Difusión
Leé el prólogo de «Igual que un cuerpo y otros relatos autobiográficos», de Cecilia Szperling
Por Escaramuza / Martes 26 de octubre de 2021
Obra de Pablo Lapadula presentada durante el taller de «Cinescrituras», de Cecilia Szperling e Irina Raffo
Publicado por La Tundra Revista, Igual que un cuerpo y otros relatos autobiográficos es un fanzine colectivo que reúne historias autobiográficas a partir del taller de Escrituras Autobiográficas de Cecilia Szperling. Compartimos el prólogo de la publicación, a cargo de la escritora argentina.
Cecilia Szperling (Buenos Aires, 1963) es escritora, publicó relatos, novelas y
antologías: El futuro de los artistas
(Ediciones de la Flor, 1997); Relatos (1997),
que recibió el premio Fundación Antorchas; Selección
natural (Adriana Hidalgo editora, 2006), novela finalista del Premio
Clarín, traducida al inglés y publicada en UK; La máquina de proyectar sueños (Interzona Editora, 2016) y El año de la militancia verde (ebook en
Bajalibros). Lleva adelante el ciclo Confesionario en Radio UBA. Integrante del
INADI. Gestora cultural (creadora de reconocidos ciclos literarios, radio y
TV). Miembro del Comité del Festival littéraire international Metropolis bleu.
Dicta talleres de escritura autobiográfica.
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Prólogo del
fanzine Igual que un cuerpo y otros relatos autobiográficos presentado en el London Spanish Book and Zine Fair
Siempre
me gustaron las historias verdaderas. Mi mamá, en especial, pero también toda
esa rama de mi familia —judíos
que se instalaron en la provincia litoraleña de Corrientes— eran especialistas en
contar anécdotas. La gracia que mi madre hacía emerger no era lo extraordinario
de la historia, sino más bien el detalle inesperado y asombroso que alojaba,
por ejemplo, un encuentro casual en la calle o en el teatro: “Fui al Colón sin
entrada y, justo en la puerta, un señor muy amable me dice que su hermano no podrá
venir y que, si necesito, tiene lugar en su palco. Resulta que el señor era de
Entre Ríos y ¡había
cursado la facultad de abogacía con mi
hermano Felipe en Rosario!”.
Así
su arrojo era pagado con creces. Porque, en esta ciudad tan grande, encontrarse
con paisanos era siempre un regocijo inmenso, le daba sentido a… ¡A
todo!
Entre
las historias de pueblo que me contaba mi mamá, mi favorita es la de Pancha
Pimental, una compañera de colegio tan histriónica que, cada semana, las amigas
optaban por pagar la entrada de cine de Pancha y enviarla. Luego ella las
reunía y les actuaba cada personaje en una función que hasta era mejor que el
cine mismo.
En
2001, junto con la crisis de Argentina, ideé Confesionario: Historia de mi vida privada. La convocatoria, que
reunió a más de doscientos escritores y artistas, tenía como premisa que el texto
cumpliera con tres condiciones: ser verdadera, en primera persona y
confesional.
Como
dijo la escritora y cantante Rosario Bléfari antes de leer su “confesión”: “Escribí
algo que me da vergüenza, porque si no…, no sería una confesión”.
Me
hizo acordar a una línea que aparece en El
sacrificio, de Tarkovski. En una escena, un amigo le regala a otro un gran
planisferio bellísimo. “No, por favor, es un sacrificio para vos. No puedo
aceptarlo”. “Acéptalo, si no fuese un sacrificio, no sería un verdadero regalo”.
A partir de ese ciclo que duró casi una década
—tuvo
dos temporadas en la televisión y se reformuló para la radio— y de haber escuchado y
participado como editora o consultora con algunos de los autores, como Hebe
Uhart, Edgardo Cozarinsky, Lola Arias, Alan Pauls, Mercedes Halfon, Gabriela
Cabezón Cámara, Daniel Link, Martín Kohan, María Moreno, Mauricio Kartún, entre
otros, escuché, desde la lectura y en el rito público, lo que podría denominar “muchos
tipos diferentes de géneros dentro de la autobiografía o literatura del yo”, o
de la manera que quieran nombrarlo. No es menor el hecho de formar pareja y haber
colaborado en las películas de Andrés Di Tella, documentalista y luego
explorador en sus películas de distintos ensayos autobiográficos. O sea que en
mi casa el laboratorio es permanente. En la literatura, la influencia es
inmensa, desde la lectura de Marcel Proust, Victoria Ocampo, Virginia Woolf,
Jamaica Kincaid, Coetzee, Natalia Guinzburg, Vivian Gornick, Joe Brainard,
Georges Perec, Roland Barthes, Sara Ahmed, Rachel Cusk, Guadalupe Nettel, Norah
Lange, Camila Sosa Villada —podría
seguir con sólo mirar mi biblioteca de reojo—, vivo en deleite con esa
herramienta, ese hallazgo de estar amarrada a la vida vivida, junto con sus
fantasías, deseos, heridas y anhelos.
Como
escritora, lectora y como docente, pensar una y otra vez sobre los modos de
abordar la autobiografía es un desafío a la vez inconcluso y misterioso, pero
que, en sí mismo, logra su propia conquista, la de poner en palabras lo no
dicho y que queríamos decir.
Igual que un cuerpo es una
colección de textos autobiográficos, dentro de los mil modos que tiene el yo de
expresarse en la escritura.
“El
feminismo; se trata de autobiografías interconectadas”, escuché decir a Judith Butler una tarde en la Universidad de San
Martín, en Buenos Aires. Había venido invitada por Ni Una Menos, colectivo
feminista surgido en 2015 para luchar contra la violencia contra las mujeres y
que pronto se convirtió en un lema que recorrió varios países y continentes.
Butler
puso en palabras lo que, en mi caso, fueron pequeñas argumentaciones a los
ataques que había recibido en la construcción de Confesionario y la búsqueda de
la literatura del yo. No era frívola ni individualista, todo lo contrario:
reapropiarnos de nuestra historia individual nos acercaría de modo genuino y
más completo a la comunidad y a las luchas colectivas.
Así y
más allá del feminismo, donde la autobiografía en común tendría que ver con
experiencias de la cultura patriarcal, todes estamos sumergides en pautas
culturales opresivas, barreras invisibles algunas, ¡otras a la vista!, que nos moldean. De ahí que los lazos y los
vínculos se puedan tejer como una caricia, un encuentro atravesado por la
palabra. Sin palabras no es tan fácil entrar en el corazón. Somos cuerpo, somos
palabras, en vibrante interdependencia amorosa. La construcción de un cuerpo y
la construcción de la palabra son nuestra base.
Los
textos de esta colección son herederos de Proust, quien crea su propio trauma a
los ocho años, cuando su madre le niega el beso de las buenas noches y , a
partir de ese hecho, escribe los siete tomos de En busca del tiempo perdido. La mitología propia de la
que habla Bruno Schulz cuando afirma que el imaginario de la infancia forma
parte de nuestro ADN, menciona la imagen visual del caballo alado, protagonista de los cuentos que su madre le contaba
antes de dormir y que impactaron hasta ser parte de él.
Entre
los abordajes del yo están también los sentidos y los objetos que encierran
nuestros recuerdos, donde se quiebra la idea del tiempo lineal: como con la “magdalena
de Proust”, cuando Marcel lleva a su
boca una magdalena embebida en té, y de ese sabor emerge su infancia como una
epifanía.
En
esta colección, encontramos algunas escritoras inspiradas en el icónico Me acuerdo, de Joe Brainard, donde a la
formulación “me acuerdo” le sigue la
fotografía intacta de objetos y situaciones guardada en la memoria. La[A3]
fórmula es tan efectiva y motora que ha sido replicada una y otra vez, notable
la de Georges Perec y, hace pocos años, por el escritor argentino Martín Kohan.
Quizás,
como en Sara Ahmed, encontraremos aquí el ensayo en primera persona, reflexiones
que surgen del cuerpo y la experiencia
tan singular como genuina. Hay textos que generan imágenes visuales tan
definidas que podemos verlas como si fueran una novela gráfica, mientras que
otros generan imágenes opacas o caóticas.
La
voz, esa que nos niegan y nos negamos o nos habilitan y habilitamos, se va
encarnando en las palabras hasta volverlas imprescindibles, necesarias… Igual que un cuerpo.
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El viernes 29 y el sábado 30 de octubre Cecilia Szperling e Irina Raffo imparten en taller Cinescritura autobiográfica. Encuentros entre el cine y la literatura en el Río de la Plata.
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