Argentina). Libro que acaba de ser seleccionado para el prestigioso catálogo White Ravens.
En ambos, las palabras son muy importantes: en el primero, por su sonoridad significante y en el segundo, por la sabrosa posibilidad de ser banquete.
Las onomatobellas recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de Poesía Infantil en México, en 2015. Son tan bellas estas onomatopeyas que su ingenioso título es muy atinado. Desde la tapa nos invita a entrar en un viaje que atravesará diversos territorios y se llenará de compañías sonoras. Tapa y contratapa se continúan en un círculo que invita a entrar, salir, y volver a entrar, chapotear entre poesías y terminar empapados de juegos de lenguaje. Una camioneta conducida por humanos, cargada de varias especies animales y seguida por otras, avanza por lo que parece ser una carretera. Luego descubriremos que se trata de un larguísimo cocodrilo que se extiende a través de varias páginas y salpica gotas que inundan el libro. Roger Ycaza ilustra y desarrolla historias paralelas donde los ratones atraviesan mares, las ranas saltan entre chapchapchaps, los hipopótamos ríen a carcajadas con hipos que irrumpen; y burros, patos, gallos, vacas y ovejas pasean entre ploc, chuic, toctoc, pum, paf.
Cada poema se titula con la onomatopeya que en él se destaca: «Blablablá», «Brruuuummm», «Plicplicplic», «Chapchapchap», «Chuic», «Pum» y así.
Quien las escucha con atención descubre su poesía. Así fue para Ruth Kaufman: jugó con ellas, las volvió tiernas y reflexivas. Hay poemas que hablan de los sonidos y el silencio, hay otros que hablan sobre los sueños, los empeños, lo que es y lo que no, el dolor de un paf, y hasta el precioso y variado idioma de los perros. Uno de mis preferidos es el seis:
Así es la alegría
tan bonita como frágil
tan dulce como inesperada
tan chin chin como crash crash
El bonito y dulce chin chin del brindis y el frágil e inesperado crash crash de la rotura, componen el delgado equilibrio de la alegría, siempre inquieta. Tanto en unas líneas.
Y termina:
El suave cricricri en el ropero
el lento tintinear de las estrellas
el roto jojojo de los borrachos
el ¡zis zas! de una puerta que golpea
el sordo plicplicplic de la canilla
el crudo ulular de la sirena
el áspero tictac de los relojes
así suena tu casa mientras sueñas
En la última página descubrimos un Glosario con el significado de todas las onomatopeyas que aparecen en los poemas. Preciosa yapa. ¡Clap! ¡Clap! ¡Clap!
Y ahora, ñam ñam ñam: Y de postre… una esdrújula, historia que ganó el tercer Premio Amanuense en la categoría Cuento Infantil. Carcomas, pececillos de plata, esporas y demás seres microscópicos habitan las páginas del libro, pero no solo de este, ¡están en todos!, en especial aquellos de hojas envejecidas. A estos bichos les encantan ciertas palabras, como a mí, pero ellos no les gusta repetirlas, sino ¡comérselas!
¿Puedes imaginar libros más viejos que tus abuelos? Así empieza esta historia, dirigiéndose directamente al lector. Y continúa con humor: No, no están arrugados ni tienen anteojos o bastón. Sus páginas son amarillas y delgaditas, como hechas de papel de china, y se visten de cuero con filigranas de oro, cual señores muy serios y elegantes…
Los primeros bichos, los antepasados de los actuales, exploraron papiros y pergaminos. Luego, con la aparición de la imprenta, tuvieron enormes territorios para construir ciudades, crearon túneles y cavernas. Estos seres pueden ser de diversas formas y texturas, hay una precisa clasificación de sus hábitos y gustos en el libro: algunos comen puntos y signos de exclamación, otros prefieren las palabras esdrújulas (plátano, arándano, níspero), los pececillos de plata nadan entre los párrafos y se alimentan exclusivamente de sopa de letras; las carcomas carcomen, lamen letras y adoran las i por su sabor vainilla, otros crecen escuchando el murmullo de los relatos y cuando caminan dejan sus caquitas como puntos suspensivos…
Es muy probable que todos ellos en las celebraciones especiales sirvan largas mesas con fuentes rebosantes de onomatopeyas.
Marcela Calderón trabajó con originales envejecidos que encontró en librerías de Buenos Aires. Luego los intervino con dibujos a mano alzada y retoques digitales. Cada página fue buscada con cuidado para que su contenido aportara a la narración. Sobre ellas, dibujó unos bichos simpatiquísimos y multicolores. El resultado es magistral. Una obra de arte que sabrán apreciar ustedes y los microscópicos habitantes de sus bibliotecas. Al final a todos, bichos o humanos, nos gusta saborear una buena historia.
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