reseña
Literatura y comida, una historia de amor en doce pasos
Por Pía Supervielle / Miércoles 13 de junio de 2018
En tiempos de obsesión por lo foodie, lo gourmet, el producto, las verduras y frutas de estación, los restaurantes, los cocineros, dónde comer, qué comer, reality shows Chef’s Table, Escritos sobre la mesa compila varios textos memorables de algunos autores imprescindibles de la literatura universal donde la comida es protagonista.
La comida —la buena comida— no tiene palabras. O, tal vez, sí. Unos pocos adjetivos que se repiten en coro cuando el plato, el alimento, el banquete, la comilona, el festín, es inolvidable. Y, entonces, ahí sí, decimos con los ojos desorbitados, el tenedor en el aire, la boca aún con restos: «Delicioso», «Riquísimo», «Sublime», «Orgásmico», «Exquisito». No se necesita más que eso, algún que otro sonido gutural y el cuerpo en ese estado de limbo para entenderlo. Sin embargo, el ser humano, siempre tan insistente, necesita escribir y narrarlo todo.
Escritos sobre la mesa (Adriana Hidalgo Editora) es, justamente, un menú —extenso, frondoso, suculento— que transita los varios estadios del vínculo afectivo entre la literatura y la comida. Mariano García y Mariana Dimópulos se encargaron de seleccionar, como en el más refinado de los restaurantes, doce pasos para que el lector pueda darse un buen atracón de textos que tienen en el centro uno de los temas que más obsesiona a la humanidad: la comida.
Aunque el primer capítulo está dedicado a la escasez de alimento (con escritos de, por ejemplo, Franz Kafka, Charles Dickens, Fiódor Dostoievski) la suculencia del menú no admite que el más glotón de los lectores se quede con hambre. Hay, por tanto, textos sobre la abundancia; los alcoholes; el té (con las memorables imágenes de Lewis Carroll en Un té de locos) y el café; las compañías que se eligen (o no) para las comidas, los elementos que van sobre la mesa y, por ende, son los que hacen a la puesta en escena que después se completará con el alimento ubicado sobre los platos; hay, incluso, escritos sobre comidas específicas como el exquisitamente cercano Tortas fritas, que el argentino Eduardo Gutiérrez escribió a fines del siglo XIX o el sensorial Higos frescos, de Walter Benjamin.
El lector de Escritos sobre la mesa podrá, entonces y si así lo desea, picotear como lo hacen los invitados a esos cocktails donde los mozos van trayendo pequeños bocados para que las panzas se llenen sin prisa, pero sin pausa; esto es: saltar de un escrito al otro según sus predilecciones literarias. O, también, zambullirse en esa cena de pasos que los compiladores orquestaron con el equilibrio que necesita toda buena preparación, e ir saboreando plato a plato y esperar que el acontecimiento termine para después definir cuál fue el mejor de los bocados o el mejor de los escritos.