Narrativa mexicana
Contra el estereotipo de la buena víctima: Dahlia de la Cerda
Por Juan Camilo Rincón y Natalia Consuegra / Martes 27 de febrero de 2024
«Las mujeres estamos hartas de que nos pinten como si fuéramos perfectas, buenas, incapaces de cometer ningún tipo de violencia»: entrevistamos a la escritora y activista mexicana Dahlia de la Cerda (1985), finalista del VIII Premio Ribera del Duero. Con la excusa de la llegada de su libro Perras de reserva (Sexto Piso, 2022) a Uruguay, una charla sobre los métodos para componer esta literatura de mujeres temibles y poderosas.
«Leo el periódico cada día porque, aunque no me interesa el poder, quiero estar sentada a su lado» dice Constanza, una de las protagonistas de los cuentos de Perras de reserva. En el libro ganador del Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2019, la escritora mexicana Dahlia de la Cerda (1985) se pone en la piel de muchas mujeres, tan distintas y poderosas, cuya vida se resuelve entre maquilas, tacones, abortos, figuras políticas y narcotraficantes.
Las perras de reserva son Yuliana, la heredera de una organización mafiosa a quien no le desagrada la idea de ser jefa y sueña con que le compongan narcocorridos después de colgar en un puente la cabeza del hombre que mató a su mejor amiga, y también Constanza, quien aspira a casarse con un político poderoso, y aunque es toda una dama, tuvo una breve etapa de desmadre en la que se vestía de forma zorrona. Las perras de reserva son sicarias y brujas, amigas y madres, damas y prostitutas, ladronas y trabajadoras de fábricas, todas esas mujeres que no se rinden fácilmente y encaran la vida sin misticismos.
Dahlia de la Cerda nació y vive en la Ciudad de Aguascalientes. Estudió la licenciatura en Filosofía. Ha sido empleada de un call-center, un bar y una fábrica de dulces, entre otros varios empleos. En 2015 fue becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Aguascalientes (PECDA). Fue beneficiaria del Programa Jóvenes Creadores del Fonca en las emisiones 2016 y 2018. Ha participado en las antologías Mexicanas. Trece narrativas contemporáneas (Fondo Blanco, 2021), Los cuerpos que habitamos, ficción y no ficción sobre el derecho a decidir (AN-ALFA-BETA, 2021), Tsunami 2 (Sexto Piso, 2020) y Ecstasy (Astra Magazine, 2022). Es cofundadora y codirectora de la colectiva feminista Morras help morras sobre su nuevo libro. Ha publicado Perras de reserva y Desde los zulos, ambos por Sexto Piso y disponibles en Escaramuza.
Cada cuento de Perras de reserva es protagonizado por una mujer muy diferente a la anterior, y la imaginábamos a usted poniéndose en escena para escribir en situación. ¿Cómo funciona ese cambio de «piel» para escribir cada cuento?
Primero, hago un trabajo etnográfico y de mucha investigación. Por ejemplo, en este momento estoy trabajando con un personaje que se llama Jordan; es un chico de esos que en México tienen dos opciones: unirse al crimen organizado o enrolarse en el ejército. Lo que hice fue ver documentales que hablan de las juventudes en México, sobre todo de hombres. Empecé a ver un documental que se llama Los plebes que trata de un chico que se va a la sierra con un grupo de sicarios, la mayoría muy jóvenes, casi niños, y vive con ellos un tiempo para ver cómo es su día a día, los entrevista y todo eso, y yo, tomando notas. Luego también viendo los tiktoks que suben los jóvenes que están en el crimen organizado, viendo qué les gusta y les apasiona, escuchando mucho los productos culturales que están haciendo, qué no les gusta, qué les pone tristes, cuáles son como sus motivaciones. Es mucho trabajo de oído también para ver cómo hablan. Otra cosa que hago es entrevistar a gente de contextos de alta marginación. Yo a veces doy talleres en estos lugares y les pregunto a mis alumnitos: oye, ¿qué te gusta?, ¿cómo llegas a tu casa?, ¿cómo es tu entorno familiar? Por ejemplo, mi esposo creció en uno de los barrios bravos de Aguascalientes y yo le dije: te me vas a sentar aquí, me vas a contar tu vida y yo voy a tomar nota. Lo he hecho mucho y cuando veo ese montón de notas, digo: de aquí tiene que salir algo.
¿Cómo fue el proceso para crear a Yuliana, por ejemplo?
Para crearla estuve durante mucho tiempo escuchando a mujeres que están involucradas de alguna u otra manera con el crimen organizado; me puse a investigar leyendo libros, viendo documentales y entrevistas a Emma Coronel (la esposa del Chapo Guzmán). Por ahí yo había ayudado a una chica buchona* a interrumpir su embarazo y ella me dijo: yo quiero ayudarte, tú dime qué hago para recompensar lo que hiciste por mí. Ella tenía una amiga a la que yo quería entrevistar para el libro, entonces le pedí que me respondiera tres preguntas. Lo que yo quería saber de ella era por qué se involucraba con hombres relacionados con el crimen; ella ya tenía dinero, casas, tenía todo, pero se le moría uno y seguía con otro. Ella me decía: no es un tema de dinero porque ya tuve hijos con distintos hombres, así que ya tengo asegurado el futuro; lo que me gusta es la adrenalina de sentir que en cualquier momento va a valer verga, que podemos ir al cine y nos pueden balacear a los dos; necesito esa adrenalina de decir: a este güey lo van a meter a la cárcel en cualquier momento, un día ya no me va a responder el celular porque ya lo levantaron o ya se lo llevaron preso. Se me hizo muy interesante esa personalidad, entonces voy nutriendo a mis personajes de los rasgos que me gusta de todo lo que voy viendo y a quienes voy conociendo.
Mucho trabajo de campo antes de la escritura…
Sí, hago mucho trabajo antes de sentarme a escribir, hasta les hago sus listas de reproducción en Spotify, de meterme en personaje, yo, actriz del método [risas]. Era mucho de irme a la experiencia, a las tiendas caras, no a comprar, pero sí a ver las carteras, preguntar cuánto cuestan, y hasta le dije a la chica de la tienda de Chanel: estoy haciendo una investigación, no te voy a comprar nada pero quiero ver qué es lo que les llama la atención de comprar esta cartera. Por ejemplo, el nuevo libro lo trabajé durante un año en mi mente; estuve trabajando notas, haciendo investigación y me tardé un mes en escribirlo. Ese es mi proceso: cuando me siento a escribir ya estoy en personaje, ya investigué, ya tengo el soundtrack, ya fui a los lugares, a los bailes, a las tiendas de lujo, tengo muy trabajado el tema. También tiene que ver con que tengo un rasgo del trastorno límite de personalidad, esto es, tengo muchas personalidades que habitan dentro de una misma, y aunque pareciera que tenemos una identidad muy definida, si le rascas un poquito te das cuenta de que somos multitudes. Ahora estoy vestida de Misfits, me veo gótica, pero si entras a mi Spotify y hay corridos bélicos, zumba darks… si pones mi música en aleatorio no sabes si soy un señor, una señora, un gay, porque pasa de la música más drag al reggaetón más underground de México, luego a punk, luego banda y cumbia y rap.
Le escuché decir que con este libro le interesaba mostrar que las mujeres también somos capaces de ejercer violencia. ¿Cómo han recibido las lectoras esa postura?
Yo tenía miedo de que, sobre todo, las feministas se fueran a atacar por eso, por el hecho de que, habiendo tantas cosas que problematizar sobre la violencia que ejercen los hombres, me dedicara a escribir para mostrar que las mujeres también somos capaces de ejercer violencia, pero lo han recibido bastante bien. Sobre todo las lectoras, porque creo que al final las mujeres estamos hartas de que nos pinten como si fuéramos perfectas, buenas, incapaces de cometer ningún tipo de violencia. Es que también está este estereotipo de la buena víctima, que nos afecta un montón porque se espera que una víctima sea buena, amable, inmaculada, una princesa bien portada, y si tú también has sido violenta o has estado en conflicto con la ley, de pronto eres menos víctima. Yo he trabajado con mujeres privadas de la libertad y la mayoría de ellas está ahí por delitos no violentos; son muy pocas las que están por homicidio, por secuestro; la mayoría están por temas de robo sin violencia, o bien temas a los que en México les llaman delitos contra la salud, que es venta de drogas, pero que no tienen antecedentes penales ni nada de eso. Entonces cuando yo decía que estábamos haciendo una colecta para llevarles todas las leyes sanitarias a mujeres que están privadas de su libertad, muchas personas me decían: no, porque son delincuentes, tienen que pagar, son mujeres que están en conflicto con la ley. Yo les decía que al final de cuentas también son seres humanos, y están ahí abandonadas, no van a verlas, tienen que usar mantillas y lavarlas para poder gestionar su menstruación.
De ahí la importancia de darles matices a los personajes…
Cuando tú problematizas y ves personajes mucho más complejos, en los que las mujeres pueden ser malas y buenas al mismo tiempo como todos los seres humanos, que hasta el ser humano más desdeñable creo que ha tenido algún rasgo de humanidad, al mismo tiempo nos beneficiamos nosotras, porque ya no hay tanto escrutinio sobre si fuiste violenta, o que si fuiste víctima de una agresión sexual y al día siguiente te cuestionan que te vayas de fiesta. La gente puede ver como algo perfectamente normal que si viviste una violencia terrible, al día siguiente quieras distraerte. Esos arquetipos de la mujer perfecta, buena víctima, súperfemenina, hacen que cuando vivimos una violencia se nos cuestione y se nos escudriñe: vamos a ver si eres una buena víctima, porque si encontramos algo en tu pasado, lo vamos a usar para demostrar que no eres tan víctima como dices. Por eso es que la mayoría de las mujeres me han dicho: güey, yo quisiera ser Yuliana, mandar desvivir gente, me encanta ella. Eso es lo poderoso de la resignificación: la gente no se identifica con Yuliana porque quiera mandar desvivir a alguien, sino porque ha sentido esa rabia, esa impotencia de que le arrebaten algo que quiere y no poder hacer nada. Eso ha hecho que las lectoras digan: es que son humanas como yo, no son personajes perfectos, inalcanzables, y se han identificado un montón.
* Así se llama a las novias, esposas o amantes de narcotraficantes en México.
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