Torpedos contra las líneas de flotación
Leé un avance de «Utopías digitales. Imaginar el fin del capitalismo», de Ekaitz Cancela
Por Ekaitz Cancela Rodríguez / Viernes 07 de junio de 2024
Empezá a leer este ensayo de Ekaitz Cancela que ofrece una panorámica sobre los claroscuros de la contemporaneidad y pone en evidencia formas de superar el capitalismo como única alternativa. El lunes 10 de junio, el autor autor vasco y editor de Verso Libros presentará el libro en Escaramuza junto a Ana Laura Pérez.
Entiendo las utopías de manera antisistémica, radical, como si se tratara de un torpedo contra las líneas de flotación de ese engendro antinatural que es el capitalismo. También como mecanismos de evaluación racional que utilizan quienes aspiran a provocar cambios y liberar a la sociedad de ese yugo atroz; también, como fuente de entusiasmo sobre las expectativas posibles para conseguirlo. Como motor teórico y práctico de la acción revolucionaria, algo así como una fuerza material y espiritual que trata de provocar la ruptura de la estructura de poder existente. Así ha sido, al menos, desde que la Revolución francesa despertó las esperanzas populares de tantas personas como las que se unieron a la insurrección. Lo mismo sucedió más de medio siglo después para poner en cuestión toda idea de progreso desde las filas del comunismo. Esta segunda revolución explosionó demasiado pronto, aunque recuperó un sueño que había quedado olvidado: las estructuras cambian y se transforman mediante la organización colectiva y la actividad creativa de muchos. La utopía ha seguido existiendo hasta nuestros días, pasando por el reciente siglo pasado, que acogió multitud de revoluciones y revueltas que caminaban, aunque mediante caminos diferentes, en la misma dirección. Ocurrieron tantos estallidos que resulta imposible recordarlos todos. Algo similar puede decirse en este presente momento histórico: existen decenas, cientos, miles, millones de prácticas utópicas que ensayan alternativas al presente en cada lugar del mundo. Aunque no están siendo socializadas, y apenas disponemos de repositorios ricos en conocimiento, archivos o fuentes de documentación que las preserven todas. Estas utopías también pueden encontrarse en las actividades de las personas, en sus hábitos diarios y en cada aspecto de su vida. Y seguirán haciéndolo siempre porque el ejercicio de pensar en algo nuevo, mejor y más plausible, es la materia prima de nuestros sueños. A veces se expresan como un acto de imaginación involuntaria, como un destello de intuición o como si se trataran de diatribas mentales que reflexionan, casi de manera natural, sobre las opciones posibles a la hora de trascenderlo. «Cómo serían las cosas si…» es un pensamiento recurrente que trata de llevar la mente hacia algo distinto a lo que conocemos. Otras veces, en cambio, las utopías llegan al ámbito de la ciencia, al de la práctica política o a la propia moral como el deseo de encontrar el mejor camino para alcanzar ciertas metas aparentemente imposibles. Las utopías son recuerdos, constelaciones sobre los caminos nunca transitados. Son, también, la materia prima de las alternativas. Ello es así porque no existe otra forma de inventar un mundo que hacerlo sobre las ruinas del anterior: Cuando no, corre el riesgo de no ser revolución comunista, ni la constatación de su utopía, sino reacción y distopía capitalista. En ese momento de bifurcación nos encontramos. Las imágenes, escenarios y modelos, pero sobre todo los relatos de futuro, están abiertos a la transformación: contar una nueva historia sobre cómo podría ser el mundo sin que el capital medie en cada esfera de nuestra vida es una batalla política. La emancipación es una disputa que se labra sobre esos relatos, que casi siempre se construyen sobre la indeterminación. Las utopías son por tanto lecturas realistas: reconocen la muerte del progreso, que es barbarie y destrucción. Son intervenciones decididas sobre un sistema para evitar que continúe con su avance, así como para inventar soluciones nunca liberadas de su potencial creativo. Son, además, racionales y optimistas, aunque sea por oposición: en su camino hacia la transformación revolucionaria, el derrocamiento del capitalismo, dejan de ser irracionales y pesimistas. Abren la puerta a cierta reflexividad, al estudio en profundidad de la memoria histórica, a la búsqueda de lo que pudo ser en un tiempo pasado. Y lo hacen en ese tiempo concreto y finito que es el ahora. Ofrecen herramientas casi arqueológicas para analizar y decidir, información preñada de enseñanzas casi nunca descubiertas, reaprendidas, o implementadas a escala. Nos permiten movilizar todas esas enseñanzas para producir futuros alternativos, sea mediante conversaciones en centros ocupados, espacios autogestionados o a través de las ficciones, como la literatura, el cine o el arte. Es por ello que sin las tecnologías digitales las utopías nunca más serían. Y viceversa. Facilitan socializar las herramientas para crear esas historias. También, la gestión de los sistemas complejos que permiten a cada persona ampliar su capacidad para deliberar, decidir sobre el futuro y coordinarse para alcanzarlo. En definitiva, alcanzar el reino de la libertad. Son la manera de alcanzarla entonando una franca defensa sobre el único privilegio de la existencia humana: la igualdad de oportunidades para elegir quién queremos ser sin las determinaciones, en esta época, algorítmicas, de los dueños del dinero. Si bien el devenir de este sistema en crisis es impredecible, sin duda seguirá desatando ―lo hace cada año― cotas de violencia física y mental cada vez mayores. La utopía estará ahí hasta que el sistema llegue a su límite vital o hasta que aquellas alternativas imaginadas desde hace tantos siglos, todas ellas, se hagan una para alumbrar un sistema nuevo.
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