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Libros selectos

Mesa de luxe [3]

Por Gera Ferreira Rodríguez / Martes 14 de noviembre de 2023
Escena de «Babettes gæstebud», de Gabriel Axel (1987).
El banquete de noviembre empieza por un necesario libro de poesía rioplatense contemporánea, sigue por una premiada, e inquietante, novela y termina con una colección de cuentos nacionales. Gera Ferreira ofrece esta selección de libros recientes, de un lado y otro del Río de la Plata. 


Chicas en tiempos suspendidos, de Tamara Kamenszain (Eterna Cadencia, 2021) | Quiebra el álamo, de Roberto Chuit Roganovich (FutuRock, 2022) | Un desperfecto en la carretera, de Cecilia Ríos (Estuario Editora, 2023)

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Me digo mientras me voy retirando. He aquí una verdad: los buenos libros no abundan, no ocurría antes, no ocurre hoy. Pero sin entrar en el asunto de la calidad o valoración librera (aspectos que ante la creciente falta de crítica o revisionismo han caído en manos de intereses que no siempre van en favor de los lectores sino del mercado, de las editoriales o directamente de personas con cierta influencia que postulan obras del montón, posicionándolas como impostergables), quien tiene clara su adhesión, obsesión y pasión por la literatura o cuenta con herramientas para analizarla lo sabe. Por eso es francamente hermoso para todos toparse, cada tanto, con un buen libro. Imaginen entonces encontrar un libro excelente. Es el caso de Chicas en tiempos suspendidos (2021), último trabajo de la poeta, docente y ensayista Tamara Kamenszain (1947-2021), fallecida recientemente de cáncer, quien fuera integrante de esa pléyade exquisita, los neobarrocos, a la que pertenecieron Néstor Perlongher, Osvaldo Lamborghini y Arturo Carrera, así como Severo Sarduy, y cuya línea estética se remonta, con modulaciones, a José Lezama Lima, Marosa Di Giorgio y Alejandra Pizarnik.

Dedicado a su admirada colega, la mexicana Margo Glantz, Chicas en tiempos suspendidos es (y aquí va otra verdad) lo más cercano a una masterclass de poesía, ya que allí se propone un diálogo intertextual e intergeneracional de enorme riqueza expresiva. Se trata de un poemario breve trabajado con convicción y contundencia ciertamente emotivas y que da gusto apreciar, palpar, sentir; un libro plagado de lecturas, escrituras y homenajes, implícitos y explícitos. Es que comparecen junto a la voz de Tamara, a cuentagotas pero latentes, voces como las de Alfonsina, Delmira, Idea, Juana, Amanda, Circe, Juana Bignozzi, Blanca Varela, Cecilia Pavón, Celeste Diéguez, Marília García, Anne Carson, Tamara (sí, Kamenszain); así como las voces de Barthes, Neruda y Nicanor; desplegando guiños y mensajes, así como reflexiones que adquieren alcance de crítica social y literaria, siempre en clave feminista. Me resulta imposible sintetizar aquí lo que ocurre a lo largo de las cuatro secciones que tiene este excelente libro (Poetisas | Abuelas | Chicas | Antivates | Fin de la historia), pero me juego la pluma a que a partir de su lectura les resultará inconfundible el estilo de Tamara, si es que ya no lo conocen, cuya fuerza en realidad se encuentra ligada al universo ecléctico de toda su obra. Coda esencial de una poeta imprescindible en las letras argentinas, rioplatenses, que seguro vamos a extrañar.

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La noche en la que el mundo cambia. Seleccionada por María Moreno, Martín Kohan y Luis Chitarroni como la novela ganadora del Premio FutuRock en 2022, Quiebra el álamo, proyecto debut del escritor cordobés Roberto Chuit Roganovich (1992), transcurre en un pueblo rural «donde tres personajes atraviesan los últimos días de sus vidas. […] Nada pervierte lo gris ni lo chato ni lo monótono de la vida en las pampas. En las montañas que cercan el pueblo, hondo en el valle, un venado blanco se muestra cada varios años; quienes se acerquen van a escuchar el mensaje que guardan las piedras», según se nos indica en una contratapa difícil de encarar pero que sale airosa del trance, a pesar de la complejidad del texto, de lo poco que se puede anticipar sobre la historia y, en especial, sobre lo bien que está escrita.

Es que luego del ajuste inicial, en el que accedemos a un sistema múltiple de registro narrativo (ejercido por un solo narrador que desarrolla varias historias que se cruzan), se delega el mando de lectura a quien lee. Este efecto permite bajar la guardia sobre el acontecer de una historia que comienza a fluir como un torrente: los lectores con mucho recorrido suelen anticiparse (por conocedores de tretas) a los recursos que los escritores despliegan en sus propuestas, y es así que el desafío para el creador no radica solo en alcanzar cierta calidad literaria, sino, también, en lograr convencer a su interlocutor con la historia que propone.

Tal vez podamos ingresar un poco más: en realidad son más de tres los personajes que habitan la novela, pero es cierto que Mario, Fernando y Graciela se la reparten de manera pareja, proyectados por un narrador omnisciente, en tercera persona, a la vieja usanza, cuya focalización es trabajada sin apuro (lento pero seguro dice el dicho), y sin hacer gala de todo lo que sabe, sino lo contrario: eligiendo muy bien qué mostrar, qué decir y cuándo, con una exactitud que el lector celebrará, sintiéndose cuidado por la producción, si me permiten la frase popular.

Influenciado por narrativas mágicas o mitológicas como las de J. K. Rowling y Tolkien, por la ominosidad apocalíptica de Lovecraft, por la imaginería cinematográfica de Denis Villeneuve en Arrival y de Lars von Trier en Melancolía (estas referencias adelantan lo suficiente y han sido mencionadas en otras reseñas sobre la obra), en esta novela el foco no se encuentra en lo terrenal, en lo que pasa en el pueblo, digamos, en los dramas amorosos, en las venganzas personales o en la pobreza familiar, sino en la gestación paralela de un relato fundacional. Tal relato,  a medida que avanza la novela baja lentamente, y allí el fin de la humanidad pareciera ser… inevitable, dicho con el mismo tono y profundidad con el que Thanos, aquel villano de Marvel, sorprendió a Los Vengadores, solo que aquí el mal viene a impartir justicia revestido de símbolos ancestrales, elementales, provenientes de la naturaleza y su presencia sagrada en el universo. En este momento habría que hablar sobre las piedras, mejor dicho, sobre los obeliscos amenazantes, pero creo que será mucho mejor si los descubren ustedes.

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Un puñado de (in)certidumbres. Polifacética y expeditiva, Cecilia Ríos (Montevideo, 1959) viene de publicar su segunda novela negra, Apenas lo conocía (2022), que tiene como protagonista al teniente oficial Leocadio Rivero, nombre escogido en honor al poeta salteño Elder Leocadio Silva (1955-2019), a quien en una sentida nota final la autora dedica el libro. El primer mojón de Ríos dentro de aquel género fue Volver de noche (2019), texto ambicioso, ejercicio metaliterario con el que recibió el Premio Lussich 2017. El resto de su producción literaria pueden observarla aquíasí como puede leer su estreno de columna en Intervalo. Este año continuó su labor cuentista con la publicación de Un desperfecto en la carretera (2023), libro con el que obtuvo el incentivo a la edición del llamado Felisberto, del Instituto Nacional de Letras de la DNC [MEC]. De modo que este progresivo racconto inicial no solo sirve para situar y contextualizar a una escritora versátil que trabaja con múltiples registros expresivos sino también, y esto es lo mejor, para celebrar que la calidad de su producción no sufre los cimbronazos y pormenores en los traslados discursivos.

En esta nueva colección de cuentos la autora respeta la horma de once piezas que le había dado buenas migas en No fumes ni vayas a la guerra, y mantiene el buen tino en cuanto al diseño general, es decir, en el ordenamiento del conjunto y el cuidado de las puntas. En este sentido, que el cuento homónimo abra la lectura constituye un gran acierto, así como el cierre, en que se ubica el relato «El cuello de una gallina azul», de buena factura. A su vez, Lucía Boiani elige este texto en particular como ilustración de tapa para defender el libro. No es casualidad, sino certeza. Justamente, la certeza (o a veces la falta de) se comporta como un valor reconocible y motor de búsqueda en estos relatos. Por la carencia de certeza y también como generador de angustias, está la enfermedad de Carmen en «Pagar lo que no se debe» y el hallazgo de su prima Matilde; lo es también para Nair y los caprichos de su sobrina en «Casas con vista al mar, viajes, autos relucientes». Por otra parte, la incertidumbre de la ficción se vuelve realidad, hecho público y fatalidad cuando observamos los episodios de violencia que tuvieron lugar en Sarandí Grande en la década del cuarenta en «El tamaño de la maldad»; también la escritura se torna vía testimonial, o bien testamento epistolar entre una hija y su madre, como último recurso de entendimiento, en uno de los textos mejor logrados del volumen. Me refiero a «Carta final de Amalia». Hay muchos caminos en este libro. Déjense llevar.

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