Música, grafitis y un castillo abandonado
El arte de permanecer
Por Sofía Aguerre / Miércoles 04 de diciembre de 2019
Florencia vive cambiando residencia, Camila es grafitera. Se conocen en Montevideo y juntas descubren un palacete abandonado, a punto de ser demolido, que las llevará a tomar decisiones tan artísticas como poco legales. Sofía Aguerre nos recomienda Las danzas vírgenes, de Gonzalo Salinas, novela ganadora del Premio Onetti 2018 en literatura juvenil.
Hace tiempo que no hablamos de autores nacionales, y eso que en nuestro país se está escribiendo más novela juvenil que nunca, incluso de la mano de mucha gente joven. Este es el caso de Gonzalo Salinas, reciente ganador —por segunda vez— del concurso literario Juan Carlos Onetti en la categoría Narrativa infantil y juvenil. Hoy voy a contarles un poquito de su novela premiada, Las danzas vírgenes.
Se trata de una novela cortita pero intensa. Nuestra protagonista es Florencia, una chica que, por el trabajo de sus padres —arquitecta y decorador de interiores— vive mudándose cada poco tiempo. Sus padres compran casas, las restauran, las dejan preciosas y amuebladas y… vuelven a empezar en otro lado. Por eso, Florencia no ha logrado crear vínculos fuertes o duraderos. Llegó al punto de mostrar una personalidad diferente para cada lugar, que al cabo de un tiempo ya ni recuerda, al igual que tampoco retiene en su memoria a la gente que conoce. No le parece que valga la pena.
Las cosas cambian cuando, después de recorrer más que nada el interior del país, Florencia y sus padres se mudan a la capital. Allí van a suceder dos hechos importantes: el primero, conocer a Camila, una grafitera que está pintando en la azotea de su casa; el segundo, cruzarse con un palacete abandonado en el que no podrá dejar de pensar.
Aquí empieza una historia que se pelea en dos frentes: la relación de Florencia con Camila y cómo esa la ayuda a crecer, mientras que por otro lado tenemos la lucha por salvar el palacete —el castillo, como le dice Florencia— de su demolición. Esto trae un montón de ideas locas —y bastante ilegales— como ocupar el castillo con artistas de todo tipo para llamar la atención sobre el hecho.
Y ya que estamos, sí: el arte tiene un lugar muy importante en esta novela. No solo porque Camila pinta y a Florencia le gusta escribir poesía, sino porque también forman un vínculo a través de la música. Música que, en general, nos retrotrae a un Uruguay pasado, como para llenar de nostalgia a muchos y de curiosidad a otros. Porque es una novela que se nota muy uruguaya, pero no dice que lo es. No hay referencias a lugares puntuales, sino descripciones de lugares que seguro vamos a ser capaces de reconocer al menos por la atmósfera. Y, cómo no, por la música. También podemos sentir que paseamos por esos lugares y por la trama de la mano de los diálogos.
Tuve la suerte de encontrar al autor en una reunión del #Clubdelectura.uy y preguntarle por su novela. Ese día, habló un poco de lo mucho que había trabajado los diálogos —inteligentes, cargados de humor y reflexiones— y cómo eran, en efecto, los que hacían avanzar la historia y el desarrollo de esos personajes que hablaban tanto y tan fuerte en su mente. También pude preguntarle por algo que había comentado antes, sobre la influencia de las películas de Richard Linklater (en particular, Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes de la medianoche), que es intencional, según él. Y se nota mucho en la manera en que los personajes hablan y cómo el mundo parece moverse con sus palabras.
Uno de los grandes temas de esta novela es el de la permanencia y lo transitorio, que podemos ver muy claro en los esfuerzos de Florencia por salvar el castillo y en las pintadas de Camila, que van a terminar borrándose, pero también en su relación y en sus miedos. En los vínculos efímeros de Florencia a lo largo del tiempo, en lo que encuentran la una en la otra, en la forma en que se buscan.
Como dije antes, se trata de una novela cortita pero intensa. Que se lee en un rato, pero te queda en la cabeza por mucho tiempo más.
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