reseña
Simone: cartografía del margen
Por Débora Mundani / Jueves 18 de enero de 2018
«La mayor parte de los habitantes del mundo poseen orígenes definidos, estables, prácticamente incuestionables: un lugar, un pueblo, una nación, un documento estatal, que establecen claramente sus coordenadas personales. Sin embargo, existen también otros habitantes del planeta cuyos orígenes son preguntas, equivocaciones o condenas», dijo Eduardo Lalo al recibir el Premio Rómulo Gallegos en 2013 por Simone, palabras que sintetizan las preocupaciones de esta novela fragmentaria cuyo protagonista, un escritor que ha descubierto que «luchar y escribir es lo mismo», deambula por las calles de San Juan de Puerto Rico «condenado a las esquinas, a las gavetas, a la inexistencia», hasta que una serie de mensajes dirigidos a él bajo la firma de Simone Weil rompe la linealidad de sus días.
Fotógrafo, realizador cinematográfico, artista plástico y profesor universitario, Eduardo Lalo ha compuesto una obra donde conviven diversos géneros y materias expresivas, cuyo eje central es el territorio, ese espacio donde se ponen en juego la construcción de identidades y el vínculo con los otros.
Hastiado de esa vida rutinaria donde nada pasa, este escritor sin nombre que no aguarda «nada importante, ni tregua ni triunfos», que se ha resignado a «escribir para nadie» o más bien para su mano: «para darle una función a ella y a su vida», recorre la ciudad con su libreta a cuestas. Una ciudad que es tanto zona geográfica como página de un «gran texto urbano». Una ciudad donde contarse y ser contado y, acaso ilusoriamente, poder escapar a la condena de la invisibilidad.
Simone es la cartografía de esta ciudad latinoamericana dos veces colonizada y de un amor que quiebra la previsibilidad de los días a través de un juego de seducción intelectual destinado, como todos los amores, a un final. Porque, aunque el protagonista lo sepa y lo deje en claro al afirmar que «lo amoroso constituye una historia y las historias tienen siempre un desenlace», anida la promesa del encuentro: «¿cómo no ilusionarme con que el que envía los mensajes sea una mujer, una mujer de la que enamorarme?».
Quien escribe los mensajes esparcidos por las calles de San Juan es Li Chao, una inmigrante china destinada a pasar sus días a merced del mandato de un familiar lejano que ha costeado su llegada a Puerto Rico cuando escapaba del hambre de su pueblo. Ella hará todo lo posible, formación intelectual mediante, por salirse del cerco familiar, condición que la ubicará en una doble extranjería y conectará con el sentimiento de ajenidad que atraviesa al protagonista, siempre a una distancia prudente de los extraños, quien afirma: «He sido antes que todo, una mirada».
Desplegada en distintos niveles, Simone nos lleva tras los pasos de un narrador solitario que indaga tanto en su propia subjetividad como en el lugar que ocupan él, su lengua y su país en el mapa de Occidente, poniendo en tensión las dimensiones de lo público y lo privado al tejer en una misma trama territorio, cuerpo y escritura. Un modo para pensarse desde los márgenes cuando se siente que a su «lugar en la historia, al esfuerzo de vivir y de dejar una marca, una narración, le estaba vedada la existencia». Un gesto de resistencia para salvar aquellas palabras que estaban destinadas a morir en la boca sin alcanzar el encuentro con el otro, porque es en el papel, en las calles de la ciudad, en el cuerpo social donde «el escritor marca la superficie del mundo con el paso de su sombra».
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