El folletín filosófico
Imantada III
Por Aldo Mazzucchelli Mazzucchelli / Lunes 30 de octubre de 2017
Homero, por Philippe-Laurent Roland, Museo del Louvre.
El verdadero escritor es el ser incapaz de generalizar. Debe mantenerse en lo que es del caso, sin más. La antítesis del escritor verdadero es el «escritor» de tesis, el que va a demostrar algo general —algo, digámoslo de antemano—, que ya sabe antes de empezar siquiera a demostrarlo. Lo que nos lleva al tema de los imanes, la cuarta i del Ion. El asunto es cómo ocurre el entheos, el endiosarse, el enfundarse la musa. Me doy cuenta. El regalo que tenés, de hablar de modo excelente sobre Homero, no es una profesión, sino como ya lo decía yo, una inspiración; es una musa la que te mueve, igual que la que está contenida en la piedra que Eurípides llamó imán, a la que se conoce comúnmente como la piedra de Heraclea. Esta piedra atrae anillos de hierro. Y no solo eso, sino que también imparte un poder de atracción sobre otros anillos; y a veces uno puede ver una serie de piezas de hierro y anillos suspendidos uno del otro, formando una cadena bastante larga; y todos ellos derivan su poder de suspensión de la piedra original. Del mismo modo la musa inspira, ella antes que nada, a los hombres; y los demás hombres se quedan suspendidos de esos primeros inspirados, y forman una larga cadena, de la que toman inspiración. Pues todos los buenos poetas, los épicos tanto como los líricos, componen sus bellos poemas no en base a su profesión, sino porque están inspirados y poseídos. Y así como las furiosas coribantes no están bien de la cabeza cuando bailan, igual les pasa a los poetas, que no están bien de la cabeza cuando están componiendo sus bellas tiradas: pero, al dejarse caer bajo el poder de la música y la medida, están inspirados y están poseídos; como las señoritas báquicas que toman leche y toman miel de los ríos cuando están bajo la influencia de Dióniso, pero no cuando están bien de la cabeza. Y el alma del poeta lírico hace igual, como ellos mismos lo confiesan; pues nos dicen que traen sus canciones de las fuentes de miel, de los jardines de las Musas; ellos, igual que las abejas, volando de flor en flor. Y es cierto. Porque el poeta es una cosa sagrada, luminosa y alada, y no hay invención en él hasta que ha quedado inspirado y ha salido de sus sentidos, y su mente ya no está dentro de él: cuando no ha alcanzado ese estado, es impotente e incapaz de pronunciar sus oráculos». No solo el poeta sino el poeta de poetas, y todo escritor lo es. Es escritor de escritores, miembro de número de la religión de los imantados por otros que han escrito antes, a través de cuya escritura se conecta uno con la energía de la musa de Apolo. Desde que lo escribió el griego, los poetas son seres irracionales. Y quedó establecida la inversión que da inicio a la filosofía, esa inversión siendo la quinta i: lo más sensato pasó a ser lo más loco; y lo loco de medir, pesar y anotar, lo sensato. El misterio sería que de las dos formas puede el hombre buscar más allá de sí, salirse. Sea en la parte de atrás de los párpados o en el pálido resplandor eterno que arrojan unos números rasguñados sobre una superficie.
No olvidemos, antes de pasar de lo anterior a Jenofonte y sus Memorabilia, que los rapsodas son sujetos muy precisos acerca de las palabras exactas que usó Homero, muy idiotas ellos mismos». Esto debería darnos suficiente combustible para encarar el problema de lo que se aparece por escrito a partir de un «trabajo» del sujeto sobre lo que se dice «sí mismo». «Trabajar» sobre el sí mismo es presuponerlo, conocerlo antes de tiempo. Epidauro ha podido ser la patria de uno de estos idiotas trabajosos, obtenedores del primer premio.