RESEÑA
Sandro: Registros sísmicos
Por Federico Medina / Miércoles 29 de noviembre de 2017
Sandro de América
Bajo su bata de seda carmesí, húmeda de fiebre y lencerías, bajo la piel gitana de gruesas vellosidades, un departamento de prestigiosos arregladores, cientos de sesionistas, famosos productores, pesados guardaespaldas, altos ejecutivos, músicos amigos, mozos, choferes, publicistas, y una mujer fiel, trabajan sin descanso para que el corazón del cantante vuelva, una vez más, a conmover a todo un continente.
Nacido en Parque Patricios (Buenos Aires) en 1945, Roberto Sánchez, Sandro, influenciado estética y actitudinalmente por el film Semilla de maldad, fue la primera estrella de rock de Latinoamérica. En sus comienzos, a principios de los sesenta, el tembloroso hombre vestido de cuero —una versión argentina de Elvis— interpretó y grabó canciones de sus grandes ídolos, Roy Orbison, Chuck Berry y en especial The Beatles. Rápida y progresivamente el Sandro autor le fue ganando surcos al Sandro intérprete y sus composiciones —o de coautoría— adquirieron en sus discos el protagonismo necesario para un aspirante a rey como él.
Con cada disco, como un Bowie de tomate y muzzarella, cambió bruscamente de estilo tantas veces como quiso, pero siempre fue Sandro. Fue además, una estrella del cine y la televisión.
Una de sus máscaras, tal vez la más original de sus creaciones musicales, definió el adn de la noche porteña de los oscuros setentas, y, en espejo, el suyo como artista: una mezcla de boleros, residuos de la psicodelia hippie y efectos especiales disparados por artefactos de la música disco invadieron las pantallas Philco en forma de teleteatros con su música de cortina y su personaje como principal protagonista; esa forma de fuga del deseo hecha melodía, que terminó sonando tan auténticamente argentina, se expandió por el aire de las boites de Buenos Aires, las casas de citas, los hoteles de alta rotatividad.
Contagiado por la característica e histórica desmesura del cantante, el músico y periodista Pablo Sergio Alonso (Clarín, La Nación, Los Inrockuptibles) logra reconstruir con asombrosa minuciosidad la aventura de la maquinaria Sandro, cada vez —al menos cuatrocientas— que esta concluyó en canción. El resultado final hecho libro es esta guía definitiva de la obra musical de Sandro de América.
Las más de setecientas páginas incluyen un viaje por el proceso creativo de cada canción grabada, interpretada y/o registrada por Roberto Sánchez en la sociedad de autores y compositores argentinos (sadaic); las múltiples sesiones de grabación; los encuentros fortuitos que determinaron un estribillo de éxito; un pedido de champagne a las nueve de la mañana; fragmentos de manuscritos y anotaciones originales; declaraciones a la prensa; la historia del castillo que se mandó construir en la Avenida Pavón.
Cada canción-aventura reconstruida cual puzzle a partir del estudio de cientos de documentos y la escucha metódica de todo el material discográfico registrado en algún formato están perfectamente etiquetadas y ordenadas de tal forma que el lector puede disfrutar el paseo desde la promesa hasta el ocaso, o viajando aleatoriamente en el tiempo.
¿Cuánto era demasiado para Sandro, cuánto para la investigación de este estudioso periodista?
De la fenomenal Ave de paso de 1967, definida por Alonso como «una canción perfecta, plena de grandes momentos pop», nos cuenta, por ejemplo, que: fue la canción 6 del lado A de su larga duración «Beat» Latino, y la 5 del lado A del larga duración Temas de su Película Muchacho, el solo de guitarra a cargo de Hebert Orlando tiene algo de George Harrison en A Hard´s Day Night, y la línea de bajo a cargo de Adalberto Cevasco podría estar inspirada en Pipeline del grupo The Ventures; fue una de las primeras cuatro composiciones del cantante en contar con versión en italiano, «en este caso, la letra en italiano no tiene nada que ver; ni siquiera se utiliza el ave de paso como concepto. En cambio, el cantante mide la sinceridad de su amada no en sus palabras sino en su mirada, de ahí el título Guardami negli occhi».
En un tono despreocupado y amable, el de un aficionado a la música que puede pasarse toda una tarde probando y preguntando por marcas y modelos en una casa de instrumentos, y con un lenguaje un toque obsesivo pero claro y preciso, Alonso logra contar una historia de reinvención íntima y colectiva al mismo tiempo, que funciona como ritual de salvación para el propio Sandro, y para sus eternas fans, «las nenas», y que se repetirá una y otra vez durante décadas hasta sus años finales como cantante de baladas melancólico y hedonista.
El libro termina con un capítulo dedicado a la discografía (y también su filmografía) del artista presentada como catálogo completo de consulta, con cada una de las ediciones de sus discos en diferentes formatos, reediciones, singles, participaciones especiales en trabajos de otros artistas, y un índice temático estupendo.