En mi mayor
El apetito y la saciedad
Por Tüssi Dematteis / Viernes 07 de diciembre de 2018
Hoy, Tüssi Dematteis nos trae una biografía doble, las del guitarrista y el bajista de la legendaria banda Guns N’ Roses: Saul Hudson, Slash, y Duff McKagan. Rock, excesos y mucha droga —como en la mayoría de las biografías de los rock stars más picantes de todos los tiempos—, y las mismas anécdotas, pero desde diferentes puntos de vista en una nueva entrega de En Mi Mayor.
No hay un género musical cuyos cultores sean más proclives a escribir sus memorias —incluso si su retiro de los escenarios está aún lejos— que el heavy metal, o el hard rock en general. David Lee Roth, Ozzy Osbourne, Lemmy, Dave Navarro, Steven Tyler, Dave Mustaine, Anthony Kiedis, Alice Cooper, Sammy Hagar, Tony Iommi y muchos más, en una lista que crece cada día, decidieron narrar sus vidas aún si les quedaban muchos kilómetros de gira por delante, casi como si fuera un paso obligatorio al rondar el medio siglo de vida (en ocasiones bastante menos). Quedará en manos de los editores o los estudiosos del género dilucidar el porqué, pero poniéndose a especular libremente, se podría pensar que esto tiene que ver con la concepción épica y legendaria que los músicos de hard rock —y sus fans— tienen de sus vidas encima y debajo del escenario, y sus carreras son vistas y presentadas como gestas dionisíacas, y no pocas veces como relatos ejemplares o precautorios, tan llenas de excesos, excentricidades y aventuras como las que exaltan sus propias canciones.
En todo caso, algunas bandas parecen estar decididas a publicar más autobiografías que discos, como es el caso de Mötley Crüe —de los que ya hablaremos en algún momento— o de los fulgurantes Guns N’ Roses, grupo de escueta discografía pero que ya ha producido tres libros de memorias sobre su accidentada trayectoria. De estos dejaremos afuera a My Appetite For Destruction del baterista Steven Adler, ya que, si bien su testimonio es importante, su estadía en la banda fue temporal (y no abarcó el momento en que se convirtieron en un fenómeno mundial ni su amargo final), y es básicamente un libro de relatos sobre su conocida adicción a las drogas. Algo que en parte también son Slash, de (lógicamente) el guitarrista Saul Hudson, más conocido como Slash, e It's So Easy: And Other Lies, del bajista Duff McKagan, ambos testimonios de dos jóvenes que cometieron todo tipo de despropósitos y tocaron el cielo estelar con las manos durante un tiempo, antes de estrellarse violentamente contra el suelo.
La lectura simultánea de ambos libros produce un cierto efecto Rashomon, ya que en ocasiones las mismas historias y anécdotas se repiten, pero contadas con distintas perspectivas y, aunque no se contestan ni desmienten, en ocasiones dando versiones muy distintas sobre un hecho. Estas diferencias no son de extrañarse ya que a pesar de haber militado en el mismo conjunto y haberse enfrentado a los mismos problemas, Slash y McKagan son dos personas de procedencia y temperamento muy disímiles. Antes que nada, hay una clara diferencia de clase social y educación; al inverso de lo que podría suponerse, el mulato Slash proviene del ámbito artístico, rockero y adinerado de Los Ángeles (su madre fue modista y ocasional novia de David Bowie), mientras que el rubio McKagan había crecido en los barrios obreros de la fría y trabajadora Seattle, mucho antes de que Nirvana y Soundgarden pusieran a dicha ciudad en el mapa del rock. Al mismo tiempo, Slash tenía como modelos a los grandes rockeros de la década de los sesenta y setenta, y sus modus vivendi heroicos y rutilantes, mientras que McKagan se había formado en el ámbito del punk y el hardcore, pero ambos tenían en común una notable y obsesiva capacidad de trabajo, y su interacción —que no parece en ninguno de los dos libros haberse convertido en una amistad, ni en lo contrario— fue el núcleo musical de la combinación de glamour rockero y mugre punk que está en el corazón de los mejores trabajos de Guns N’ Roses.
La trayectoria de la banda fue frenética y explosiva como la de una bala de cañón, con su respectiva caída, y en ambos casos el lidiar con ella les produjo severos problemas adictivos —en ambos casos politóxicos, pero centrados en la heroína en el caso de Slash y en el alcohol en el de McKagan, además de tener que enfrentarse con la psicopatológica personalidad de su cantante y estrella Axl Rose, que en los dos libros adquiere una presencia nefasta e intratable, pero a quien sus dos compañeros, aun en el rechazo, tratan con un cierto respeto y sin cerrar la puerta a una futura reconciliación (que se daría en el 2016, veinte años después de la disolución de la formación clásica del grupo y luego de que estos dos libros fueran publicados). Sin dudas está faltando un libro escrito por Rose y que ofrezca su visión de los hechos, pero teniendo en cuenta su extravagante personalidad, no es de esperarse que esto ocurra pronto.
Más allá de su comunión en Guns N’ Roses, los libros tienen otros puntos en común extra —y extramusicales—, ya que tanto el guitarrista como el bajista estuvieron muy próximos a la muerte, y siendo apenas treintañeros, a causa de sus autoabusos. Slash habla en su libro de sobredosis que le produjeron paros cardíaco-respiratorios, y hoy en día lleva un marcapasos como vestigio de esos días salvajes; McKagan por su parte sufrió una pancreatitis ocasionada por el alcohol, de la que sobrevivió en el anca de un piojo y obligó a modificar drásticamente su forma de vida. Sin embargo y a pesar de todas estas conexiones y vivencias en común, Slash e It's So Easy son dos libros tan distintos como la historia de sus autores; el libro de McKagan es afectuoso, esperanzado y un tanto glorificador de sí mismo. El bajista es su propio ejemplo sobre el que alecciona (no le faltan motivos ya que no solo abandonó el alcohol y las drogas, sino que se hizo deportista, formó una familia y se recibió de economista), y se presenta bajo la mejor de las luces posibles. En cambio, el libro de Slash es una de las autobiografías rockeras con menor interés por embellecer a su autor que se hayan escrito; Slash es un libro por momentos despiadado, en el que el guitarrista se retrata en un tono frío y amoral, reconociendo actitudes muy oscuras y sin hacer el menor mea culpa al respecto. Esto lo hace, por supuesto, un libro más interesante en forma y contenido que el de McKagan, y un texto distanciado y atractivo incluso para quienes no sepan ni lo que es una guitarra Gibson o, si eso es posible, hayan escuchado alguna vez el riff de «Sweet Child O’ Mine». Pero si el carisma sombrío del libro del guitarrista lo hace preferible al del bajista, la combinación entre ambos es una historia mucho más articulada, con mayores claroscuros humanos y, tal vez, la lectura ideal que consiguieron en forma involuntaria.
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