La hospitalidad en la trama de la vida
Huéspedes en una casa en llamas
Por Eduardo Gudynas / Miércoles 24 de noviembre de 2021
Incendio en la selva, Amazonia de Brasil (foto de C. Braga / Greenpeace)
¿Qué sucede cuando pasamos a entendernos como huéspedes en lugar de propietarios? ¿Cómo cambia nuestra actitud con respecto al espacio que cohabitamos? ¿Qué responsabilidades tiene un huésped para con su anfitrión? A partir de los acuerdos de la Cumbre del Clima en Glasgow (COP26), Eduardo Gudynas nos induce a pensarnos como huéspedes en la Tierra, sus beneficios y sobre todo, nuestras responsabilidades.
Podría decirse que los humanos somos
huéspedes en el planeta Tierra. Esa condición, que muchos podrían aceptar,
ofrece muchas enseñanzas cuando se examinan los distintos significados que
encierra el calificativo «huésped».
El más conocido tiene raíces en
tradiciones históricas de la Edad Media. Invoca la idea de un viajante o un
peregrino que recibe la hospitalidad de un anfitrión. Como el ser humano es de
hecho un recién llegado a este planeta, podríamos asumir que somos recibidos
por esta tierra, y ella nos ofrece cobijo y alimentos. Pero las reglas de la
hospitalidad medieval también imponían obligaciones para esos recién llegados.
Era una relación recíproca, por la cual el hospedero brindaba una cama, agua
para el lavado de manos y alimentos, y a su vez el hospedado debía respeto, colaboración
y lavarse las manos.
Esas obligaciones de los huéspedes eran
algunos de los desafíos que estaban por detrás de las negociaciones sobre
cambio climático que acaban de finalizar, entre casi doscientos países, en la
ciudad de Glasgow (Escocia). El problema que enfrentaban puede resumirse en reconocer
que, en los dos últimos siglos, a partir de la revolución industrial, se han
arrojado a la atmósfera millones de toneladas de gases (para ser exactos, desde
1850 a 2019 se emitieron 2,4 millones de millones de toneladas de CO2).[1]
Su origen está, en primer lugar, en la quema de los llamados combustibles
fósiles, como el petróleo y el carbón, seguidos por el metano y otros gases.
Ese cóctel es responsable del paulatino calentamiento de la temperatura
promedio de la tierra, lo que a su vez desencadena un enorme abanico de graves
efectos.
Nosotros, los huéspedes, hemos abusado extrayendo
a todo ritmo todos los recursos naturales que hemos podido, cada vez con mayor
intensidad, removiendo volúmenes siempre crecientes. La consecuencia es que la
temperatura promedio del planeta se ha incrementado en 1,2 grados, y ya se
perciben muchas consecuencias negativas, como las olas de calor extremo, las
alteraciones en el régimen de lluvias o la pérdida de hielos polares. La
comunidad científica insiste en que no debería superarse el umbral de 1,5
grados en este siglo si se quieren evitar problemas muchos más graves; la
civilización tal como la conocemos está en riesgo, es su advertencia.
Esa era la tarea de los gobiernos no solo
en Glasgow, sino en todas las otras reuniones que han mantenido desde 1992,
cuando firmaron el Convenio Marco de las Naciones Unidas para el Cambio
Climático. Sin embargo, se ha fracasado año tras año en detener las emisiones
de gases invernadero y en evitar que continuara esa alteración planetaria. La
situación es tan dramática que los acuerdos que se acaban de firmar en Glasgow,
asumiendo que se cumplan al pie de la letra y no caigan en ineficiencias y
trampas que todos conocemos, de todas maneras implicarán que la temperatura
promedio del planeta aumente en 2,4 grados.
Si somos los huéspedes en este planeta,
no estamos cumpliendo nuestras obligaciones. No respetamos las tramas de vida
que sostienen al planeta, no colaboramos en la protección de la Naturaleza, y
ni siquiera cumplimos la obligación medieval de lavarnos las manos para ser
limpios, sino que ensuciamos los suelos y los mares con todo tipo de
desperdicios.
Este comportamiento de los huéspedes
humanos se parece más a otro de los significados medievales de esa palabra: eran
los forasteros advenedizos que ocupaban las tierras vacías, los baldíos. Eran errantes
que reivindicaban una autonomía pero no sentían obligaciones.
Este otro significado nos revela como huéspedes
que estamos en una casa que hemos incendiado. Estamos en llamas, y que en lugar
de trabajar colectivamente para apagar el incendio, cada uno lo alimentamos a
nuestro modo, sin darnos cuenta de que cuando el planeta se derrumbe no
podremos salvarnos.
Los
problemas con el futuro
Es como si los huéspedes fuéramos
incapaces de entender lo que se avecina en el futuro inmediato. Es una
situación extraña porque este estilo civilizatorio, nacido del optimismo
tecnológico, se ha jactado de poder construir el futuro, de resolver los
problemas apuntando a un sueño de bienestar. Pero al mismo tiempo, una y otra
vez, se ha advertido sobre los impactos negativos que generaba.
Las urgencias, demandas y crisis de
cada momento histórico alimentan barreras y trabas para poder vislumbrar otros
futuros. No es nada nuevo. En 1931, una revista le preguntó al novelista y
ensayista H.G. Wells sobre cómo sería el mundo en cincuenta años. El
diagnóstico de partida de Wells establecía que «en lugar de progreso, hay
crisis en todas partes. No hay gobierno, ni siquiera el estadounidense, que
tenga ahora la manifiesta fijeza de las "grandes potencias" de la
década de 1880». Enseguida agregó que había «un escepticismo creciente sobre si
cualquier gobierno existente es tan necesario como debería ser. Todos los
gobiernos contemporáneos han sido superados, física y mentalmente, por las
necesidades de la humanidad».[2]
Mucho después, en 2021, eso fue
justamente lo que ocurrió en la última cumbre gubernamental sobre cambio
climático. Son gobiernos superados por la coyuntura y no pueden esperarse
soluciones desde países como Estados Unidos, como decía Wells hace unos noventa
años atrás, pero tampoco desde las nuevas potencias emergentes, como China, la
que junto a Estados Unidos ocupan los dos primeros puestos como contaminadores planetarios.
Lo que transmiten esos gobiernos es un sentimiento de impotencia.
Regresando a Wells, tal vez tuviera
mucha razón su personaje central en La
guerra de los mundos cuando en el epílogo del libro reflexionaba sobre cómo
la invasión marciana, ese cataclismo que puso a los humanos frente al riesgo de
una extinción inmediata, nos robó la serena confianza en el futuro, fructífera
fuente de decadencia. Nos hemos repetido por décadas que los problemas de hoy
serán resueltos mañana por alguna tecnología milagrosa, y eso es lo que ha
alimentado una decadencia que explica la aceleración de la crisis climática.
Las problemáticas contemporáneas no se
deben a desajustes tecnológicos ni se resolverán por medio de instrumentos
económicos, sino que expresan contradicciones culturales, y hasta
afectividades, muy profundamente arraigadas. Seguimos sin entender que apenas
somos huéspedes y somos los responsables de que la casa de nuestro anfitrión
esté siendo devorada por las llamas. Es momento de asumir las
responsabilidades.
[1] Datos
del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), en www.ipcc.ch.
[2] Wells,
H. G. «What will this world be like fifty years from Now? A startling prophecy»,
Liberty, octubre de 1931.
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