Difusión
Leé un fragmento de «Washed Tombs», de Mercedes Estramil
Por Escaramuza / Viernes 06 de noviembre de 2020
Compartimos las primeras páginas de Washed Tombs, de Mercedes Estramil; un viaje colmado de rencores y dolidas concesiones de una protagonista que atraviesa una Montevideo inhóspita, mientras el relato se va cargando sin pausa de algo absurdo, profano y trágico, con un humor negrísimo.
Mercedes Estramil (Montevideo,1965) fue colaboradora del suplemento La Semana, El País Cultural y revista BLa. Su libro de poesía Ángel sólido fue Premio Municipal en 1994. Casa editorial HUM publicó sus novelas Hispania Help (2009; Books from Uruguay/MEC, 2015), Irreversible (2010), Rojo (Premio Nacional de Narrativa/EBO-Fundación Lolita Rubial, 1996; HUM, 2011), Iris Play (2016), Washed Tombs (2017; Premio Bartolomé Hidalgo, 2018) y su primer volumen de cuentos Caja negra (HUM, 2014).
1.
Está alta la noche cuando comienza a sonar el timbre y de la habitación de mi padre viene su grito destemplado diciendo que el timbre suena. Al mismo tiempo veo que mi madre va a abrir la puerta, presurosa como es ella, y la detengo justo antes de que gire la llave. Podría ser cualquiera a esta hora, eso es lo que le digo sin hablar, con una reconvención que la paraliza. Levanto con cautela la persiana y detrás del mosquitero verde y la reja rosada hay un tipo de unos setenta años, malencarado y con traje de bombero, de bigotes largos y chamuscados como vaquero del salvaje oeste. Le pregunto qué quiere y me dice que una caja de té negro de la que viene con la promoción de la bandejita. La noche parece estrellada. Pasa veloz un coetc. No tenemos esa promo, le digo, la que puede quedar es la del té negro con taza de color. Le viene bien igual. Mamá pregunta si le abre y niego con la cabeza y abro bien los ojos en un evidente estás loca o qué, mientras papá desde su cama grita quién es dos veces.
Voy a su habitación, veo un bulto encogido, reviso en el armario y no hay té negro ni con ni sin promoción. Al volver al living el tipo ya no está en la ventana. Señor, no queda, le digo, pero ni rastro de él y en cambio el pomo de la puerta está girando. Y aunque está bien cerrada con una llave star de dos vueltas y con dos pasadores de hierro fundido muy monos, le acomodo una silla por las dudas, le digo a mamá que salga de la ventana y voy yo misma a bajar la cortina de enrollar. Se tranca, son una mierda. Me asusto. Empiezo a repasar mentalmente que todas las entradas a la casa estén aseguradas, sobre todo las del fondo
donde debería estar el perro ladrando pero no está, y entonces me doy cuenta que esto no está pasando porque tanto mi madre como mi padre y el perro y el ímprobo bombero están aliviadoramente muertos hace rato. No hay nadie aquí.
A las 14:25 del primer martes de agosto se disolvió legalmente la sociedad conyugal que mantuve con Qingming, que no se llama así, por más que sea nacido del cogollito de New Paris, paridero de licra donde le ponen a los hijos nombres raros para que compensen la uruguayez recalcitrante. Esgrimió mi adulterio como razón principal y rápidamente, como suelen ser ahora las cosas, somos libres. Los niños, a los que se refería, supongo que incluyéndome, como su Coto Privado, se repartieron así: Edison y Luis Miguel con él, y Morgan conmigo. Era un reparto justo considerando que a los primeros no los parí yo, y a Morgan estrictamente tampoco pero tiene apenas cinco años, y la verdad es que en todo lo que he podido me he comportado como una madre, si bien el vientre nos lo alquiló Wanda, una empleada de Washed Tombs. Me voy a detener en esto, pero más adelante. Ahora quiero decir que el cielo se presenta con una tonalidad propia de abril (sin serlo), que es el mes más cruel como ya está escrito, y estoy esperando, paciente, como es mi norma, que Morgan deje de berrear por lo que sea que esté berreando en este momento, y se termine la leche. Lo amenacé con ahogarlo en la piscina pero dice que sabe nadar. Y lo iba a amenazar con devolvérselo al padre, pero él quiere volver con el padre, más que nada por estar con los hermanos, y porque conmigo dice que se aburre y que le pego. Sí, el cielo tiene un color frío, impropio del verano. Morgan pregunta por qué se llama Morgan. Todo el día es capaz de estar con preguntas así.
Al final llamo. Del otro lado de la línea la enfermera, una tipa que imagino gorda, peluda y estrábica, seguro para conjurar la fama sexual de las enfermeras, me dice que Él está mejor, que ya lo bajaron a piso. Le pregunto si la operación fue complicada y me pregunta quién soy. Tú sos familiar, pregunta. Me rechina el “tú sos”, esa incongruencia. Sí, soy una prima de Canadá, llamo desde ahí, y para dar mayor verosimilitud le doy un nombre: Sandra Merialdo, que es el nombre que uso para averiguar cosas, y ahí la mujer afloja el tono y me explica que por lo que sabe fue una operación ardua, que tuvieron que raspar y cortar y poner fierros y tornillos (deduzco que me lo está explicando en un lenguaje coloquial para que yo lo entienda), que por momentos la tensión bajó pero se recuperó (sospecho que me está diciendo más de lo que debería y si yo fuera la nurse la ponía a parir), y que aún no salió de los efectos de la anestesia y el pronóstico por ahora es estable. Entonces hace una pausa y a lo mejor intuye que algo no cierra, que si soy pariente por qué no llamo a la familia y aprovecho el hueco y le digo que muchas gracias por la información, que se lo agradezco de corazón porque como las familias están distanciadas no me da para llamar. Puedo ver aunque no la vea la tremenda sonrisa de comprensión de la mujer, porque vamos a ver, quién no tiene una familia así, ¿verdad?
Morgan me está mirando y dice, con la boca llena, que Sandra Merialdo es un nombre feo. Callate y terminate la leche, le digo mientras me levanto y salgo a fumar. No fumo nunca, excepto cuando tengo una lista larga de cosas que resolver, como ahora, y no sé por dónde empezar. Estar de vacaciones tampoco ayuda, porque es ahí que una se carga de cosas para limpiar, ordenar, cambiar, matar, cosas que han esperado pacientes todo un año y ahora se visten de imperativo. Podría enumerarlas pero no tiene sentido, no las voy a hacer. En el primer lugar estaría inscribir a Morgan en un nuevo colegio, del anterior lo echaron. Pero faltan pocos días para Navidad y no tengo claro que Morgan o cualquiera de nosotros lleguemos a fin de año.
En realidad el primer punto de mi lista tiene que ver con Washed Tombs, lugar que desprecié mientras viví de él y que ahora tomó la dimensión de algo codiciado, y no porque Morgan y los otros se lo vayan a disputar algún día como parte de una herencia de cosas tangibles capaces de lavar el dineral trucho de esa empresa, que ni siquiera es un lugar físico, cómo podría serlo. Los cigarros se consumen rápido, es lo que tienen.
Estramil, Mercedes. Washed Tombs. Montevideo: Hum, 2017, pp. 11-14.
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