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Feminismos

María: de la pascualina al baño

Por Santiago Cardozo / Lunes 03 de junio de 2019

Escritora y activista feminista, Silvia Federici aborda la cuestión del trabajo doméstico y reproductivo en el sistema capitalista en un libro que recoge sus escritos como docente y militante desde 1975. Santiago Cardozo, pensador y colaborador de Escaramuza, reseña Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas.

La publicidad no da lugar a dudas: el trabajo doméstico es una de las formas de la felicidad familiar, producto del reparto de roles en el seno del hogar. Unos piensan, otros hacen, parece ser la división de fondo. Así, niños y padres disfrutan de los servicios y la asistencia de madres que acometen con amor el trabajo doméstico como si formara parte del relato mismo de la felicidad, de eso a lo que debemos acoplarnos («la Gran Narrativa de la Felicidad») en cuyo horizonte vital nos encontramos con la plácida vejez y el sentimiento «patriótico» del deber cumplido.

Con un discurso ampliamente confrontativo, frecuentemente acusatorio y demasiado generalizador, hijo de la época de su producción, Silvia Federici (Parma, Italia, 1942) entiende que el trabajo doméstico es una de las claves del sostén del capitalismo como sistema de explotación y, con él, de las relaciones patriarcales que definen una especie de microfísica del poder en la distribución de los roles. Consecuencia de ello es la orientación que, para la autora, deberían adoptar (haber adoptado) algunas luchas feministas: «La diferencia [de los otros trabajos, como manejar un taxi] con el trabajo doméstico reside en el hecho de que este no solo se le ha impuesto a las mujeres, sino que ha sido transformado en un atributo natural de nuestra psique y personalidad femenina, una necesidad interna, una aspiración, proveniente supuestamente de las profundidades de nuestro carácter de mujeres», sostiene Federici en Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas.

Pagar el trabajo doméstico es no solo un acto de justicia per ser, sino también la muestra directa de que el propio trabajo doméstico no está asegurado, porque la distribución de los roles es algo que puede ponerse en cuestión, tanto más si se atiende a su dimensión política, con relación a la cual la lucha feminista debe adoptar una posición sin ambigüedades, aun en aquellos casos en los que la comodidad y el confort rigen el desarrollo vital de los hogares: «Decir que queremos un salario por el trabajo doméstico que llevamos a cabo es exponer el hecho de que en sí mismo el trabajo doméstico es dinero para el capital, que el capital ha obtenido y obtiene dinero de lo que cocinamos, sonreímos y tenemos relaciones sexuales».

Y he aquí otro de los puntos cruciales del planteo de Federici: que la sexualidad, o mejor, el sexo, es parte del trabajo doméstico, una «pausa» en el complejo entramado de las actividades diarias que las mujeres despliegan en el interior y el exterior del hogar (tener trabajo afuera no libera del trabajo doméstico, sino que, tal como están las cosas, multiplica la explotación): «La sexualidad es el descanso que se nos otorga dentro de la disciplina del proceso laboral». Sexualidad, sexo, goce, deseo, todos elementos que responden, según Federici, a la demanda soterrada del capital, que sitúa a la mujer como un punto de captura y de escape por medio del cual el propio capital extrae ganancias y el patriarcado desahoga sus frustraciones, apretando el tejido del poder en las microconductas que, naturalizadas, inscriptas como «formas del deseo» de lo femenino, articulan una distribución de los roles, de los cuerpos y de los nombres.

En este sentido, el trabajo doméstico (lavar, planchar, cocinar, limpiar, atender las necesidades de las otras «máquinas deseantes» del hogar, etc.) es, en opinión de Federici, la raíz de lo femenino, de la feminidad misma, de modo que su ataque resulta insoslayable y urgente, de donde se sigue que la publicidad (pongamos por caso, la televisiva) constituye un enemigo fundamental: Míster Músculo, Fabuloso y Lysoform, por ejemplo, son los nombres de una pulcra y prístina felicidad, de una experiencia en la que el olor del universo doméstico (el oikos, la economía) hace feliz a las narices de unas y otros, y del escenario de la ausencia de confrontación donde el único grito que cabe es el que se produce como el resultado de las concias engrasadas, de los niños jugando en el piso, siempre lleno de bacterias alienígenas, de los inodoros (váter es una palabra muy hedionda) sin la emanación de las partículas con olor a rosas, como la vida misma.

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