Fuera de juego
La leyenda del tiempo
Por Mintxo / Miércoles 13 de octubre de 2021
Entre noches de flamenco y canchas de fútbol, el salvadoreño Jorge González hizo brillar al tímido Cádiz C.F. Amigo de Camarón de la Isla y admirado por Maradona, el Mágico González se convirtió en mito por sus goles, su humildad dentro y fuera de la cancha, su pasión por el sur. A través del libro Mágico González, el genio que quería divertirse, de Marco Mansullo, Mintxo nos recuerda por qué se parecen tanto el fútbol y la vida.
Como el agua blanca
que ha bajao del monte, esta historia forma parte de otro tiempo. Se parece a
recordar una canción. Una vez la escuchaste y te quedó para siempre. Es mágico.
En esta historia y como toda la vida, sonarán guitarras en Cádiz. Así es ese lugar
del mundo: nadie te puede impedir bailar de madrugada. «Mira si pronto me muero»,
diría el cantaor.
El sueño va sobre el
tiempo flotando como un velero. En un estadio del sur de España todos gritan «ole,
ole». Apenas empezaba la década del 80 y la construcción de la realidad era
vivir los sucesos, estar. Habría otras, no se duda —tampoco tantas como hoy, en
tiempos virtuales—, pero nada como el ver para contar y creer. En esa cancha,
hombres con camisas de cuello ancho desprendidas hasta el ombligo, mujeres con
vestidos volados y abanicos, y niños con los ojos abiertos de par en par y las
rodillas bien mugrientas, todos, todo el mundo posible, se daba cita para vivir
la historia en carne propia. Una especie de aventura.
La vida es una
ilusión y nadie vive sin ella. «El Mágico era la hostia», en eso acuerdan todos
en cuanto bar de Cádiz existe (y existirá). También hablan del buen sabor de
boca del fútbol imperfecto, fuera de moda, ese romántico que perfuma miradas,
que viaja a la velocidad del alma mientras caen papeles picados aunque se haga
de noche. Fútbol simple, básico, llano. Un hombre y una pelota haciendo bailar
a multitudes; el mismo hombre robando besos, haciendo anchas las madrugadas
flamencas, viendo la luna cambiar de luz mientras sus multitudes dormían. Si
hasta Maradona dijo que el Mágico era el mejor, tal vez por cómo era dentro y
fuera de la cancha, quizás porque lo representaba eso de «la única manera de
ser uno mismo es no serlo».
Pa' querer no hay
lugar, si el lugar es lo que te sobra. La historia que sucedía entre Cádiz y El
Salvador, y que Marco Mansullo la cuenta como si estuviera en el living de tu
casa, se llama Mágico González, el genio
que quería divertirse (Altamerea, 2019). Todo lo imperdible está en 115
páginas: cómo el futbolista salvadoreño, el mejor de todos los tiempos en su
país, fue a dar a Cádiz después del Mundial de Naranjito; por qué no quiso ir
al Barcelona ni a ningún otro «grande» del fútbol europeo, a pesar de que le
ofrecían el oro y el moro; cuál fue su relación con Maradona y dónde jugaron
juntos; por qué vivía de noche y dormía de día (contradiciendo las prácticas
profesionales que existen); cómo se hizo amigo, pero amigo posta, de José Monge
Cruz, Camarón de la Isla, una de las leyendas más gigantes en la historia del
flamenco; sus amores y desamores, la vez que un entrenador lo fue a buscar a la
habitación del hotel, tiró la puerta abajo y encontró al Mágico desnudo, durmiendo con dos mujeres, sin
percatarse que sonaba la alarma contra incendios; el porqué de dejar el fútbol;
la historia de ser taxista y pasar desapercibido (aunque no tanto).
«Volando voy, volando
vengo, por el camino yo me entretengo». Quiero dar cuenta de algo que escribe
Mansullo porque es de una sensibilidad que conmueve:
Lo más hermoso de amar tanto a un
futbolista es que, cuando te das cuenta de que ha envejecido, constatas que tú
también lo has hecho. Has crecido con él, te has puesto enfermo con él, has
compartido el dolor de todas las cosas que la vida obliga a afrontar porque, en
ese mismo tiempo, él era hijo de tu mismo destino.
Si no lo sabían,
ahora lo saben. Y si donde dice «futbolista»
ponen a quien se les antoje, el razonamiento funciona igual de bien. Por
eso se parecen tanto el fútbol y la vida.
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