La conquista de los polos
Exploradores del fin del mundo
Por Federico Ivanier / Lunes 06 de enero de 2020
Ilustración de Agustín Comotto para «La conquista de los polos» (Nórdica, 2018)
Temperaturas de 60 grados bajo cero, enfermedades, barcos bloqueados por el hielo o noches infinitas fueron los riesgos soportados por centenares de exploradores que en entre los siglos XVIII y XX intentaron llegar a los polos. Federico Ivanier nos anima a enrolarnos en las naves de ingleses y noruegos, exploradores de una gélida geografía, a través de las ilustraciones y relatos de La conquista de los polos (Nórdica, 2018).
Hoy por hoy resulta difícil, por no decir imposible, colocarse en la cabeza de los hombres que, algo más de un siglo atrás, decidieron realizar expediciones que los llevaran a explorar (y descubrir) los polos. Se trataban de misiones en las que verdaderamente no se sabía bien qué iba a pasar. En muchos casos se volvía años después y, en otros, nunca.
Para dar cuenta de todo esto, basta con ver uno de los avisos que se presentaron en The Times, buscando hombres para una de estas expediciones: «Se buscan hombres para viaje peligroso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito.» Y para este hermoso all inclusive, cuenta la leyenda, se presentaron nada menos que cinco mil aspirantes. Cosas como estas son las que se pueden leer en La conquista de los polos editado por Nórdica Libros, en una descripción fascinante y cruenta al mismo tiempo, que es muy difícil de soltar.
Esto se debe a varias cosas. Primero que nada, el texto de Jesús Marchamalo brinda un montón de posibilidades. Por un lado, es un libro de aventuras, contadas de manera ágil, sin eludir aspectos en muchos casos sangrientos o tenebrosos de las diferentes historias, que se puede leer de un tirón.
Al mismo tiempo, es un libro de historia, con información relevante y extremadamente precisa, incluso en lo que tiene que ver con la construcción de ciertas naves que debían ser capaces de soportar la presión del hielo. Porque, claro, en las expediciones en busca de los polos, las aguas se congelaban y atrapaban a los barcos, que quedaban varados. Allí los hombres debían sobrevivir, esperando el deshielo para continuar (o regresar). Estos barcos, entonces, no eran cualquier embarcación. El más famoso fue el Fram, barco noruego cuyo diseño fue original, eficiente y clave para que los noruegos, justamente, fueran pioneros y actores claves en el descubrimiento de los polos.
También se trata de un libro de geografía y un libro acerca del precio que lleva, a veces, generar conocimiento científico, tema que, si bien no es el centro de este libro, también está presente.
En esta obra que, entonces, navega a varias aguas, se abren escenas e historias increíbles, desde la desaparición de expediciones enteras hasta exploraciones en globo, terminando en una carrera insólita entre una expedición noruega y una inglesa para llegar primero al polo sur. Aparecen persona(je)s dispuestos a enfrentarse a noches que duran meses, a fríos que pueden llegar a los sesenta grados bajo cero, y lugares donde directamente se congela el sudor o la respiración. Tipos que no podían quitarse la ropa por meses (que, a su vez, congelada, podía abrir heridas en la piel) y que sufrían demencia, escorbuto y otras calamidades, pero que aun así estaban dispuestos a abandonar el barco donde estaban refugiados para recorrer, en trineo y en medio del clima más hostil posible, mil kilómetros con tal de llegar al polo (o encontrar lugares por los cuales navegarlo).
Protagonizan este libro dos noruegos, Nansen y su discípulo Amundsen (de quien se contaba que, con ocho años, dormía con la ventana abierta en pleno invierno, para irse acostumbrando al frío). Se trataba de hombres valientes, chiflados, meticulosos y pragmáticos, ya que no había modo de sobrevivir si no lo eran. En ese sentido, es interesante leer cómo la expedición inglesa que trató de llegar al polo sur, se negó, por ejemplo, a llevar animales de tiro e irlos comiendo si hacía falta, por considerarlo poco digno. Estos hombres, no terminaron bien, lamentablemente.
Mención aparte merecen las ilustraciones de Agustín Comotto. Buenísimas. Se trata de un trabajo que traslada una atmósfera de tensión constante, un trazo que también nos traslada históricamente, que consigue, con la paleta de colores y las expresiones de los hombres ilustrados, ser un gran soporte para el texto y, de hecho, funcionar también más allá de él. A esto se debería sumar una hermosa edición en tapa dura, cómoda de leer, con páginas desplegables adentro, repletas de información e imágenes, lo que hace de este libro una delicia y un regalo que, irónicamente, seguro viene bárbaro para esas tardes estivales en las que el calor no te deja vivir en paz.
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