desde el sótano de una colina
St. Ides Heaven
Por Daniel Mella / Lunes 19 de marzo de 2018
Elliott Smith por Autumn de Wilde
Daniel Mella, nos narrará historias desde el sótano de una colina, como cuando no vio a Elliott Smith por ver a Radiohead y entonces una espina quedó atravesada.
El día que salió el Kid A de Radiohead lo fui a comprar. El vendedor, que me conocía, lo puso a sonar en el equipo de audio. Yo esperaba una continuación del Ok Computer y no esa basura que salía por los altoparlantes. Estábamos a fines del 2000 y solo un par de años más tarde, en Nueva York, cuando fui con mi amigo Dimitri a un show de proyecciones láser en el planetario del Museo de Historia Natural, proyecciones sicodélicas acompañadas por una banda sonora que abría con «Everything in its Right Place», pude comprender la belleza del salto mortal que Radiohead había dado con ese disco. Aquella tarde en la disquería el vendedor reemplazó el Kid A, en el que yo no estaba dispuesto a invertir un peso, por el Figure 8 de Elliott Smith, que también acababa de llegar. No sé por qué me atrapó desde el primer compás. Yo escuchaba otro tipo de cosas. Era demasiado pop para mí. El único otro disco de Elliott Smith que se podía conseguir por aquella época era el que llevaba su nombre y también me lo llevé.
Eran los discos que escuchaba yendo de mi apartamento en la Ciudad Vieja a El Ciudadano, el bar donde aprendía el oficio que me iba a sustentar durante mi viaje. Escuchaba a Nick Drake también, pero la melancolía de Drake era demasiado melancólica. La de Elliott Smith estaba cortada con una buena dosis de odio a la humanidad y de amor a la luz. Solo él podía cantarle a las ebrias caminatas nocturnas como lo hacía en «St. Ides Heaven», con la desfachatez del adolescente o del adicto: High on amphetamines / the moon is a lightbulb breaking / it'll go around with anyone / but it won’t come down for anyone / and I won’t come down for anyone.
Mi primera novia en Nueva York, a mediados de 2002, fue una princesa afgana que había tenido que huir de Afganistán por causa de los talibanes. Hicimos el amor con música la primera vez en su apartamento. Ni bien terminamos, de su computadora empezó a brotar «Tomorrow, Tomorrow». Yo no conocía la canción. No había escuchado el disco XO todavía. Identifiqué la voz de Elliott Smith en al menos cuatro capas haciendo cosas delicadas, y me agarró totalmente desprevenido y abierto. En inglés hay una expresión hermosa para el resplandor después del amor: Afterglow. En el afterglow en la cama de Zahra, esa tarde, me sentí rodeado por ángeles. Acabé comprando todos sus discos. Roman Candle se convirtió para siempre en la calle Houston en toda su amplitud y mugre industrial, XO en el apartamento de Zahra y la última vez que la vi, en un subte, y el Either/Or fue y será las tardes en que me tocaba abrir el bar: ponía el disco, fumaba un porro y trapeaba el piso con el sol declinando tras los ventanales.
En junio de 2003 hubo un festival en el Giants Stadium. En el escenario grande, adentro del estadio, tocaban Spiritualized, Blur, los Beastie Boys, Beck y por último Radiohead, que presentaban el Hail to the Thief. En el estacionamiento tocaban algunas bandas que también me interesaban y cerraba Elliott Smith. Con Dimitri teníamos asiento adentro, en las gradas, pero sobornamos a un guardia para que nos dejara pasar a la cancha. Ya hacia el final, unas amigas con las que nos habíamos encontrado, clientas del bar, decidieron salir del estadio para ver a Elliott Smith en lugar de Radiohead. Con Dimitri lo pensamos. Si salíamos no íbamos a poder regresar a la cancha, íbamos a tener que volver a encontrar a un guardia corrupto, etc., así que no nos movimos. A ver si me explico. Hubiera cambiado a todas las bandas del mundo por Elliott Smith. Sus canciones forman parte de mi ADN. Hay épocas —van y vienen— en que solo puedo escucharlo a él. Pero se corría la bola de que la heroína lo tenía completamente agarrado, tocaba con un casillero de Rolling Rocks a sus pies, se olvidaba de las letras, pifiaba en la guitarra. Era la única ocasión en que iba a poder verlo porque en pocos meses se iba a matar con dos cuchilladas en el corazón. Radiohead estuvo épico. Nuestras amigas, en cambio, quedaron desmoralizadas después de ver a Elliott Smith, y el día de octubre en que llegó la noticia de su muerte cayeron por el bar a llorarlo. Llovía, pero esa noche yo estaba tomando éxtasis, flotaba entre las mesas; luego iba a salir a bailar, y no iba a bajar por nada ni por nadie.
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