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angela carter y los cuentos de hadas

Todavía pasan cosas raras

Por Francisco Álvez Francese / Miércoles 21 de marzo de 2018
Foto: Sophie Bassouls
Preparen los sentidos para un viaje mitológico lleno de criaturas fantásticas gracias a la cámara secreta que Francisco Álvez Francese nos abre para invitarnos al fantástico universo de la británica Angela Carter.

Amores prohibidos, metamorfosis asombrosas, brutales homicidios, madrastras malvadas, hijos perdidos, brujas, diablos, árboles encantados, ropas mágicas, reyes idiotas, animales que hablan, incesto, tesoros inimaginables. De eso, y no de otra cosa, están hechos nuestros sueños, de los que han dado cuenta con disímil fortuna incontables narradores anónimos, trovadores, poetas consagrados, guionistas de telenovelas y películas prestigiosas a lo largo de la historia.

En 1977, Angela Carter tradujo los cuentos de hadas de Charles Perrault al inglés y terminó de hacer pública, de algún modo, una pasión que de varias maneras ya venía trabajando en sus trabajos de ficción. The Bloody Chamber, publicado algunos años después, es el mejor (en todo sentido) exponente de esta fascinación. Aunque puede rastrearse, para cada relato de ese libro, una «fuente» en personajes clásicos como Barba Azul, la Bella y la Bestia, Blancanieves o el Gato con Botas, la idea de Carter no era «reescribir» cuentos tradicionales, ni, mucho menos hacer (como anunciaba en su tapa, se quejaba, la versión estadounidense del libro) versiones «adultas» de cuentos infantiles (sea lo que sea que eso significa), sino trabajar a partir de sus matrices, como después harían, siguiendo su estela, autores tan disímiles como Salman Rushdie, Neil Gaiman o Marina Warner. Un trabajo complementario a estas dos formas de trabajo, la traducción y la escritura, es la recopilación, que Carter llevó a cabo con dos tomos editados por la mítica Virago, que desde su fundación, en 1973, solo publica autoras mujeres. Ambos volúmenes fueron reunidos en uno solo en 2005 y esta edición es la que publicó en 2016 Impedimenta, en un libro realmente hermoso, que respeta los maravillosos grabados originales de Corinna Sargood y el año pasado alcanzó su tercera edición.

El conjunto recoge las historias que Carter fue compilando a lo largo de su vida, hasta su muerte (de hecho, no pudo completar la introducción del segundo tomo, que se editó póstumamente) y, aunque las hadas aparecen pocas veces (en general en cuentos de las islas británicas), el título general propone esa suspensión del mundo que de ningún modo es evasión, sino un alejamiento crítico, porque lo que propone la compiladora es una lectura política, aunque esto parezca una paradoja a simple vista: el reino de las hadas, aunque sea una obviedad afirmarlo, no es de este mundo. En la mitología celta, de hecho, es el orbis alia, una tierra de belleza y juventud eternas que definitivamente se distancia de la realidad humana, definida por lo pasajero. Sin embargo, en un efecto como de espejo, la lectura desde estas páginas, pobladas de extrañas criaturas, donde el tabú a menudo parece no existir, nos pone en contacto con otra posibilidad de lo humano.

Así, en su prólogo (que tiene algo de manifiesto), Carter decide pensar estas piezas en su carácter popular. En este sentido, podría decirse que el origen presuntamente iletrado o vulgar de una historia no asegura una mayor autenticidad, pero Carter no busca eso y logra alejarse de las lecturas idealistas románticas, como la de los hermanos Grimm, que falsearon el origen de muchas de sus historias, contadas varias de ellas por hugonotes franceses exiliados, en su intento de crear un genio nacional alemán. Carter, sin embargo, no cede al embellecimiento, no mejora (nos dice, dentro de lo posible) las historias que recopila de fuentes variadísimas, no elimina repeticiones, no pule inconsistencias argumentales, escenas en exceso melodramáticas ni obvios descuidos. Los personajes, así, en toda su inverosimilitud (¿cómo Caperucita Roja pudo confundir a un lobo con su abuela, después de todo?), nos son más cercanos, más verdaderos.

De casi todas partes del mundo, los cuentos dejan ver, en pequeños detalles, la forma de vida de los pueblos que los crearon y, aun cuando comparten la base (el libro está dividido en secciones temáticas), logran dar cuenta de una forma de estar en el mundo propia, sin caer en el color local de los peores realismos. Si los Grimm dependieron, sobre todo, de la memoria de Dorothea Viehmann para escribir sus Cuentos de la infancia y del hogar, Carter corporiza una suerte de mamá Oca y reivindica el tono muchas veces rural, pobre y femenino de estas historias, protagonizadas todas por mujeres. En este sentido, además de funcionar como una suerte de reservorio de argumentos y arquetipos que se pueden encontrar por todas partes en la obra de Carter, este es un libro que deja ver, en su magnífica variedad —que va desde el desborde imaginativo a la austeridad, desde pasajes simbólicos a otros cercanos al costumbrismo, desde la felicidad de algunas fórmulas al tedio, desde la sexualidad manifiesta y disfrutada (en este sentido hay que destacar los impresionantes cuentos inuit) a la inverosímil castidad, desde la angustia a la alegría instantánea del chiste—, las muchas formas de la fábula.


Cuentos de hadas
Carter, Angela
Impedimenta (2016)
Páginas: 640
UYU 980

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