Un tiempo pasado
Nostalgia con gusto a limón
Por Sofía Aguerre / Lunes 23 de marzo de 2020
Un verano empieza como cualquier otro, sin embargo, los personajes del libro Los limoneros también resisten las heladas saben que es el último. Al menos, el último tal y como conocen el verano: en el pueblo en el que siempre vivieron, con sus amigos de siempre y la familia que los acompaña. Sofía Aguerre nos recomienda la última novela de la booktuber Sara Cantador.
Sara Cantador —también conocida como Uka, del canal de booktube Nube de palabras— vuelve a demostrarnos su talento para retratar pueblos pequeños, a veces reconfortantes y a veces más hostiles. Al igual que en su primera novela, La playa, la autora nos lleva a décadas pasadas, aunque en esta ocasión se trata de los años noventa. Nos presenta un pueblo rural llamado Valdesa, que ella misma admite haber basado en Valdeverdeja, donde creció, aunque con ciertas licencias.
Los limoneros también resisten las heladas es una novela para leer con tiempo. Para saborear. No es una historia vertiginosa ni llena de acción, sino que la trama avanza despacio, lo suficiente como para conocer bien a los personajes y verlos crecer a través de un año de sus vidas, el último antes de entrar a la universidad. Es un año de cambios, de expectativas, de temores y de, por supuesto, misterios. En esta novela hay un toque de magia que se insinúa desde el principio y que se va haciendo más fuerte cuanto más nos acercamos al final. Esto le da un color diferente a la historia y la hace incluso más entrañable.
Nuestra protagonista es Lluvia, una chica excéntrica y de carácter fuerte. No es muy querida por la gente de Valdesa, pero sí por sus amigos y su familia. Aunque la mayor parte de la historia se cuenta desde su perspectiva, también tenemos las de sus amigos: Paula, Olivia, Lucas y Aarón. Los cinco tienen personalidades muy distintas y marcadas, y problemas que los afectan individual y colectivamente. A lo largo del año que se relata, nada va a ser lo mismo para ellos: la nostalgia por un pasado que se pierde de forma irremediable y el miedo por un futuro incierto son sentimientos que empapan la novela de principio a fin. Si bien hay otros elementos como el misterio de quién está saboteando la granja de los padres de Lucas o qué secretos esconde Lluvia, la forma en la que el fin de la infancia afecta a estos amigos es el tema principal. Se nota sobre todo en el prólogo, el interludio y el epílogo, narrados en primera persona por uno de ellos, unos años después.
La prosa elegida por la autora es ideal para este tipo de historia. Transmite muy bien el amor hacia el pueblo que se describe, hacia los detalles que lo hacen único. Se toma su tiempo para hacerlo y para darle cabida a lo que sienten los personajes, por lo que el ritmo de lectura es un poco más lento, como decía al principio, que no es lo mismo que aburrido. Es lo que necesita la novela para hacer sentir al lector lo mismo que los personajes y el aura melancólica que nunca termina de irse.
La ambientación difiere bastante del pueblo costero de su anterior novela, pero comparte la maestría a la hora de acercarnos a esos lugares y personajes secundarios que hacen que Valdesa sea Valdesa y no otro lugar, aunque podría serlo, tal como pasaba en La playa. Es una sensación difícil de explicar, pero que, con seguridad, quien lea sus libros podrá entender a la perfección. Sara Cantador nos transporta a ese pueblo, a sus rincones y a sus secretos, a sus leyendas, con un cariño que es imposible no notar.
Tengo solo un comentario no tan positivo sobre la novela y es que me da la impresión de que algunos cabos quedan sueltos o que cierto elemento mágico que aparece hacia el final no se explica lo suficiente. Soy partidaria de las ambigüedades —y de los tan polémicos finales abiertos—, sobre todo cuando hay magia involucrada, pero en este caso me quedé con la sensación de no haber entendido, más que de quedarme con la duda.
Por fuera de ese detalle, me pareció una novela muy linda y disfrutable, que transmite mucho y que puede ser todavía más emotiva si llega en el momento justo. Por ejemplo, para aquellos que estén en su último año de liceo, lo acaben de terminar o sientan especial nostalgia por esas épocas. Muchas veces, la memoria, al igual que los limoneros, también resiste las heladas.
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