Arquitectura, historia y patrimonio
Escaramuza: cuerpo y alma
Por Laura Alemán / Viernes 04 de octubre de 2019
Una librería-café del siglo XXI en una casa de principios del siglo XX con historias de todos los tiempos. Les invitamos a abrir nuestra puerta-cancel, dejarse bañar por la luz que atraviesa el vitral del patio y avanzar hasta el jardín: la arquitecta Laura Alemán desvela los detalles de nuestra arquitectura más íntima.
Una secuencia larga y demorada, una serie de habitaciones cúbicas que se repiten alineadas. En el ombligo está el patio principal, tendido bajo la claraboya y el vitral; un retazo de cielo cubre y envuelve la vida privada. Al fondo el ala de servicio, el patio secundario. Y arriba el altillo, el viento: pequeña cueva en lo alto, lumbre de azotea, rincón de evasión en solitario. Todo esto sucede tras el tenso plano frontal: un filo neto y rotundo, un tajo que separa lo privado de lo público, un hiato entre el silencio del nido y el rumor urbano.
Así era la casa que hoy ocupa Escaramuza. Un claro ejemplo de esos que a fines del siglo XIX invaden el área central de la ciudad. Una «casa estándar» —en palabras de Juan Giuria— realizada en 1909 por César Baragiola, quien aplica y reitera una fórmula ya consagrada. Un mundo creado para la familia ampliada y reunida en torno al pater. Un centro introvertido, que se repliega en sí mismo.
La fachada es escudo y emblema, lugar de representación social. Un plano animado por líneas ligeras, femeninas, delicadas: suave repertorio de aliento modernista y evocación floral. Pero es también presagio o augurio, código que anuncia lo que oculta. Tras la puerta maciza se impone el zaguán: zona de recibo, franja de mediación, esclusa que ampara lo escondido. A un lado la sala, al otro el escritorio; las ventanas altivas y espigadas ante el mundo. La puerta-cancel se abre y conduce por fin al refugio, revela el misterio del patio y su luz vertical. Luego sigue el comedor, enfrentado a la hilera de recintos que discurre junto al muro. Al fondo, el sector de servicio y el espacio abierto completan la ocupación del predio.
Así se define este mundo cerrado y sellado. Así se despliega la casa: un trayecto que brilla en el piso embaldosado, los mármoles y las mayólicas, junto a una línea recluida en el ocre opaco de la madera. Una morada secreta y umbría, entonces poblada por roperos de roble, espejos oscuros y manteles blancos. Un aire de naftalina que replica el temblor de los caireles y el sonido sordo del paso en los cuartos.
Este esquema sufre leves cambios en los años cincuenta y en 1997 muda de destino bajo la firma de Cecilia Astiazarán, quien lo adapta a los requisitos funcionales de una empresa. Con este fin se restaura por completo el vitral ubicado sobre el patio y se rehace la estructura de la abertura trasera. El área de servicio se modifica para alojar el comedor y el estar de los empleados y en el jardín posterior nace la glicina que aún se aprecia en el lugar.
Sobre esta base se define luego el escenario actual, fruto del proyecto que Fabrizio Devoto y Emilio Magnone —junto a otros profesionales—[1] formulan en 2015: una apuesta sobria y delicada que preserva los valores formales y espaciales del inmueble original. La librería ocupa el sector delantero —que perdura casi intacto— y la cafetería se instala detrás, lo que impone una vez más ciertos cambios espaciales al tramo final. Esto no altera el esquema esencial de la casa: el nuevo destino se adapta al tipo y lo confirma, bajo un mutuo acuerdo que se aprecia sobre todo en la crujía frontal. A esto se agrega el cuidado con que se trata la envolvente: allí están los cielorrasos y sus molduras de yeso, las ventanas altas y elegantes —ahora sin balcones—, los pavimentos fulgurantes. Y la calma de la pintura blanca, que juega con el color de los libros infinitos y confiere a la fachada gran aplomo y dignidad. No hay aquí vanos alardes ni gestos gratuitos. El viejo cuerpo de la casa acoge al alma nueva que ha venido a ocuparlo.
[1] En el proyecto colaboraron las diseñadoras argentinas Inés San Martín y Agustina San Martín y las intervenciones paisajísticas estuvieron a cargo de Alejandro Candenas. La construcción de la obra fue llevada a cabo por la empresa Plus Construcciones.