pensamientos alternativos
Chamanismo entre los jíbaros: percibir lo que nadie percibe
Por Teresa Porzecanski / Jueves 15 de febrero de 2018
El conocido antropólogo y profesor Michael Harner describió en su clásico La senda del chamán (1980) las experiencias chamánicas aprendidas durante su convivencia de diez años con los jíbaros ecuatorianos. A su regreso a aquello que solía llamarse «mundo civilizado», realizó varios talleres para enseñarnos a quienes lo seguimos, los métodos chamánicos y el fundamento de este sistema de creencias.
Mediante diferentes toques de tambor y en la penumbra del atardecer, el chamán jíbaro entraba en trance y era capaz de descender a los submundos. Allí encontraba animales de poder que le revelaban los designios del cosmos, y a los cuales también podía consultar en busca de respuestas a los problemas comunes de los integrantes de su tribu. En dicho contexto, los animales eran considerados espíritus guardianes que conservan y transmiten la sabiduría tradicional del grupo. Con una simbología rica y variada, también los demás elementos de la naturaleza —ríos, bosques, cascadas— respiran y viven, e influyen decididamente en las vidas humanas.
Mircea Eliade escribió que «el chamanismo “strictu sensu” es por excelencia un fenómeno siberiano y central-asiático». El término chamán viene del original tungús y significa «curandero», y todas las culturas de la región central y septentrional de Asia poseen en su haber una larga tradición mágico-religiosa cuyo centro lo ocupa este sistema de creencias. La expansión posterior de estos complejos culturales a las Américas se produce por la difusión cruzada que, a través de migraciones y contactos, movilizó a estos grupos humanos hacia los horizontes más lejanos del planeta.
En el caso de las Américas, cuyo poblamiento ocurrió no antes de treinta mil años, a través del Bering congelado, entre otros caminos posibles, los contingentes humanos del noreste asiático traían consigo, a la vez que una tradición de tecnología paleo-mesolítica, un complejo religioso en el que el chamanismo ocupaba un importante lugar. Sus descendientes, los jíbaros, entre otros grupos, lo conservaron luego de milenios, en una de sus formas más clásicas.
Según Eliade, el chamanismo central y norasiático es un fenómeno originario que se presenta «como una estructura en la cual elementos que existen difusos en el resto del mundo (relaciones especiales con los “espíritus”, capacidades extáticas que permiten el vuelo mágico, la ascensión al Cielo, el descenso a los Infiernos, el dominio del fuego, etc.), se revelan integrados en una ideología particular y haciendo válidas técnicas específicas». Esta estructura se sostiene en el concepto de poder, una energía que atraviesa todo el universo y que otorga al chamán su capacidad para entrar en contacto con los mundos superiores e inferiores, dentro de una trama cósmica de niveles superpuestos. No hay entonces un único mundo, sino varios e interconectados.
Es en esos otros mundos donde el chamán consigue percibir lo que nadie percibe, y por tanto, ejercer su función terapéutica intermediando entre humanos y espíritus sagrados. Si es cierto que la enfermedad, el dolor y el sufrimiento tienen su origen en una ruptura del equilibrio armónico que regula al individuo, la sociedad y el cosmos, tal como sostiene la explicación que los jíbaros nos ofrecen, entonces la curación intenta recomponer dicho quiebre, ya sea en el cuerpo físico o «espiritual» del grupo social.