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ciclo de cine

Espacio, tiempo, azar: sobre la mirada de André S. Labarthe (o el hombre del sombrero)

Por Irina Raffo / Miércoles 05 de octubre de 2022
Fotograma de «Historia de invierno»

La sorpresa, y el milagro, siempre han sido centrales en el cine. Irina Raffo revisa el ciclo de Cinemateca sobre el cineasta francés André Labarthe, una obra que «obedece no al resultado de una sensibilidad domesticada, racional y calculada, sino a la expresión de un espíritu libre». Al mismo tiempo, teje esas escenas con las de su última película, codirigida con Gabriela Guillermo.

Para comenzar, recordemos cómo los espectadores de las primeras proyecciones de los hermanos Lumière se alarmaban en la sala pensando que el tren que llegaba a la Gare de La Ciotat saldría de la pantalla y se les vendría encima, y también con la escena del Quijote de Orson Wells —descripta en un hermoso artículo de J. Rosenbaum [1]— cuando el ingenioso hidalgo, quien mira absorto las imágenes que se proyectan en la que se ven caballeros armados, se levanta de golpe y con su espada destruye la tela de la pantalla, en un esfuerzo inútil por defender a una mujer que se ve amenazada en la escena. Si bien puede parecer una anacronía —considerando que vivimos rodeados de imágenes— aun hoy nunca dejamos de sorprendernos cuando vamos al cine. Ver cine en una sala sigue siendo una experiencia transformadora que, de una forma u otra, evoca lo fantástico y lo trascendental desde diferentes universos. 

A comienzos de junio en Cinemateca Uruguaya se proyectó una selección de ocho piezas de la obra cinematográfica de André S. Labarthe (1931-2018), director y crítico francés que formó parte del núcleo duro de la Nouvelle Vague. Esta pequeña retrospectiva, organizada por Gabriela Guillermo, Sofía Monetti, Virginia de León y Agustina De Vera fue una oportunidad para reencontrarme con algunas de las películas de Labarthe. Si bien conocía previamente su obra, la experiencia de verla en pantalla grande fue un catalizador de sensaciones que ya había transitado durante la realización de Historia de invierno, película codirigida con Guillermo. Fue volver a estar en contacto con un cuerpo de obra que obedece no al resultado de una sensibilidad domesticada, racional y calculada, sino a la expresión de un espíritu libre, indomable en contacto con lo extraordinario: «El cine es un arte del milagro, no es un arte de la maestría», afirmaba André. «Lo que interesa al cine, lo que interesa a las artes en general es el momento donde lo real escapa a la ley de lo real. Lo real es la realidad cuando escapa de la ley» [2], agregaba.

Tuve la suerte de conocer a Labarthe gracias a Gabriela Guillermo durante el rodaje de Historia de invierno. A pesar de filmarlo muy enfermo, ya en cama, André nos recibió en su dormitorio y fue extremadamente generoso. Gabriela y André hablaron de hacer una película juntos, y André no renunciaría a ello. Se rio con nosotras al mostrarle que estábamos filmando «escenas labarthianas» colocando un cuero de vaca sobre una actriz desnuda. En su biblioteca, a pasos de la cama, un vaso roto, como huella de un «truco» al que recurría en sus clases: romper un vaso para dar así prueba de su existencia. 

[Fotograma de Historia de invierno]

En una época en la que la palabra efectividad gobierna gran parte de la producción cinematográfica, y los festivales y otros ámbitos de creación y difusión sugieren escribir guiones y tener todo planificado de antemano —con una nomenclatura que muchas veces habla más de procesos industriales y de marketing [3], que de cine— Labarthe demuestra que hay también otras formas posibles de hacer p, otras maneras que tiene que ver principalmente con creer. «¡Hazlo!», le escribió una vez a Gabriela cuando la realizadora pensaba cómo podría seguir haciendo cine en Uruguay en circunstancias adversas. Creer en lo que hacemos, confiar en el mundo y en el cine como un espacio vivo. Resuenan aún las palabras de André, como un mantra o una lección: «Lo ideal es ser el primer sorprendido. Eso es lo que es formidable en el azar, es que uno es el primer sorprendido. Si yo fabrico algo, no estoy jamás sorprendido. Y si no estoy sorprendido, ¿para qué hago?» [4].

Cada una de las películas de André nace a partir de este modo de concebir el cine. No abundan los cineastas que además de realizar una obra cinematográfica, piensen con insistencia su propia obra e integren sus reflexiones en sus películas. Antes que director, André se consideró siempre escritor, y dejó la marca de sus palabras en su obra cinematográfica, a través de la inconfundible voz de Jean-Claude Dauphin, cómplice en muchas de sus obras. Con más de 600 películas filmadas, entre cortometrajes, largometrajes y mediometrajes, André S. Labarthe se destacó como uno de los directores y críticos franceses más prolíficos de la familia de la Nouvelle Vague. Sin embargo, su obra no ha tenido la misma repercusión que algunos de sus compañeros de ruta. Esto se debe, en parte a que no se dedicó a realizar ficciones, y además trabajó muchas veces para la televisión. Le gustaba trabajar por encargo, y aseguraba que era una forma de «liberarse de la intención». 

Labarthe adquirió notoriedad internacional por la serie que realizó junto a Janine Bazin, primero llamada Cinéastes de notre temps y luego rebautizada en 1989 como Cinéma, de notre temps. Durante el ciclo que duró décadas, André realizó algunas de las entrevistas más importantes del cine, como Le dinosaure et le bébé. Dialogue en huit parties entre Fritz Lang et Jean-Luc Godard, (1967) o John Cassavetes (1969), en la que entrevista al director americano y lo sigue en un memorable plano filmado a través de las rutas californianas. También es inolvidable el capítulo sobre Jean-Pierre Melville en el que vemos al cineasta y actor francés tapear su estudio para no darse cuenta si hay luz o no, y así poder escribir sin pausa, o la entrevista a Luis Buñuel, en la que un André muy joven se encuentra con el director español a quien admiró profundamente.

La retrospectiva en Cinemateca recogió una selección de películas que expresan los vastos intereses de André. Abrió con Enfants coureurs du temps (1983) una película documental inclasificable y provocadora. En ella, André sigue por las calles de París a sus tres personajes principales: tres niños que deambulan libremente por la capital francesa mientras juegan en la vereda, comen helado, juegan las maquinitas y comen hamburguesas por la noche. Entrevistados por una misteriosa mujer que les pregunta sobre sus experiencias al oído, justo detrás de ellos, los niños cuentan acerca de sus vínculos con sus padres y sus expectativas en torno al amor y a la vida. La película, que deambula entre puestas en escena de tono ficcional y filmaciones documentales, es un ejemplo del talento de Labarthe para correrse de cualquier lugar común posible. 

Entre la selección destaca también la única ficción que filmó, L'homme qui a vu l'homme qui a vu l’ours (1990), que escapa a cualquier forma previsible provocando incomodidad en el espectador; es la historia de Laszlo Kovacs, un director de cine que deviene en un investigador muy poco tradicional, yendo tras las circunstancias misteriosas de la muerte de Orson Welles. Otras de las piezas que se destacaron en la retrospectiva es Sylvie Guillem au travail (1988), un retrato conmovedor de la primera bailarina del cuerpo de ballet de la Opera de París y Ushio Amagatsu (1993), acerca del coreógrafo japonés de danza Butoh; ambas piezas dejan en evidencia que, tanto la danza oriental como la occidental, llegan a la misma perfección por diferentes caminos. Finalmente se proyectó una serie documental de tres episodios que retrata el trabajo y el pensamiento de filósofos y escritores que han marcado la obra y el recorrido de André: Un siècle d'écrivains: Artaud cité atrocité (2001), Philippe Sollers, l'isolé absolu (1998) y Georges Bataille, À perte de vue (1997). Esta última es una pieza fundamental realizada por André en profunda comunión con el pensamiento de una de sus referencias más vitales. Por último, estuvo también la proyección de Vincent van Gogh à Paris: Repérages (1988), un documental-ensayo que retrata el intento de reencontrar la presencia del pintor en París, a la vez que traza vínculos entre el pintor holandés y otros artistas y pensadores, como Resnais, Grünelwald o Artaud.

Es un reto enorme realizar un acercamiento a la obra de André S. Labarthe en tan solo ocho películas, pero la selección acercó al público uruguayo a algo del cine de André. Un cineasta inclasificable, que escapó siempre a las etiquetas, un cineasta imprevisible que dejó huella en la historia del cine con su propia sensibilidad, atravesando géneros y formas, dejando siempre la marca de una mirada viva, que no se resigna a repetir fórmulas.

[Fotograma de Historia de invierno]

Epílogo

Pocos días después de la muerte de André en 2018, luego de haber filmado una pequeña entrevista en su departamento de Rue Ramey, volví a París por poco tiempo. en tránsito para regresar a Montevideo. Esos dos días que estaría de paso cayó una enorme nevada sobre la ciudad, situación extraña para la época del año. Ese mismo día, fui a filmar la Fuente Médici, en el Jardín de Luxemburgo bajo la nieve —algo que esperamos junto a Gabriela durante todo el rodaje, pero que no había sucedido hasta entonces— y de golpe apareció allí, en escena, el hombre del sombrero.


Notas

[1] The Most Beautiful Six Minutes in the History of Cinema, Jonathan Rosenbaum, 2007.

[2] En Historia de invierno, 2022. Gabriela Guillermo, Irina Raffo.

[3] «Players y Cineastas». Roger Koza, 2022.

[4] En Historia de invierno, 2022. Gabriela Guillermo, Irina Raffo.


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