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Lecturas en chinelas (o casi)
Por Escaramuza / Jueves 02 de enero de 2020
Es posible que los regalos de Navidad incluyeran un libro, que hayamos decidido comprar las últimas novedades para llevar a la playa, que aprovechemos la prolongación de los días para rescatar las lecturas que quedaron pendientes de 2019 o alguna lectora amiga nos haya prestado su último «imperdible». En verano no hay excusas para no leer y nuestros colaboradores y colaboradoras nos cuentan en qué títulos se encuentran enfrascados.
Rodolfo Santullo, historietista, periodista y editor.
Estoy en San Francisco, pasando dos kilómetros Piriapolis. Es la casa de balneario de mis padres y mi segunda casa desde hace 35 años. Estoy leyendo Sidi de Arturo Pérez-Reverte, una relectura de El canto del Mío Cid reconvertido en novela realista de aventuras. Como siempre, Pérez-Reverte me lleva agarrado de la nariz, con su prosa seca, simple, adictiva. Gran libro para desconectar.
Mariangela Giaimo, profesora e investigadora en teorías de la comunicación y visualidad.
Debo admitir que me atrajo el título y su autora. Hombres elegantes y otros artículos es un conjunto de textos periodísticos de Milena Busquets que se cierran en una o dos carillas. La autora detalla, y se pasea entre la intelectualidad, los escritores archifamosos, la izquierda burguesa catalana —la gauche divine—, el ser mujer adulta con hijos, la comunicación a través de Whatsapp, las críticas hacia las feas, el amor a la lectura y más.
Su propuesta retoma bastante del universo temático de También esto pasará, su segunda novela best seller sobre la muerte de su madre, la famosa editora Esther Tusquets. Pero aquí la propuesta es otra. El libro se puede leer. Dejar. Dormir un poco. Seguir. Prepararse un café. Seguir. Llevarlo a la playa. Tomarlo entre los chapuzones. Estos textitos —casi anécdotas— son como un trago de verano. Poseen un toque de autorreferencialidad, algo de filosofía de la banalidad —con un poco de frivolidad—, bastante ambiente boho-chic; una pizca de mirada irónica y naif. Todo lo que queremos en vacaciones.
Fermín Méndez, Mintxo, periodista y editor.
Una biblioteca se va a poner en contra, otra lo va a festejar. Lo cierto es que el verano me atrapó leyendo dos libros a la vez. Para las mañanas con playa y sol tengo Mediocampo. Escrito por Andrés Torrón, es la música perfecta para que un rato sea un muy buen rato. De noche, con más calma, un hipocondríaco llamado Tobías, personaje de La mediana edad, busca —me busca— un lugar en el mundo.
No es para recomendar esto de leer dos libros a la vez, pero son cosas que pasan. Como los cambios de décadas, vamos.
Rosario Lázaro, traductora literaria y periodista.
En medio de olas de calor históricas, estoy leyendo Voss, de Patrick White en traducción de Raquel Vicedo, la novela sobre exploraciones decimonónicas del desierto australiano. Para seguir la estrategia de «inmersión» en estas tierras, leo también los ensayos del número especial de la revista Griffith Review titulado «Writing the Country». «Estas dos corrientes —el amor por la tierra que hemos invadido y la culpa de la invasión— se han hecho parte de mí. Es un país embrujado», como escribió la poeta Judith Wright. Por cierto, son lecturas puntuadas por las demandas de mi hijo de pocos meses: en plena madrugada o bajo el aire acondicionado de la tarde, cuando el koala duerme.
Federico Medina, periodista.
Estoy leyendo Mujeres a la orilla del río del alemán Heinrich Böll. Me resulta simpático que sea un libro estático, la historia nunca avanza demasiado, igual que en otros libros de él (yo me hice muy fan con Los silencios del doctor Murke), o busca otra cosa. Se detiene en pequeños momentos de contemplación para meterse desde ahí en la acción, a través de los recuerdos o los monólogos internos. Y lo mejor son las mañanas de Ericka Wubler tomando café en un balcón.
Creo que lo voy a terminar en Montevideo, en una silla preferida de madera con dos buenos posabrazos. Es cómoda, sin necesidad de almohadones
Tamara Tenembaum, docente de filosofía y periodista.
Estoy leyendo El nudo materno, de Jane Lazarre. Es un ensayo feminista sobre la experiencia de la maternidad —y de una maternidad interracial en Estados Unidos, más específicamente— que se tradujo al castellano hace poquísimo. Lo empecé en un viaje de trabajo que hice a las Islas Malvinas hace poco y lo estoy terminando ahora, en casa, antes de salir de vacaciones porque solo quiero llevar el Kindle. Creo que debo ser la persona sin hijos que más libros sobre maternidad ha leído: es un género y un tema que disfruto mucho, independientemente de mi propia experiencia. Este está muy bien escrito y organiza muy bien las tensiones afectivas y políticas de una maternidad en particular.
Francisco Álvez Francese, crítico literario..
En estas vacaciones de Navidad, que estoy usando para preparar exámenes para la Facultad, estoy leyendo uno de los libros recomendados por mi tutor, L'Accent. Une langue fantôme, Alain Fleischer. Como lo empecé hoy transcribo las primeras oraciones: «Dos sílabas alcanzan —incluso una— y la pronunciación de una sola palabra, para revelar, detrás de la lengua hablada, la presencia más o menos oculta, más o menos tapada, más o menos reprimida, o al contrario más o menos asumida e incluso más o menos exhibida, de otra lengua, últimos ecos de una lengua fantasma...».
Virginia Mórtola, psicoanalista y docente de literatura infantil.
Las dos últimas semanas de diciembre, coronadas por «las fiestas», nos empujan a los encuentros, los brindis, las infinitas cenas, los regalos. Y, también, a los conflictos familiares, los desencuentros, las borracheras, los ataques al hígado y algún obsequio infame de un amigo invisible que ni te conoce. Yo tuve suerte y me regalaron un libro muy a tono con el ambiente que nos rodea: Los sorrentinos, de Virginia Higa. A tono porque se mete con las intimidades de una familia: la familia Vespolini, proveniente de Sorrente y radicada en Mar del Plata, que instaló una trattoria napolitana, heredada por el Chiche Vespolini y fue el primer restaurante en el mundo en servir sorrentinos. El libro lo empecé a leer en la hamaca paraguaya de casa, seguí en el ómnibus, un rato en la cama y otro poco en la playa. Conocí las intimidades de este clan a través de una cadena de pintorescas anécdotas con momentos desopilantes, grotescos y tiernos. La familia, plagada de mandatos, además de los sorrentinos creó un léxico propio (catrosho, papocchia, mishadura) y la etiqueta del sorrentino (se sirven seis por porción, solo se corta con el tenedor y se usa el borde, no deben pincharse). Si alguien osaba no respetar estas reglas, las mujeres ponían los ojos en blanco y los hombres se reclinaban en sus sillas y resoplaban.
Lo interesante del libro, además de conocer los orígenes de esta pasta, es asomarse a una familia bien de cerca. La proximidad tiene dos efectos: el de la carcajada al ver como todos se someten a sus absurdas costumbres familiares y el efecto de la humildad al descubrirnos tan mandatados como los Vespolini.
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