En mi mayor
Pistola solitaria. La vida de Steve Jones
Por Tüssi Dematteis / Viernes 24 de agosto de 2018
Steve Jones en 1976 por Halton Deutsch
La vida de un chico que, pese a estar rodeado de cientos de mujeres, amigos y diversión, siempre se sintió solo. El «lonely boy» del punk; con ustedes Steve Jones, el flamante guitarrista de los Sex Pistols, a través de los ojos de Tüssi Dematteis.
Si hay una autobiografía paradójica en su mera existencia, esa es Lonely Boy. Tales from a Sex Pistol de Steve Jones. No porque haya algo extraño en que un viejo punk narre sus memorias —su compañero en los Sex Pistols, Johnny Rotten Lydon, ya va por el segundo volumen— sino porque Jones, como confiesa sin problemas en su libro, fue prácticamente analfabeto hasta ya adulto, y el tono conversacional de esta autobiografía, da la impresión de que fue básicamente dictada a su coautor, el periodista Ben Thompson. El que Jones haya sido un iletrado se debe en parte a que —como Ozzy Osbourne o Mick Fleetwood— sufría de dislexia y TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), pero, básicamente, a que, a diferencia de muchas figuras del punk a las que les gustaba alardear de marginales y callejeros —siendo en el fondo un movimiento bastante burgués e intelectual—, el guitarrista de los Pistols fue un auténtico adolescente problemático, abandonado por su padre y abusado por sus padrastros, que creció en un hogar pobre y se dedicó desde casi niño a la delincuencia menor, salteándose la escuela o cualquier tipo de educación.
Así, las memorias de Jones, durante una buena parte, son simplemente los recuerdos de un ladrón juvenil, que llegó al rock y a formar parte de una de sus bandas más revolucionarias por una serie de casualidades y por su afición a afanarse los instrumentos de estrellas como Keith Richards o David Bowie, delitos que —ya obviamente prescriptos— relata con picardía y no poco orgullo. Guitarrista tardío, aunque bien equipado debido a sus latrocinios, Jones fue reclutado, gracias a su carisma de revoltoso, por Malcolm McLaren para ese proyecto transgresor que se llamaría los Sex Pistols, y a los que imprimió un sonido muy personal y denso —basado sobre todo en licks de rockabilly tocados muy lento— que, a diferencia del estilo de otros guitarristas coetáneos como Johnny Ramone o Mick Jones, no hizo escuela inmediata en el punk rock y, sin embargo, es uno de sus sonidos más notables.
Hay una continuidad entre las historias de ratero de Jones y su rol de punk rocker, y su protagonista las narra con gracia y un cinismo muy emparentado con el de Johnny Rotten —aunque deja en claro que no hay precisamente afecto entre ambos—, así como una fanfarronería sexual que confirma su fama de haber sido el mujeriego más notorio de la escena del punk inglés. De hecho, el verbo shag —sinónimo británico un poco menos grosero de fuck—, debe ser la palabra más repetida en estos recuerdos en los que numerosas damas pasan por la cama del pistola sexual, aunque ninguna para quedarse, ya que Jones no tuvo, al parecer, ninguna pareja fija en su vida.
A pesar de todo el humor que Jones le imprime al relato de su vida, y el tono despreocupado de la narración, Lonely Boy es un libro que exuda una particular tristeza que lo diferencia de las autobiografías de otras leyendas del punk como las de Rotten, Cheetah Chrome o Viv Albertine. Jones no baja las defensas de su vanidad de macho rockero y su sabiduría callejera, pero en el relato se filtran oscuridades imposibles de disimular, desde su desdichada infancia hasta el simple hecho de que sus días de gloria fueron breves y al comienzo de su carrera, que nunca volvió a tener ningún momento especialmente memorable, limitándose a explotar la fama conseguida durante la febril explosión de los Sex Pistols y su único disco. Aunque habla francamente y dedica un cierto espacio a sus problemas con el alcohol y la heroína, la sensibilidad que demuestra al hablar sobre su relación con Alcohólicos Anónimos, y otros grupos de apoyo y rehabilitación, dejan entrever que, aun si narra algunas anécdotas algo sórdidas sobre sus adicciones, el daño explícito en el texto seguramente sea solo la punta de un iceberg autodestructivo con el que tiene más pudor de lo que su lenguaje barriobajero da a entender. Lonely Boy, haciéndole honor a su nombre, es la historia de un hombre solitario, que se jacta de sus conquistas sexuales, pero que reconoce que a los sesenta años nunca pudo tener una relación sentimental significativa ni una auténtica familia y que, aunque se declara satisfecho y en equilibrio, tuvo su cenit artístico e individual hace ya muchas décadas, y que, avizorando la tercera edad, parece condenado a orbitar los recuerdos de cuando era un anarquista veinteañero y destruía el universo del rock sin siquiera darse mucha cuenta.
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