¿nueva poesía uruguaya?
«De divina proporción»: Una antología muy coqueta
Por Roberto Appratto / Miércoles 23 de mayo de 2018
En este momento de efervescencia editorial, el novel colectivo de poesía La Coqueta viene a instalarse con una fuerte presencia representativa de la poesía uruguaya. He aquí la lectura que hizo Roberto Appratto de su primera publicación, De divina proporción, una antología con muchas voces para leer y oír.
Laura Alonso y Luis Bravo, en el prólogo y en el posfacio, presentan este libro fuera de las categorías de antología y de generación. Diez hombres y diez mujeres, nacidos entre 1965 y 1991, exponen lo que puede considerarse representativo de la poesía uruguaya ahora, édita o no. No pretende ser exhaustivo ni canónico: es una instantánea pensada, inevitablemente subjetiva, de nuestra poesía en el 2018.
En primer lugar, se aprecia la diversidad de formatos y de actitudes ante la poesía. Los que aquí aparecen heredan y producen maneras de concebirla como modo expresivo: hay en estos textos un saber acerca de lo que implica escribir poesía, un estar al tanto (también subjetivo, pero coral) de lo que hay a disposición de quien escribe: a partir de ahí se eligen distintos usos del lenguaje que tienen en común una cierta discreción, una voluntad de reducir el margen de error. La libertad expresiva implica una soltura que se restringe con la apelación a la descripción y a la narración, a la síntesis: a una lengua llana, en lugar de la metafórica, que se estima más cercana a la solemnidad y a la belleza consensuada. En segundo lugar, si los temas son la identidad, el cuerpo, el tiempo, la lengua, el lugar, la violencia, la propia poesía, el decir está balanceado por estrategias de cuidado cultural del lenguaje: no son meras opiniones sobre el mundo, sino que están contrastadas con la ironía, la parodia, la autorreferencia, el ingenio. Son búsquedas expresivas, rítmicas, que se tantean a sí mismas a efectos de justificar, en el acto del poema, el lugar del poeta en el Uruguay actual. Estos poetas han llegado, por vías muy diversas, a la certeza de que saber escribir poesía es manejar una lengua extraña no solo por operaciones de lenguaje, sino por posturas ante el mundo que desde allí se ejercen. El dramatismo contenido, la apelación a un «querer decir», en todo un poema o en una serie de poemas, pasa por encima de la exhibición del yo, que es simplemente una cifra desde la cual se habla para comunicarse con el lector en esa lengua.
Eso es la media: hay, por supuesto, aciertos de imagen, de sonido, de giros verbales, de experimentación; también alardes estilísticos y apuestas a la singularidad, hipertrofias del gesto, errores en esos mismos rubros. Esa lengua que se habla, tomada en sus logros y sus imperfecciones, ayuda a distinguir algunos nombres, pero no arruina a los demás. A ese cuidado ya mencionado habría que agregar una apuesta a lo provisorio, al proceso de escritura que puede perfectamente modificarse en el siguiente libro, en el siguiente texto. De divina proporción vale, tal vez, como una etapa-espejo para quienes están escribiendo poesía, aquí y en todas partes: son muchos, tienen ganas de seguir, tanto en la escritura como en la lectura. Y en eso están.