Obra salvaje
Estela radiante: la reverberación de Bolaño
Por Escaramuza / Sábado 15 de julio de 2023
Detalle de portada de «Los detectives salvajes» (Barcelona: Anagrama, 2000).
El 15 de julio hizo veinte años de la muerte del escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003), quien hubiera cumplido siete décadas también en 2023. Al margen de los números, ofrecemos visiones de cómo reverbera esa obra enorme con el paso del tiempo. Responden Gonza Baz, raúl rodríguez freire, Cecilia Ríos y otros escritores e intelectuales.
Gonzalo Baz, escritor y editor
Las formas, los estilos, las poses, las políticas editoriales, los proyectos totales, los temas urgentes, lo contemporáneo, el centro y la periferia, la literatura entera y sus análisis críticos, todo eso envejece y se pudre en el táper. Lo único que importa es mantener el deseo vital de escribir, hacerlo en cualquier lugar, de leer en la ducha. Hay escritores que lo logran y, además, tienen la capacidad de contagiarlo a sus lectores. Cuando uno se encuentra con ese tipo de generosidad, la abraza para siempre y agradece.
Cecilia Ríos, escritora y poeta
Leer Los detectives salvajes fue la experiencia literaria más significativa de mi vida en muchos años, además del comienzo de una devoción intensa por todo lo que Bolaño escribió y dijo. Intento desentrañar las razones de mi admiración, aun sabiendo que no podré encontrarlas todas, y aparecen la escritura entrelazada con fuerza a la vida, la crueldad desgarradora que sufre América Latina, el humor y la política, la denuncia y la intimidad, todas descritas con ritmo y desenfado, de una forma imposible de olvidar, que sigue siendo actual. Sus escritos están vivos, no sabrán nunca que él se ha ido. Me acordé de algo que cuenta allí, que Belano despreciaba la vida y sin embargo tomaba las gotitas de medicina en las horas justas.
raúl rodríguez freire, académico, traductor y editor
Este 2023 se conmemoran 20 años de la muerte de Roberto Bolaño, y 50 del Golpe de estado en Chile. Ambos acontecimientos no están desligados. La obra de Bolaño confronta el desafío que significa el fascismo, como muestra de manera ejemplar Estrella distante, pero en realidad es prácticamente toda su obra la que piensa la cuestión del fascismo. Este, podemos ver en cualquiera de sus libros en el que lo refiera, no fue (ni lo sigue siendo) solo un movimiento de masas, sino también un modo de subjetivación que sobrepasa las concepciones políticas convencionales. Ello implica que para su derrota no basta la victoria sobre un gobierno y sus ejércitos. Su derrota se logra con la transformación de las condiciones que producen, a nivel cotidiano, a un sujeto fascista. De manera que la violencia fascista ocupa en Bolaño un lugar destacado, dentro del cual el nazismo representa una preocupación constante, que se extiende desde La senda de los elefantes, de 1984 (reeditada en 1999 como Monsieur Pain), uno de sus primeros trabajos como novelista, hasta su obra póstuma, 2666 (2004), pasando por pequeñas, pero significativas referencias en El espíritu de la ciencia-ficción (escrita entre 1980-1984, publicada póstumamente), dedicada originalmente a Philip Dick, Los sinsabores del verdadero policía (2011; comenzada a finales de los ochenta), La pista de hielo (1993), Los detectives salvajes (1998) y Nocturno de Chile (2001). El Tercer Reich, escrita en 1989 y publicada en 2010, así como La literatura nazi en América (1996) y la ya mencionada Estrella distante (1996), le darán al fascismo un tratamiento detenido y particular, que culminará en su articulación con los femicidios en 2666 (adelantada ya en «Ramírez Hoffman, el infame»), una violencia que tiene como trasfondo las mutaciones del capital y la industria cultural a fines del siglo XX. «La originalidad de Bolaño», señaló al respecto Federico Finchelstein ―a propósito de los quince años de su muerte―, y en ello concuerdo, «es justamente que enfatiza un fascismo que no tiene fronteras de tiempo y espacio. Un fascismo global y globalizante» (2018, en línea)
Carolina Silva Rodé, poeta
No sentí el amor total que siento por Latinoamérica de una forma más que brevemente intuida hasta que leí el diario de García Madero. Lo leí ahí, sentado entre jóvenes poetas, pidiendo en el bar un café con leche, y vi de golpe que nuestras vidas eran una y la misma, tal vez las vidas de todos los jóvenes poetas preéditos eran una y la misma. Bolaño me habló de un DF que no conozco y lo entendí como si me estuviera hablando de La Tortuguita y los insufribles de Humanidades. Era un lenguaje cabal, ubicuo, completo, una cosa que primero atribuí a Bolaño y después, hablando con lectores suyos que no tuvieron la fortuna de nacer hispanohablantes (y de acá cerca), descubrí que era del español, de la complicidad internacional (pero tampoco la pavada). Bolaño usa un español perfecta y profundamente latinoamericano y lo navega con una soltura como cósmica. Es imposible no amar lo que ama Bolaño, imposible no sentir un poco una pulsión obsesiva ante conceptos inmensos pero silenciosos como el de Universidad Desconocida o Césarea Tinajero, imposible no sentir el desierto de Sonora extendiéndose para siempre, separándonos cada vez más de todo lo que no somos nosotros.
Martín Bentancor, escritor, crítico y editor
Bolaño tuvo una suerte de fulgor intenso en los dos o tres años anteriores a su muerte y en el par de años siguientes. Después, la megaexposición editorial, la innecesaria suma de póstumos y cierto fervor unánime, que supongo que se basa en su gran libro, Los detectives salvajes, lo han convertido en una figura algo extraña en el panorama de las letras hispanoamericanas. Yo creo que el núcleo duro de su fuerza como autor radica en Los detectives... (en el texto en sí, el argumento y la estructura, y no en la mitología que generó), en gran parte de su poesía y en un puñado de cuentos. Sus opiniones literarias eran generalmente trasnochadas o plagadas de exageraciones. Pero no todo lo que escribe y dice un escritor merece salvarse.
Agustín Acevedo Kanopa, psicólogo, crítico y escritor
Es casi un cliché decirlo, pero una parte crucial del legado de Bolaño es haber creado un universo propio. Las fantasías y proyecciones que los lectores hemos generado alrededor de este universo en muchos casos son, a la hora de entenderlo o dimensionarlo, el impulso y su freno. Me acuerdo una vez, cuando Roberto López Belloso le entregó a Mario Bellatin un ejemplar de Los detectives salvajes con la consigna de que le hiciera una especie de dedicatoria póstuma a Bolaño (un ejercicio extraño, que invierte el sentido clásico del autor dedicando su propio libro a otro colega), el mexicano escribió algo así como que es una lástima que todo el mundo se quede en el Distrito Federal del primer capítulo y no con el grueso de la parte de los testimonios, donde hay una mayor riqueza de voces, lugares y elucubraciones sobre el arte en sí. Entiendo un poco lo que quería decir, porque mucho de lo bolañano quedó en el reduccionismo de encorsetar su obra a una gesta punk de poetas que persiguen a otros poetas, entre droga, sexo, planes de secuestro y accidentes automovilísticos, cuando aquel libro es más bien una gran revuelta metaliteraria de analizar hasta dónde puede llegar una novela, de los límites difusos entre poesía y narrativa, y de la tradición chilena abandonada y recobrada en toda esa cosa cosmopolita que se fue convirtiendo la vida del autor y sus personajes. Más allá de este reparo sobre la percepción del universo bolañano, hay sin dudas una dimensión mítica de la vida del autor, que se entremezcla con la de su obra. Para nosotros los escritores, Bolaño el novelista, pero también Bolaño el poeta, Bolaño el guardabosque, Bolaño el trotamundos, Bolaño el mártir, se volvió como una especie de horizonte moral, la representación total de la aventura literaria y extraliteraria, tal como para nuestros abuelos fue Hemingway. Esa frase famosa de Nicanor Parra de «le debemos un hígado a Bolaño», es algo que más allá del eslogan forma parte de una sensación común, una especie de transmutación crística que ha traspasado lo meramente literario. Pero, más que nada, lo que siempre va a quedar es la sensación de aventura, de imaginación interminable y de que todo el mundo puede caber en dos o tres renglones. Yo le debo mucho a él. En poco menos de una semana tendré mi primer hijo y se llamará Ulises, mucho más en honor al Ulises Lima de Los detectives salvajes que a las gestas griegas o a la obra de Joyce.
Roberto Appratto, escritor, crítico y docente
Lo que queda de Bolaño es la seguridad de leerlo y encontrar una voz personal, con una gran capacidad para fabular a partir de una ocurrencia o de una situación real; por otro lado, el uso de técnicas siempre diversas para que la invención se manifieste, por decirlo así, en términos reales. En sus cuentos, en sus novelas, en sus ensayos, se siente la voluntad de hablar en función de un proyecto propio en constante desarrollo: un escritor consciente de su función, que habla como si se hubiera enterado de lo que cuenta y tuviera que decirlo en el momento, lo cual incluye al lector de inmediato en el diálogo.
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