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«El graduado» y los veranos largos

Por Inés Bortagaray / Viernes 19 de enero de 2018
Inés Bortagaray nos da la mano para un viaje en el tiempo, y nos lleva a la California de los años sesenta, para recordar, y vivir desde la experiencia de una joven de diecinueve años, la película que vio una y otra vez, esa que se sabe de memoria: «El graduado», de Mike Nichols.

Cuando tenía diecinueve años el profesor Luis Elbert, que daba clases de Lenguaje Visual en la facultad, nos pidió a todos los estudiantes un trabajo. Debíamos hacer un análisis cinematográfico de una película que nos gustara mucho. Pensé cuál era la película que había visto más veces en la vida. Era El Graduado (1967), de Mike Nichols (Estados Unidos, 1922-2010). La había visto en VHS por primera vez. La había sacado del videoclub, en Salto, y la había visto una vez tras otra. La primera vez tuve que pedir plata a mis padres para pagar el recargo por la demora. Me había quedado con la película varios días, más de los debidos.
Me gustaba mucho Simon and Garfunkel. Durante los veranos, en la playa, escuchábamos esas canciones de una serenidad ensoñadora. Y me gustaban los años sesenta. Por aquel entonces había visto algunos clásicos de la época: ¿Sabes quién viene a cenar?, La fiesta interminable o Los paraguas de Cherburgo (¿estarían todas en la misma estantería del videoclub?).
Creo que esa fue la primera experiencia de coming-of-age en cine. Luego vendría Stand by me (Rob Reiner, 1986), Película Favorita de Todos los Tiempos durante muchos años. Pero, hasta entonces, sería esta la mejor historia, una de amor, desencuentro e iniciación).

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Dustin Hoffman como Benjamin Braddock

A sus veintiún años, Benjamin Braddock (interpretado por Dustin Hoffman), vuelve a casa y se sumerge en el esplín. Ben es un muchachito de una familia próspera de Pasadena, California, que ha cumplido notablemente con los designios familiares (era, después de todo, un graduado universitario), pero que no tiene idea de qué hacer a continuación, durante el largo verano que viene después, ni mucho menos en el futuro (en la fiesta de bienvenida, un amigo de su padre le recomienda, lacónicamente, que se dedique a los plásticos, he ahí el más astuto de los porvenires).
Aburrido, indolente, a sus veintiún años Ben se dedica a broncearse, tirado en la piscina, encandilado por el sol y por la dimensión de su desconcierto ante el presente y esos padres, tan mundanos, tan frívolos. Se vuelca, decididamente, al affaire con la insinuante Mrs. Robinson (Anne Bancroft), esposa de Mr. Robinson. Los Robinson, una pareja de íntimos amigos de sus padres, son padres de Elaine (Katharine Ross), un par de años menor que Ben. Y claro que no es la madre quien de verdad gusta a Ben, sino la hija. Y tiene suerte, el sentimiento puede llegar a ser recíproco. Lástima que él se porta como un cretino con ella. Y lástima que cuando Mrs. Robinson descubre que su joven amante prefiere a Elaine, se desata la furia.

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Anne Bancroft y Dustin Hoffman como Mrs. Robinson y Benjamin Braddock

Yo estaba encandilada con el puñado de canciones, con la desventura del torpe Ben, con el cinismo de Mrs. Robinson y con Elaine (y su hermoso montgomery de gamuza y solapas anchas). Había quedado prendada con la secuencia de la visita al zoológico (Elaine furiosa con él, enterada de la aventura que él había mantenido con su madre, él parado ante la jaula de los monos, como quien se mira por fin en un espejo).

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Dustin Hoffman y Katharine Ross como Benjamin y Elaine

Podía contar de qué se trataba la película. Conocía de memoria a los personajes y sus conflictos. Podía enumerar los momentos más emblemáticos (la secuencia de la seducción de Mrs. Robinson, Ben con la escafandra, el desenlace —decenas de veces citado en decenas de otros filmes— y el epílogo, los dos trepándose sin aliento a ese ómnibus, en un ataque de risa que se va apagando hasta que sobreviene la perplejidad, una pregunta que titila y dice «¿y ahora qué?»). Y fue eso lo que hice. No recuerdo si me fue bien o no, pero tengo bien presente aquel manojo de hojas escritas a máquina y la confianza de que podía hablar de algo que conocía bien.

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Katharine Ross y Dustin Hoffman como Elaine y Benjamin

Hace poco la película cumplió cincuenta años y se me ocurrió que era bueno volver a aquellos papeles del pasado. Los busqué en cajas, carpetas, bolsas. Me trepé a una escalera. Bajé valijas. Bajé un ventilador. Me trepé a una mesita en el box del edificio donde viví varios años. Y nada.

A medida que iba cerrando todas esas bolsas, todos esos sobres repletos de papeles y vacíos de El Graduado, se volvía más y más claro que 1) la tarea era inútil, 2) posiblemente no hubiera en aquellas cuartillas nada más que descripciones más o menos detalladas de la película, 3) debía olvidarme y erradicar la idea de que eso que no encontramos es lo más valioso que pudimos alguna vez imaginar.

(Lo tercero es casi imposible. Nada es más fácil que suponer que lo que perdimos era un tesoro, o que apretaba esa posibilidad en el puño, como promesa.)
Esta mañana pensé que igual quiero saludar a esta película. Por su gracia y porque de una manera muy vívida me habló de crecer, querer y perder cuando yo estaba creciendo, queriendo y perdiendo, con una banda musical que luego musicalizó muy expresivamente algunos veranos, sí, pero también otoños, inviernos, y alguna primavera.
Esta será toda mi expresión de melancolía en estas columnas, casi puedo jurarlo. 


Luis Elbert es crítico cinematográfico, docente e investigador. Fue director adjunto del Festival Internacional de Cine de Valparaíso (Chile). Es autor de los libros Eisenstein-Pudovkin y El gabinete del Dr. Frankestein. En la Escuela de Comunicación de la ORT dicta las materias Historia del Cine I y II.

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Por aquellos días yo estudiaba Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica.

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Se trata de un género literario y cinematográfico enfocado en el crecimiento psicológico y moral del protagonista, desde la juventud hasta la adultez. Suele retratar la pérdida de la inocencia, la maduración, el momento en que alguien «se hace grande», con los posibles dolores que esto supone.

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Un manojo de curiosidades sobre las edades de personajes, actrices y actores: si bien en la ficción Benjamin es un muchachito de veintiún años, en realidad Dustin Hoffman tenía veintinueve cuando lo encarnó. Entretanto, su amante, la pérfida Mrs. Robinson, clama tener el doble de edad, pero Anne Bancroft tenía solo treinta y cinco años en el momento del rodaje. Y la tercera en discordia, Elaine, supuestamente tenía diecinueve, pero la actriz que la interpretaba, Ross, había cumplido los veintisiete.

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