La cultura epistolar en la literatura infantil
Queridos lectores
Por Virginia Mórtola / Domingo 29 de julio de 2018
Cartas en el bosque
Si creíste que las cartas habían desaparecido de la faz de la Tierra, o que solo existen guardadas en cajas de nuestros abuelos, te contamos que hay mucha gente escribiendo cartas, sobre todo, en cuentos para niños, ¡y qué cuentos! Uno es más lindo que el otro, y Virginia Mórtola, gran emisora de epístolas llenas de palabras mágicas, nos cuenta las historias que en ellas se esconden.
Queridos lectores:
¿Alguna vez escribieron una carta? ¿Abrieron un sobre con apuro y descubrieron palabras que alguien dedicó para ustedes?
Mi recuerdo se remonta a la escuela. Las primeras cartas llegaron como secretos. Fernandito me preguntaba si quería ser su novia, me invitaba a darme besos detrás del quiosco y me prometía un amor demasiado eterno para nuestros ocho años. Durante un tiempo guardé esas cartas como tesoros. También, en aquella época, escribí a mis amigas. Isabel se mudó a Tacuarembó y tuvo un accidente en un caballo, supe todo a través de las cartas que su tía llevaba hasta mi casa. Yo le daba las mías con pegotines y besos rojos. Las últimas quedaron en la adolescencia. Creo que no volví a escribir hasta ahora.
La más bella mirada sobre las cartas la encontré en el libro Si tuviera que escribirte, de Alejandra Correa, con ilustraciones de Cecilia Alfonso (Ediciones de la Terraza, 2017). Allí hay cartas que provocan sonrisas, cartas que contienen flores secas o migas de galletitas o papeles de golosinas, cartas con sonido; están las que transforman el día en único y las que mejor no recibir. Cajas con cartas, atadas con cintas, sobres rotos en algún extremo, sellos coloridos con fechas patrias y próceres de otros países, guardadas debajo de una cama, dentro de un ropero, en un baúl.
«Cartas con noticias que se despliegan y te envuelven como una manta celeste y suave.»
«Tus cartas con plazas, caminos, fuentes, ferias y océanos, son películas que suceden lejos, en el revés del mundo.»
Toda la poesía de las cartas está expresada en el libro.
Entonces me puse a buscar libros con cartas y me encontré con varios donde son protagonistas. Correo para tigre (Kalandraka, 2015), de Janosch, es una muy tierna historia que cuenta cómo el pequeño oso y el pequeño tigre inventaron el correo postal, el correo aéreo y el teléfono. La carta aparece allí como un antídoto para la tristeza y una gran promotora de encuentros. También en Ruiseñor (Edelvives, 2012), de Sébastien Pérez y Benjamin Lacombe, las cartas mueven las historias: misteriosas notas escritas por alguien, que conoce bien a todos y parece ser imperceptible, aparecen en el campamento y mueven al grupo de niños a investigar. El final es revelador. En Cartas en el bosque (Cuentos de Luz, 2016), de Susanna Isern, ilustrado por Daniel Montero Galán; el viejo cartero, cada noche, escribe cartas que reparte el día siguiente: visita al lobo, al ciervo, a las ranas, a las mariposas, al zorro, a los peces del río y a todos los animales del bosque. Las cartas resuelven conflictos, ofrecen disculpas, proponen planes divertidos y llevan mensajes de amor.
Me enamoré de El mar es redondo de Sylvie Neeman, ilustrado por Albertine (Amanuta, 2016). Tina trabaja en un barco: ordena los camarotes, hace las camas y limpia las ventanas. Por la noche escribe cartas: a su madre, a su abuela, a su hermana y a Antonio, su novio. Antonio también le escribe cartas, él es cocinero en otro barco y se envían cartas de barco a barco. La primera carta fue un pájaro que voló desde el barco de Antonio hasta los pies de Tina. Cada uno de ellos tiene su momento especial para la lectura. Cuando Tina recibe una carta de Antonio la abre inmediatamente, porque hace mucho tiempo que la espera, «y porque la noche le parece muy lejana, y muy tarde. Aunque preferiría leer las cartas de su novio en la noche, y que las estrellas la miraran de reojo por encima de su espalda. Por eso suele leerlas en la mañana y de nuevo en la noche». Cuando Antonio recibe una carta de Tina no la abre de inmediato. «Primero la toca, la huele, trata de adivinar qué países y qué mares cruzó. Y también de qué puerto fue enviada, porque cada puerto tiene su propio olor.» Cada cual con su ritual.
Te escribí un mensaje (Libros del Zorro Rojo, 2017) Lizi Boyd. Es un libro sobre el viaje de la carta y sus posibilidades. Lo central es el trayecto que va desde la escritura, el largo camino de aventuras que debe recorrer el mensaje, hasta que encuentra a su destinatario y la lee. En el camino, la carta se vuelve barco de una tortuga, puente para una araña, libro para una ardilla, sombrero para un ratón, cesta para un conejo y otras formas más, antes de que el viento la encuentre, la alce hasta las nubes, la mueva como una cometa y caiga como un copo de nieve en las manos del destinatario.
En Letras al carbón (Juventud, 2015), de Irene Vasco, con ilustraciones de Juan Palomino, una carta aparece como elemento fundamental de la trama. Gina, hermana de la niña protagonista, recibe cartas de Miguel Ángel, un joven médico que pasó unos meses en el pueblo de Palenque. Gina y su hermana dedican horas a mirar aquellas cartas llenas de letras que no saben leer, pero que están seguras de que contienen promesas de amor. Se pasaban las cartas de mano en mano intentado descifrarlas. La curiosidad y el deseo de saber qué esconden esos mensajes tan íntimos e indescifrables movieron a su hermana a aprender a leer para poder contarle qué le decía Miguel Ángel. Así, con ayuda del señor Velandia —el dueño de la tienda—, la niña descubre el universo de significados que guarda la letra. Y en Haiku (Calibroscopio, 2014), de Iris Rivera, ilustrado por María Wernicke, la carta es la cereza de una bellísima historia de amistad entre dos niñas. Una de ellas es la narradora, la otra llega de un país que queda lejos y comparte sus juegos. Iris Rivera despliega un universo poético poblado de cajas de dragones, una sombra que se enrolla y es regalo, una llave que se esconde en la manga de un vestido de seda, momentos donde las niñas cortan lluvia en flecos con el filo de la mano, crean collares de canciones y leen una carta escrita por los pájaros patas de tinta. Y un miércoles, la nueva amiga se va del umbral, de la casa y del barrio. Se va devuelta al país que queda lejos y le deja una pluma de regalo que la otra niña planta. «Cuando la pluma brote, me va a nacer un pájaro patas de tinta. Y le voy a dictar al pájaro una carta. En la carta le voy a decir que, cada tarde…». El lector nunca sabrá sus nombres, pero conocerá sus esencias y comprenderá que una sombra puede ser un regalo luminoso.
Fue después de encontrarme con estos libros que quise escribirles. Ojalá alguno de ustedes sienta deseos de dedicar un ratito de su tiempo a escribir para alguien. Porque, como dice el poema de Alejandra Correa:
Los días sin cartas
Largos y sin letras
Largos y callados
Sin nadie que los escriba
Sin que nadie cuente los incendios
Las cenizas que
Las formas en que las flores
Los ojos que siempre
Las ganas de
Los claros sentidos donde
El regalo para
Cuando lo veas decile
El pensamiento de
Tu aliento entre las
Los días sin cartas siempre son días inconclusos
Con cariño,
Virginia
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